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En la calle

Puertas adentro: La Villa 21 en imágenes

Entre sus pasillos, se tejen las historias de un grupo de personas que trabajan todos los días para quienes menos tienen. Marginación, desocupación, solidaridad y sueños perdidos que se cruzan en sus palabras. Otra cara de una realidad.

Desde la estación Buenos Aires, la Villa 21 apenas se divisa. Este extenso asentamiento de casas y pasillos está rodeado de grandes fábricas abandonadas, y hace apenas veinte años era un enorme terreno baldío. A metros de la cancha de Barracas Central, pasando un par de vías abandonadas, una calle estrecha hace las veces de entrada al barrio Tierra amarilla. La avenida Iriarte corta la villa por la mitad, y en sus veredas se pueden ver desde puestos que arreglan calzado hasta peluquerías al aire libre. Tres grandes bloques componen el complejo ubicado en el corazón de Parque Patricios: la villa 21, la 24 y el barrio Tierra amarilla, todos adentro de los límites naturales que forman el Riachuelo, la calle Iguazú, la calle Luna y vías de la ex línea Roca.

En la villa 21-24 viven, según datos obtenidos de la parroquia Nuestra Señora de Caacupé, unas 5.500 familias. Si pensamos que cada núcleo familiar tiene por lo menos 5 integrantes -para no irnos a los casos extremos de Mariela y Raúl, que superan la docena- el cálculo da un total aproximado de 27.500 habitantes. Todos, reunidos en las 60 hectáreas que componen el asentamiento, uno de los más densamente poblados del país.

Según la propia iglesia -que no es la única que predica la fe en la villa, ya que hay por lo menos una docena de templos evangélicos, pentecostales y de otras ramas- la desocupación en la villa supera el 50 por ciento de las personas. En general, quienes trabajan lo hacen, si son hombres, en la construcción y si son mujeres, en el servicio doméstico, además de las empresas de limpieza de oficinas. Quienes trabajan de manera informal, lo hacen en changas de construcción y en el cirujeo, en especial la recolección nocturna del cartón. Además, hay muchos comerciantes, remiseros truchos, kioscos en las casas y otros negocios.

Hace un tiempo, a la villa no entraban los carteros, porque Correo Argentino había catalogado el lugar como "zona peligrosa". Ahora, pese al reclamo de la gente y el compromiso oficial de regularizar la situación, es difícil ver a los operarios de otros servicios públicos por las calles de los barrios. "Si se rompe algo, lo tenés que arreglar vos, porque nadie entra acá", afirman.
Al fondo de uno de los pasillos se encuentra el comedor comunitario Tierra amarilla. Allí trabaja Mariela con un grupo de chicos de la villa, dándole de comer a casi cien pibes, hace unos cuatro años. Mariela tiene 27 años, una hija y una larga historia de trabajo en la 21. Cuando llegó a la que ahora es su casa, hace veinte años, el paisaje era distinto: grandes terrenos deshabitados, largos pastizales y apenas un puñado de casitas bajas.
Con el correr de los años y de las repetidas crisis, la villa 21 se fue convirtiendo en el monstruo superpoblado de pasillos y construcciones precarias.

Todo en la villa 21 parece estar apretado. Mariela sabe de eso. En su casa, donde funciona el comedor, vive con 6 de sus 16 hermanos. Además, por día, recibe a los casi cien chicos que le da de comer, siempre por la noche.
Junto con Mariela trabaja Raúl, un joven de 19 años que ayuda a lavar o cocinar. Para un chico de su edad la villa no ofrece demasiadas opciones a la hora de divertirse. O se prende en un picado, o va a jugar a los videos. La calle, dice, no está para otras cosas. O por lo menos a él no le interesan.

Raúl también viene de una familia numerosa. Son 14 hermanos. Quizás por eso le gusta ayudar a los chicos, hacerles la leche o juntarse con la gente del comedor para organizar alguna actividad y así poder juntar plata. Sentados en el patio de la casa de Mariela, los chicos llegan para hacer los deberes. Es sábado, pero no importa, ellos están firmes con los útiles en la mano. Mientras Mariela prepara unos mates, llega Mirta, su mamá, que está aprendiendo a leer y escribir en el punto de alfabetización que funciona en el comedor. También se acerca Mercedes, una de las cocineras. Ellos son parte de una realidad instalada a 55 cuadras de la Casa Rosada, que con sus palabras sencillas y directas nos ayudan a entender mejor....

La nota completa en Sudestada n°35.

Comentarios

Autor

Walter Marini

Autor

Diego Lanese