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Editorial

Los dueños del circo

“La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea” Eduardo Galeano

Lejos del murmullo triste de sus lectores, que ya lo extrañan. Lejos de esa incómoda realidad que hay que enfrentar todos los días. Más lejos todavía de los problemas cotidianos en cada barrio, de la policía traficando la vida de los pibes en cada esquina, de los medios estigmatizando al pobre y al joven, de los patrones del agronegocio multiplicando sus sicarios, de los burócratas sentados en la mesa de quien paga sus comisiones, del vampiro extractivista que saquea en silencio y sin complejos, ellos toman carrera y se preparan. Comienza el espectáculo. Codazos televisados, sonrisas pegadas con engrudo, hipocresía de gimnasia delicadamente custodiada, voracidad por un voto. Ya está todo listo. Ahora sí, llega el momento de alimentar al aparato hambriento de punteros, de barrer bajo la alfombra viejas banderas y cambiar de aliados, de cobrar favores a los mercenarios del micrófono, de aceitar la maquinaria electoralera de lugares comunes a la medida de las exigencias de los privilegiados, que se quejan y se indignan. Ya se corre el telón. Los actores protagónicos salen a escena, todos cortados por la misma tijera, todos frutos de una misma matriz política. En el fondo, casi a oscuras, intentan asomarse los convidados de piedra, los que sueñan con colarse en la fiesta de la democracia, los que festejan el guiño amigable de un conductor de televisión, los que se impostan para parecerse en todo lo posible a quienes cuestionan. A la distancia, siguiendo ese despliegue casi con desinterés, los dueños de todo se relamen: la continuidad de sus negocios está garantizada, la propiedad privada es la enseña patria intocable, la explotación es la materia prima para sus ganancias. Todo en orden para ellos. Y por encima de todos, el espejo atrofiado que transmite en vivo las veinticuatro horas, que distorsiona y distrae, que exagera y miente, que estafa y empuja para donde conviene.

Frente al show de luces y colores, un auditorio multitudinario de jóvenes, de trabajadores, de vecinos, que siguen con atención espasmódica el desarrollo de la tragedia. Que escuchan con desconfianza el cuento de quienes proponen cambios y, hasta hace unos días atrás, compartían el mismo proyecto que ahora pretenden reformar. Que no terminan de creerse la justificación uniforme que advierte "el otro es peor", o aquella otra que propone "somos lo menos malo". Porque, en definitiva, saben que cuando cae el telón, la vida continúa. Y habrá que tomarse el tren y volver al barrio, y madrugar al otro día y salir a trabajar. Porque intuyen, en todo caso, que la política no puede ser patrimonio de los dueños del circo.


Galeano

Nos toca, en este número, despedir a un grande de las letras y las historias en Latinoamérica; pero también, casi, a un amigo de la casa. Eduardo Galeano falleció el 13 de abril pasado y las palabras se quedaron un poco huérfanas con su partida. Las ya dichas, las inventadas en las fusiones que gustaba construir, y las que aún no nacieron y quedarán latentes hasta que alguien vuelva a retomarlas. A ese escritor que fue capaz de demoler a su libro más reconocido, Las venas abiertas de América Latina, varias décadas después de haberlo escrito ("Esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima"), no es posible hacerle una despedida pomposa, cargada de adjetivos y grandilocuencias. No seríamos justos con él, con su manía de recortar, con su obsesión por encontrar la palabra justa, con su gusto por la simpleza y la cercanía. Por eso preferimos que la ausencia vaya decantando: ya no asistiremos a su presencia en lugares donde estén quienes necesiten hacer escuchar su causa; tampoco a su reflexión atinada ante alguna injusticia cometida; pero sí tendremos siempre (y seguirán teniendo las genereaciones venideras) la manera de acercarnos mientras un libro abierto nos devuelva una historia, un relato, para seguir construyendo mundos un poquito más justos.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.