Toneladas de libros consumidos por el fuego. La quema de miles de ejemplares del Centro Editor de América Latina fue otro de los grandes crímenes de una dictadura asesina. En este artículo, un repaso por aquel episodio de 1980 en un descampado de Sarandí, que vino a confirmar la sentencia del poeta alemán Heinrich Heine: “Donde se queman libros, se terminan quemando también personas”.
El 26 de junio de 1980 la historia, la peor de las historias, volvía a reeditar su rostro de fuego. La Dictadura cívico-militar-eclesiástica encabezada por Jorge Rafael Videla, finalizando el exterminio de personas, vuelve su interés hacia los libros. En una redada en el Centro Editor de América Latina capturan 24 toneladas de páginas "subversivas". Más de un millón y medio de libros fueron llevados en varios camiones a un descampado de Sarandí. Allí, aunque parezca cosa de no creer, un juez federal estaba presente para supervisar "la orden judicial de quema". Y como si esto fuera poco, el magistrado mandó tomar una serie de fotografías de la hoguera donde ardían millares libros con la finalidad de dejar constancia de la incineración y que no lo acusaran de haberlos robado y vendido. Boris Spivacow, el editor del CEAL, fue obligado a presenciar la quemazón de todo ese conocimiento que había puesto en manos del público a través de 5 mil títulos a precios populares. Un conocimiento reducido a humo y ceniza. Cuatro años antes, el 29 de abril de 1976, el general Luciano B. Menéndez se había adelantado quemando unos centenares de textos expurgados de las librerías cordobesas considerados "perniciosos" por "afectar al intelecto y a nuestro modo de ser cristiano".
El miedo al otro, a pensamientos diferentes, siempre infunde temor y temblor. Y más aún, un terror que genera irracionalidad. El huevo de la serpiente deviene en fanatismo y la percepción del otro se altera, se contamina de fantasmas y diablos. el 10 de mayo de 1933, unas décadas antes del librocidio perpetrado por la Dictadura, sucedió otro tanto en Berlín. Bajo la supervisión del ministro de propaganda Joseph Goebbels, las juventudes hitlerianas quemaron cuarenta mil libros de autores considerados antialemanes. Tal locura, inspiró al escritor estadounidense Ray Bradbury su notable novela Fahrenheit 451, donde describe la resistencia de una comunidad en la que cada persona había aprendido de memoria un texto, para salvarlos de la quema. Pero el fuego de la hoguera aun viene de más lejos. La espiral de terror ante el pensamiento plasmado en los libros que comenzó a liberar la imprenta, proviene de más atrás. En 1559 surge el Index Librorum Prohibitorum, el catálogo de libros prohibidos por el Vaticano. Una década antes de que fuera promulgado el listado papal, la España Católica se adelanta y crea su propio Index de autores, libros e ideas peligrosas. A esa altura, la furia irracional había cruzado el océano atlántico derramando su venenoso temor sobre el conocimiento de las culturas americanas donde también ocurrieron eventos semejantes a manos de los "Extirpadores de idolatrías y bestialidades"...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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