Fue una de las figuras trascendentes del marxismo internacional pero, por distintas razones, su obra y su pensamiento político quedaron en el olvido durante largas décadas. ¿Quién era esta revolucionaria que arengaba al proletariado alemán pese a los prejuicios de género? ¿Por qué se enfrentó durante toda su vida al reformismo cómplice de sus verdugos? ¿Por qué sus escritos más importantes se editaron luego del Mayo Francés? ¿Por qué recién tras la caída del muro de Berlín su legado teórico comenzó a estudiarse? Interrogantes para una vida apasionada, marcada por una revolución interrumpida.
Cuando, en la madrugada del 15 de enero de 1919, el cadáver de Rosa Luxemburgo se hundió en las heladas aguas del canal Landwehr, muchos se alegraron. Desde su ejecutor directo -un ignoto soldado de los llamados cuerpos libres, o Freikorps-, hasta los responsables intelectuales del brutal asesinato -los líderes de la derecha del Partido Socialdemócrata Alemán en el poder-, pasando por toda la burguesía y su prensa que, unos días después, los felicitaba efusivamente: "El canciller del Reich, Ebert, con la completa colaboración de un diligente cuerpo militar, ha declarado que las calles vuelven a ser seguras para los hombres y las mujeres de Berlín. ¡Hurra! Faltando escasos días para la elección de la Asamblea Nacional, hemos de dar las gracias a este gobierno provisional por la rapidez con que ha aplastado la insurgencia inspirada por los bolcheviques (...)".
¿Por qué esta pequeña mujer era tan peligrosa para la socialdemocracia y la burguesía alemanas? ¿Por qué fue necesario arrancar la "rosa roja"?
Los primeros pasos
En 1871 Rosa nace en un pequeño pueblo de Polonia, en el seno de una familia judía de clase media. Ya desde su adolescencia queda claro que las promesas de ascenso social individual o las meras satisfacciones de la teoría no le bastaban a esta joven rebelde e inquieta que comienza a comprometerse tempranamente con la vida política de su país. Polonia estaba bajo el control de la Rusia de los zares, pero poco a poco se iban gestando y fortaleciendo diversos movimientos independentistas con los que Rosa comienza a involucrarse desde los 16 años. Así es que, a poco de finalizar su educación media y ante la noticia de su inminente detención, tiene que escapar hacia Suiza, escondida en una carreta cargada con heno.
En Zurich no sólo estudia la carrera de Ciencias Políticas, en la que se doctora con honores con una tesis sobre el desarrollo industrial de Polonia (es, además, una de las pocas mujeres en conseguir ese lauro), sino que entra en contacto con todo el movimiento de revolucionarios exiliados de Rusia.
Desde el extranjero había sido parte fundamental, primero de la fundación del Partido Socialista de Polonia y luego, del Partido Socialista del reino de Polonia y Lituania (PSPyL), del que será una dirigente fundamental hasta el día de su muerte. Allí también conoce al gran amor de su vida, Leo Jogiches, otro dirigente polaco en el exilio, con quien compartió muchos años de vida en común (con constantes separaciones debidas a cárceles, exilio y traslados militantes) y una siempre fecunda relación de debate político. Leo, un experto organizador en la clandestinidad, también era la "caja de resonancia" que muchas veces necesitaba Rosa para profundizar sus elaboraciones políticas. Las cartas que le escribió ella a lo largo de su vida componen uno de los más bellos epistolarios de la historia.
Como fundadora y referente ineludible del PSPyL, Rosa comienza a hacer sentir su voz profunda y original mucho más allá de las fronteras suizas. Sus puntos de vista polémicos sobre la cuestión nacional (críticos a contracorriente del nacionalismo polaco) se hacen escuchar en Alemania e incluso obligan a los popes -Kautsky, Bebel, Bernstein y otros- del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD por sus siglas en alemán) a "legitimarla" como interlocutora.
