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Nuestra historia

Asesinos en la casa del Señor

Los vitrales en una iglesia de Bariloche dibujan una historia sugestiva. Manipulando el pasado a conveniencia del conquistador, establece un perfil del “salvaje” originario ante la llegada de la Iglesia europea, en un trayecto que avanza desde la barbarie hasta la sumisión. Una vez más, el símbolo como reflejo de un proyecto de dominación que precisa siempre configurar su propio testimonio, aún contra el sentido común, contra el rigor histórico, contra la verdad padecida por nuestros pueblos originarios.

Bariloche es uno de los sitios más hermosos de nuestro país. Ineludible destino para egresados secundarios y compatriotas que desean conocer la nieve de la "Suiza Argentina" y degustar sus chocolates en rama. No está de más decir que el chocolate no lo "inventaron" ni en Suiza ni allí. Fueron los antiguos mexicanos quienes, en base al cacao, lo descubrieron. De hecho su nombre es náhuatl: chocolatl, sin la "e" final, que fue agregada por los castellanos sonorizándolo como hoy en día lo pronunciamos. Pero más allá de la nieve y su apropiación del chocolate, Bariloche posee un gran cordón periférico de población invisibilizada, buena parte es mapuche que padece severas discriminaciones. El panorama dista una enormidad de lo que narran los folletos turísticos. Por ejemplo, la hotelería, la principal fuente de trabajo local, no suele tomar personal "negrito" en la recepción. Para la cara del hotel requieren "buena presencia", en cambio, los contratan como maestranzas o mucamas al dar el physique du rôle ideal. Obviamente, tal discriminación trae aparejada una diferencia monetaria apreciable entre ambas categorías.


Más allá de la nieve, el chocolate, la estatua ecuestre de Julio Argentino Roca, o haber sido refugio de nazis connotados, hay un tema pendiente que tiene que ver con Dios, o mejor dicho, con la Casa del Señor.

Frente al lago, se encuentra la Catedral de Bariloche consagrada a "Nuestra Señora del Nahuel Huapi". La construcción de 1947 fue levantada por el arquitecto Alejandro Bustillo y su equipo, que también erigió el Llao Llao y el Centro Cívico. Convengamos que una Iglesia es la Casa de Dios, donde sus fieles concurren a orar, en busca de calmar su aflicción, a reconocer errores y tratar de enmendarlos y, en definitiva, a hermanarse con el resto de la feligresía del que es claro ejemplo ese instante del rito católico cuando se "dan fraternalmente la paz" unos a otros.


Próximo al final de la obra, Alejandro Bustillo y su hermano Exequiel, presidente de Parques Nacionales le sugieren a monseñor Nicolás Essandi, a cargo de la diócesis, que los diseños de los vitrales podrían tener relación con la historia local. Al monseñor le parece buena idea y pone manos a la obra. Las sugerencias de sus diseños son enviadas a Buenos Aires, donde el especialista francés Enrique Thomas les dio forma. Para darnos una idea del pensamiento del salesiano Essandi, podríamos echar un vistazo a su primera carta pastoral como obispo de Viedma: "¿Qué era la Patagonia al llegar los salesianos? Una región inmensa, ignorada y hasta llamada maldita. La expedición del general Julio A. Roca durante la presidencia del Dr. Nicolás Avellaneda, en el año 1879, abrió la entrada al desierto y quebrantó el ímpetu y la fiereza de sus indómitos moradores."


La Catedral posee una serie de vitrales policromados que filtran la luz solar descomponiéndola en haces de colores en virtud de los esmaltes. La técnica empleada es muy lograda, imposible negarlo. Los de la sección inferior son más de una veintena, y tienen dos secuencias perfectamente diferenciadas...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Marcelo Valko