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En la calle

Pablo Piovano: El país de los agrotóxicos

Las imágenes conmueven. La cámara del fotógrafo Pablo Piovano registra la realidad de miles de argentinos en varias provincias del interior. Una realidad oculta bajo la alfombra del dinero de Monsanto y de las corporaciones de agrotóxicos y sus socios, los políticos de la gestión de turno. En este caso, las fotos de Piovano son un recorte de un debate urgente y necesario: ¿qué intereses defienden aquellos que respaldan la lógica del agronegocio y el extractivismo? ¿Qué país está sembrando Monsanto, en silencio y con los bolsillos llenos?

¿Cuáles son los límites de la vida de un ser humano? Esa es la primera pregunta que emerge después de recorrer la muestra que presentó el fotógrafo Pablo Piovano, hasta fines de abril en el Palais de Glace, sobre los efectos de los agrotóxicos. La situación de los pueblos fumigados es cada vez más crítica y esta exposición cala muy hondo y va hasta las últimas consecuencias para retratar el padecimiento. "Su cuerpo y su voz son una denuncia", dice Piovano, haciendo referencia a uno de los casos vivos y de contacto directo con estos agroquímicos debido a su trabajo de tantos años de carga y descarga. Desde la Justicia argentina, lo único que se comenta con respecto a estos casos es que no existen pruebas suficientes. Al parecer, no alcanzan los ejemplos de cáncer o de malformaciones.

Piovano se sumerge en un recorrido que comenzó a profundizar por su cuenta, sin recibir apoyo de ninguna entidad pública o privada. Se lanzó a esta búsqueda para saber qué estaba pasando cuando tuvo sus vacaciones en el matutino para el cual trabaja. Así fue: auto, ruta, cámara en mano y acercamiento con pruebas contundentes. Este trabajo le valió premios importantes pero la situación retratada, hasta el momento, sigue sin salir a la luz en los espacios mediáticos de mayor alcance.


–¿Dónde surge la idea de este proyecto?


–Principalmente de los datos que llegaban de la red de médicos de pueblos fumigados, que eran alarmantes. Cifras que estaban replicando solamente en medios alternativos y que no estaban en los medios concentrados. Si bien era un escenario incierto, tenía una emergencia sanitaria y salí a ver que estaba sucediendo con toda esa situación. Estamos hablando de casi un 60 por ciento de territorio cultivable del país sembrado con transgénicos (semillas genéticamente modificadas), con un cóctel de 370 millones de agroquímicos que en el mundo, por persona, es la cifra más alta del planeta. Una cosa que después responde a una gran cantidad de casos oncológicos y malformaciones.


–¿Cómo se comportó la gente de los pueblos que visitaste para fotografiar?


–Me han abierto las puertas de todas las casas que visité. Han sido muchas, realmente. Antes de llegar realicé un par de meses de investigación previa, sobre todo con médicos, y en algunos pueblos hay listados. Son relevamientos que va haciendo cada organización de pueblos fumigados. Estas personas van haciendo informes casa por casa y algunas organizaciones tienen ese listado de quiénes son, qué afección tienen y sobre todo la cercanía a zonas de impacto. Zonas muchas veces fumigadas desde aviones aeroaplicadores que tienen una deriva de más de 32 kilómetros que no pueden controlar.


–¿Esos listados te ayudaron para dar con ciertos casos?


–En algunos pueblos sí, pero hubo un personaje que fue clave: Fabián Tomasi. Él se declara un ejemplo vivo del impacto de los agroquímicos. Fabián, en este momento, es la única voz viva de esta situación. Su cuerpo y su voz son una denuncia. Tiene una gran claridad. Trabajó durante muchos años en tareas de carga y descarga de agroquímicos en aviones, por eso no hay manera de decir que su afección física no deviene justamente de esa labor y del contacto más claro con los agroquímicos. Tiene politraumatismos tóxicos severos, no puede usar las manos y constantemente está denunciando todo este escenario, así que de alguna manera fue él quien me dio la dimensión de todo lo que estaba sucediendo y quien también me ayudó a trazar un camino...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Gustavo Grazioli