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Dossier

Todas las voces del Cuchi (Primera parte)

Nada es igual desde el Cuchi Leguizamón: con sus creaciones a la vez de raíz y de vanguardia, el pianista, compositor y poeta salteño, revolucionó la manera de concebir e interpretar la música folklórica. Irreverente e ingenioso, fue además abogado, profesor, político circunstancial, y compartió búsquedas y canciones junto a muchos poetas; eligió caminar las calles oyendo los sonidos de su provincia y, sin dejar de sonreír, sin atender fronteras, reunió la música popular y la universal. A diez años de su fallecimiento, queda mucho por redescubrir de su vida y de su música.

¿Quién puede seguirle los pasos al Cuchi Leguizamón? ¿Qué queda pendiente, con él, hacia él, para todos nosotros? ¿Adónde está esperando él, salteño y universal, músico de acordes inasibles en el piano y zambas y ritmos para siempre? Gustavo Leguizamón, melodista y cancionero intuitivo, memorioso de las tardes provincianas, amante cocinero, del vino y los recuerdos en compañía, fue y sigue siendo una figura impredecible para la música popular argentina. En septiembre habrán pasado diez años de su fallecimiento (nació en septiembre, también, allá por el 17), y aún queda por redescubrirlo, por recorrer su obra, su magia y sus deseos cotidianos.

Un tipo inquieto, el Cuchi: de risa desbordante, y tentadora, era un desprejuiciado de las melodías y arriesgaba cada vez que iba al piano para desperdigar planos sonoros, simple belleza. Con él, se abrió para el folklore, y más allá, una forma universal y amplia de concebir los sonidos de tierra adentro, sin límites entre la raíz y la vanguardia. Y a la vez, un revolucionario de la música criolla, claro, fue un hombre clásico salteño y de todas las regiones sonoras que conocía sin dejar de añorar su pago, bien contradictorio: tierra oligárquica y del pueblo, de privaciones y bagualas, del pueblo cantando misteriosamente, peleándole a la pobreza.

Esos silencios y tensiones cotidianas están también en sus zambas y chacareras, sus carnavalitos y cuecas; ahí andan las formas de la baguala de la Salta recóndita. Cuando salía de ese cosmos personal, el Cuchi elegía reírse de sí mismo y de su lugar en el panorama folklórico del país: el que le dejaban el mercado, los prejuicios, la mediocridad de quienes lo elogiaban desde lejos sin recorrerlo. Simplemente, desde las tardes que le marcaban el pulso y la cadencia de las cosas, se encargaba de hacer la música que necesitaba o podía. Quizá no importe tanto, entonces, descifrar las sinuosidades de su piano solo, las ideas en vuelo que llevó al Dúo Salteño, su proyección cantada. Todo eso está en el Cuchi y sigue esperando para quien desee, también oyendo, preguntarse algunos secretos de la existencia.

Las enunciaciones biográficas, aquí, no tienen puntos oscuros pero atrapan poco: nació el 29 de septiembre de 1917 a las 11 y cinco de la mañana en Salta, y dejó de estar físicamente el 27, en el dos mil, justo cuando estaba por cumplir 83 años. Ya no recordaba como antes, había olvidado cómo tocar el piano y los datos precisos de su vida, pero seguía riéndose. Enfermo se quedó en los últimos años, con tanta obra escrita de la que tal vez ya se hubiera desconectado, pero hay mucho por escucharse de él, adelante: el Cuchi, que había estudiado y orejeado lecciones de piano clásico de varios de los maestros de Salta, registró más de 80 obras pero se dice que compuso 300, por lo menos, sin perderse ni interesarse por la repercusión oficial, del mercado o de los festivales. Él iba hacia adelante. "Yo no me acuerdo cuántas obras registró en la Editorial Lagos", cuenta Emma N. Palermo, su esposa y madre de sus cuatro hijos: "El Cuchi no creía mucho en la proyección de la serie, en la proyección histórica de las personas. Por eso no tiene grabado tanto. No quería pelearse por las cosas económicas con las discográficas, pero tampoco le daba valor a la trascendencia".

El Cuchi no tiene muchas cosas grabadas por él mismo, apenas un disco del 69 poco escuchado -piano y voz, también anécdotas-, el registro de la música para el film La Redada, otro en vivo en Europa (del 91), una edición compilada por su familia para Página/12... Está, desde ya, en lo que le grabaron los del Dúo Salteño y en los incontables artistas que lo siguen versionando. "Mucha gente le ha grabado, claro, pero nunca ha podido vivir de eso ni mucho menos", dice Ema. Y eso que el Cuchi componía con todo el mundo: con el poeta Manuel J. Castilla, con quien tramó el dúo creativo más extenso y conocido; con Jaime Dávalos, Miguel Ángel Pérez ("Perecito", el autor de la zamba "Si llega a ser tucumana"), Antonio Nella Castro, Luis Franco, y hasta Borges y Pablo Neruda...

Así fue logrando esas obras tan modernas: faltarían páginas para nombrar, apenas, "Zamba del mar", "La panza verde", "Carnavalito del Duende", "Zamba de Lozano", "Zamba de Argamon¬te", "Maturana", "Zamba de Juan Panadero", "La Pomeña", "Zamba de Anta", "Zamba del Carnaval", tantas. Porque mucho antes de que emergiera (allá por el 67) el Dúo Salteño -Patricio Jiménez y Néstor "Chacho" Echenique-, el Cuchi ya recorría la música reuniendo escuelas y pasados. Provenía de una familia acomodada de Salta y se sabe que su padre, José María Leguizamón Todd, contador, era amante de la ópera; que su madre, María Virginia Outes Tamayo, había aprendido a silbarles a los pájaros para que volaran siguiéndola. Algo que él también hacía: en cada calle, iba silbando a los pájaros chalchaleros con la baguala en la cabeza, oía melodías en el aire y también las dejaba irse.

Y cuando pensaba en los sonidos de los cerros, insistía, "toda gran zamba encierra una baguala dormida: es un centro musical geopolítico de mi obra". Esas tesituras, esa geografía, están debajo de sus melodías sinceras, con disonancias y texturas alimentadas de la música dodecafónica e impresionista. Una relación bien familiar: si desde muy joven fue guitarrero y cantor, se crió además con otros colores. "Yo siempre me quedé con una pregunta -dice Emma-, porque Cuchi me dijo exactamente que el padre escuchaba a Igor Stravinsky, y yo no sé en qué época llegó Stravinsky a Salta, porque su padre murió cuando yo tenía 13, 14 años. No sé si esa idea del Cuchi la pone en el padre pero es él quien lo escucha".

Sea a través del padre, o de sí mismo, el Cuchi eligió cifrar su propio pasado musical. "Se construye un tradición porque no solamente habrá escuchado a Stravinsky, Schönberg, Erik Satie, Ravel, sino a Beethoven, sobre todo", sigue Emma, releyendo los primeros años. "Si no es del todo posible que sea el padre el que escuchaba Stravinsky, de todas maneras él cubre al padre con esta música. Se lo pregunté muchas veces pero siempre repitió lo mismo". El Cuchi estudiaría piano, también, con el maestro Artidorio Cresseri, autor de la zamba "La López Pereyra", bien tradicional: era imposible ser salteño y no tener el corazón ahí.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 91 - Agosto 2010)

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Autor

Patricio Féminis