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Nota de tapa

Chaplin subversivo

Llegó al cine para cambiarlo todo. A través de la comedia y de la risa, desnudó las miserias del capitalismo y puso en primer plano las desventuras de los pobres y los anhelos de los trabajadores. Encarnando un personaje entrañable y popular, se burló de los poderosos y pagó el precio de crear y transgredir en un país que lo hostigó como una amenaza. Crónica de un subversivo que sigue vigente.

1. Como divertida metáfora, Chaplin irrumpe en la pantalla grande robando cámara. Literalmente, su primera aparición en el cine como protagonista, en la película Kid Auto Races at Venice de 1914, es en el rol de un espectador desesperado por captar la atención de la cámara. Inadaptado, caprichoso, irreverente, el personaje resiste los empujones y las patadas del camarógrafo que, cansado de sus interrupciones, lo expulsa una y otra vez del plano para filmar en paz la carrera de autos. Pero no hay caso, el pequeño sujeto de bigote y bastón cae al piso, sale corriendo, pero siempre vuelve. Insiste y se para justo allí donde no debe, como si un extraño hechizo le exigiera cruzarse por delante, sonreír a cámara, acomodarse su traje desvaído y ensayar pasos elegantes. A veces simula indiferencia o confusión, pero insiste con su obsesiva molestia. El tipo va y vuelve, como si sospechara algo que nosotros no vemos. Como si supiera que allí, frente a la cámara, está su lugar. Y entonces, ya no interesa la carrera ni los autos que pasan rasantes a los costados. Sólo importa él. El inadaptado, el molesto, el desubicado que no entiende razones y que termina, desatado definitivamente, haciéndole morisquetas a la cámara.

Si bien había realizado ese mismo año otros papeles menores en films de Keystone Studios, recién en aquella breve cinta de siete minutos emerge un borrador del personaje que lo haría inmortal: Charlot, el vagabundo. Y lo hace, decíamos, robando cámara, porque parece tener todo en contra. Sólo el hambre de protagonismo le exige insistir. Como si el cine fuera un objeto ajeno del que debe apropiarse por la fuerza para sobresalir, un ambiente hostil donde se arrebata para que los demás lo vean y festejen su mínima hazaña. Porque conoce su talento, porque advierte una audiencia ávida de comedia, porque viene de abajo, porque tiene hambre y deseo.Por todas esas razones, Chaplin toma el cine por asalto.


2. Más allá de la escuela del teatro burlesco que lleva en la sangre, en lo simple y cotidiano, en lo extremadamente popular y suburbano de sus desventuras, radica una llave para abrir la puerta de Chaplin y para comprender también el proceso de transformación de su personaje. En sus inicios, el cine se impuso como "el teatro del pobres": si el teatro era históricamente el espacio preferido por la burguesía para su distracción, el cine lo sería para los trabajadores y las clases populares. Sería, desde entonces –junto con el circo–, un lugar de evasión, aun cuando en la pantalla se proyectaran historias ajenas a su universo cotidiano, plenas de máscaras nobles que peleaban por un honor ajeno. Entonces llega Chaplin, uno de ellos, con un pasado gastado en vodeviles y bares de mala muerte, con una infancia de hambre y soledades callejeras, con la comedia como único disfraz y una máscara mínima: un bigote absurdo, un bastón inútil, un traje antiguo y desparejo. Con esos elementos, Chaplin rompe todo: "Me espantan los temas shakesperianos que requieren reyes, reinas, personajes augustos y toda su pompa. No me puedo identificar con los problemas de un príncipe. Cuando yo luchaba por ganarme el pan, rara vez me sucedían peripecias en las que el honor fuese un factor principal", explicaba. Por esa razón, el público se conmueve con sus historias: porque Charlot puede ser cualquiera. Porque en el cine se refleja su propia existencia, sus dilemas y sueños, sus problemas y tragedias, y en ese extraordinario estofado entre la risa y la fatalidad, entre lo triste y lo cómico, se dibuja el perfil de la existencia de tantos otros (pobres, excluidos, desesperados, inmigrantes) que, como Charlot, buscan su lugar, padecen humillaciones y no se resignan nunca a dejar atrás la esperanza.

Para el dramaturgo Darío Fo, Chaplin "siempre se sintió el campeón de este pueblo de desechos, siempre quiso sentir su pulso: la prueba es que, finalizado el primer montaje de cada película, lo proyectaba en público –público periférico y popular– para sentir los ritmos, verificar los tiempos, la aceptación o el rechazo de las pausas. Yo creo que Chaplin trabajaba con el público metido en la cámara. Chaplin siempre actuó como en el teatro, como si hubiera una platea que le marcara el ritmo"...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Hugo Montero