Crítico lector del presente de los medios, Rodolfo Braceli propone un diagnóstico sobre la realidad de la comunicación en la Argentina. Lejos de los lugares comunes, el hombre que transformó la entrevista en un género destacado dentro del universo del periodismo cuenta algunos secretos del oficio para enfrentar el desafío: un entrevistado, un grabador y una charla por delante.
Rodolfo Braceli tiene 74 años y conserva el acento de su Luján de Cuyo natal, en la provincia de Mendoza. Aunque hace cuatro décadas y media que vive en la ciudad de Buenos Aires, tiene la tonada y la picardía para el giro lingüístico inesperado que le valió en las redacciones los apodos de El Gaucho o El Payador Perseguido. Su voz tiene una cadencia de siesta provinciana que cautiva al interlocutor y le hace bajar la guardia. En ese preciso instante, El Gaucho mete la frase que sorprende y desarma al entrevistado. Maestro de periodistas y cultor del género de la entrevista, Braceli denomina a ese momento como "la pregunta pavota". Sin academicismos y con gran intuición sabe cómo desbrozar la maleza que rodea a los personajes que fueron tapa en revistas y diarios del país y el mundo. Famosos y desconocidos sucumbieron ante la mirada y el tono campechano de este hombre que, de haber nacido en Oriente, habría sido encantador de serpientes.
Escribió en los diarios Los Andes, Mendoza, El Diario, La Razón, La Nación; también para revistas como Gente, Playboy, Siete Días, La Semana y El Gráfico, entre otras. Es autor de una treintena de libros; el más reciente, Células de identidad, que editó Octubre, en 2014. Escribió obras de teatro, poesía, ensayo, cuentos. Fue traducido al inglés, francés, italiano, coreano, polaco y quechua. Su lista de entrevistados es enorme. Necesitaríamos armar en nuestra cabeza un puesto con las tapas de los últimos cincuenta años y ahí, detrás de personajes y titulares, está la firma de Rodolfo Braceli.
Con oficio, rompió la protección que da la exposición pública para que los famosos quedaran a la intemperie; también amplificó la voz de hombres y mujeres anónimos, como el hachero Valentín Céspedes, de Pampa del Infierno en la provincia del Chaco, y lo hizo conocido en todo el país.
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Gabriel García Márquez, Abelardo Castillo, Ray Bradbury, Alicia Moreau de Justo, Marcelo Tinelli, José Ignacio Rucci, Niní Marshall, Ricardo Balbín, Isabel Sarli, Armando Bo, Luis Federico Leloir, Juan Carlos Altavista, Juan Manuel Fangio, Amalia Lacroze de Fortabat, Susana Giménez, Moria Casán, Sandro, Nicolino Locche, Raúl Soldi, Leonardo Favio, Antonio Di Benedetto, Atahualpa Yupanqui, Carlos Monzón, Alberto Olmedo, Charly García, Alfredo Alcón, Julio Bocca, Raúl Alfonsín, Roberto Goyeneche, Alejandro Agustín Lanusse, Hermenegildo Sábat, Hugo Gatti, Norberto Alonso, Roberto Fontanarrosa y Juan Gelman son algunos de los nombres y apellidos que integran la galería de reporteados por Braceli que, además, tiene cosas para decir en primera persona sobre la importancia de la poesía como pan nuestro de cada día, el papel de algunos "medios de descomunicación", la necesidad de escuchar al otro y lo importante que es para los periodistas defender la libertad, así no se convierten "en dactilógrafos a sueldo, meros voceros, unos pobres infelices".
En esta entrevista con Sudestada, Rodolfo Braceli cuenta la clave para que los personajes entren ante él en un estado de confesión, explica por qué la memoria es la forma más ardua de la esperanza.
?En Madre argentina hay una sola crítica al país como "un sitio tan propenso a la exaltación y las confusiones", donde la frivolidad es "convertida en religión y en forma de vida". ¿Los medios contribuyen para acentuar esas características?
?Los medios son decisivos en esa jodida contribución. Por medios yo entiendo los "pulpos medios de descomunicación".
?Concretamente, ¿a quiénes se refiere?
?Me refiero a Clarín, La Nación y furgones de cola, por ejemplo editoriales como Perfil y Atlántida. Y por supuesto a las radios y canales que integran sus flotas. Si es por ser concreto, nombro al grupo de diarios que encarnó la, por decir así, larguísima dictadura de Papel Prensa. Estos medios –últimamente a rajacincha– vienen trabajando para la confusión, la exaltación, el triunfalismo que es euforia y para el derrotismo, que es euforia al revés, es decir depresión. Una demostración de esto la encontramos en el tratamiento de la desguerra de Malvinas, o de cualquier Mundial de fútbol o, recientemente, en el tratamiento del caso Nisman. Cuando escribí aquello de la "frivolidad convertida en religión y en forma de vida" fue a comienzos de la década del noventa. Eso no ha variado. Pero el rasgo de la des-comunicación actual está alevosamente dirigido a la siembra de la paranoia. Esta siembra supera a la de la devastadora soja. Se celebran las malas noticias y se ningunean las noticias alentadoras. En materia de inseguridad todo se relata como si fuera novedad, se riega la frase "nunca se vio algo así", se crea sensación de fin del mundo. Esa paranoia, tan inoculada, se ha convertido en ideología. De derecha, por supuesto...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
Un copado
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