En 1898 Rosa se ve ante la necesidad de tomar una de las decisiones más difíciles de su vida, la de trasladarse a esa ciudad "gris y odiosa" de Berlín para militar en el partido socialdemócrata alemán, epicentro insoslayable del movimiento socialista internacional.
El gran salto
Así, esta joven outsider de menos de 30 años llega a Berlín con el siglo XIX agonizando para intentar abrirse camino en la meca del socialismo internacional. En ese momento, el SPD era un partido de cientos de miles de afiliados, que pocos años más tarde contaría sus votos por millones y que llegaría a tener más de 100 diputados en el Reichstag (parlamento), que publicaba más de 90 periódicos, dirigía teatros y tenía bibliotecas propias.
Los monstruos sagrados del partido (los discípulos y "herederos" directos de Marx y de Engels) nunca supieron cómo relacionarse con esta "pequeña rosa" que pronto supo mostrar sus espinas. En primer lugar, declinó tajantemente la tramposa oferta de Bebel de dedicarse a la cuestión "feminista", probablemente porque sospechó que la propuesta pretendía limitarla a las cuestiones de género como forma de alejarla de las discusiones más generales del partido. Por esta elección de no involucrarse en el sector del partido dedicado a las cuestiones de género, muchos analistas le asignan una posición "antifeminista", pero esto no parece ser lo más correcto. Rosa no sólo apoyó y avaló constantemente las elaboraciones sobre el tema de su íntima amiga Clara Zetkin, sino que -si bien no pueden encontrarse elaboraciones específicas de Rosa- nadie puede citar en ningún texto lo contrario. Más bien fue un tema en el que, reactivamente, eligió no involucrarse, decidiendo dedicar su enorme capacidad teórica y práctica a intervenir en las cuestiones candentes que estaban debatiendo el partido alemán y el socialismo internacional en aquellos momentos.
Reforma o revolución
A fines del siglo XIX una de estas cuestiones tenía que ver, sin ninguna duda, con las formulaciones que Edward Bernstein venía proponiendo como nuevas bases del partido. Bernstein, quien contaba con el prestigio de haber sido secretario de Engels, publicó en Neue Zeit, órgano teórico del SPD, una serie de artículos en los que proponía una revisión radical de algunos principios marxistas clásicos. Dando cuenta del "efecto demostración" que tenía la estrategia democrática y parlamentaria para el partido -que no paraba de crecer en influencia, votos y sindicatos-, Bernstein se atrevió a formular teóricamente lo que ya hacía como práctica cotidiana buena parte del partido alemán; es decir, puso en negro sobre blanco una hipótesis de transición pacífica y ordenada del capitalismo al socialismo, sin revolución y basada sólo en una acumulación constante de fuerzas por las vías legales. Así, Bernstein teorizó el rol central de las cooperativas y de los sindicatos, junto con la extensión gradual de las conquistas democráticas, como gérmenes socialistas dentro del capitalismo, que podían ir creciendo y afirmándose hasta el momento en que pudiera producirse la transición casi de manera natural y sin convulsiones.
Estas formulaciones profundamente revisionistas, en principio, no encontraron objeciones por parte de Kautsky o Bebel, sino más bien pronunciamientos elogiosos. Tuvo que ser la "pequeña rosa" quien hundiera el escalpelo de la crítica en las farragosas elaboraciones bernsteinianas hasta dejar a la vista del partido el hueso profundamente contrarrevolucionario que las sostenía. Primero en dos artículos publicados en 1898 y 1899 y luego en un folleto que los reunía bajo el nombre de "Reforma o revolución", editado en 1900, Rosa desnudó, con una clarividencia que luego le reconocerían a menudo los bolcheviques, las tendencias profundamente reaccionarias y reformistas que se incubaban en los escritos de Bernstein y que encontraban "naturalmente" cobijo en un partido alemán mal acostumbrado a escoger vías de lucha legales y parlamentarias.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 91 - Agosto 2010)
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