Qué gracia le hubiera provocado a don Mariano Moreno la repetida tendencia a festejar con lujos y frases vacías el Bicentenario de una Patria que él y otros jacobinos como él imaginaron tan distinta? Si el ejercicio de revisar sentencias del pasado, dos siglos después, exige el esfuerzo de contextualizarlas en estrecha relación con sucesos singulares, más interesante resulta reparar en que también impone otro tipo de dificultades.
"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía", escribió Moreno en 1810, en una frase que suele ser carne de cita para las hagiografías de modernos historiadores.
Lejos de la estupidez publicitaria de una gestión que tiende a bautizar con el logo "Bicentenario" cada decisión asumida, aun las menos patrióticas –llegando al extremo de crear un "Fondo del Bicentenario" para pagar una deuda injusta a un grupo de usureros multinacionales–, recuperar las voces de algunos protagonistas de siglos atrás genera también el conflicto de releerlos en su complejidad. En ese sentido, no existe en nuestra historia un personaje más controversial que Mariano Moreno. Más allá de la manipulación de su breve vida política por parte de cierto progresismo temeroso hasta de la reforma más insustancial que pueda poner en peligro los intereses de sus aliados, el proyecto revolucionario que Moreno intentó imponer por estas tierras se aleja bastante de cualquier presunción "políticamente correcta". Es que Moreno es también el autor de aquél Plan Revolucionario de Operaciones que muchos historiadores desearían enterrar en el sótano de nuestra historia. Allí señala: "La moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una verdad; al contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus circunstancias no lo requieren; jamás en ningún tiempo de revolución, se vio adoptada por los gobernantes la moderación ni la tolerancia; el menor pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema, es un delito por la influencia y por el estrago que puede causar con su ejemplo, y su castigo es irremediable. Los cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos".
Disimulada entre tanto almidonado acto escolar, oculto en cada discurso oficial donde brindan los punteros y gestores del aparato, velado detrás de cada decisión que confirma la entrega del patrimonio y la continuidad del proyecto explotador, la Historia luce peligrosa. Por eso, tendrán que andar con cuidado quienes visiten viejas páginas en busca de sentencias útiles, porque el filo de la daga de Mariano Moreno los espera al final de párrafos como el que cierra ahora esta página: "Así no debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún estado envejecido o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre"
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