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Nota de tapa

Simón Radowitzky: un mito anarquista

Fue el vindicador anarquista de la sangre obrera derramada por Ramón Falcón durante la Semana Roja. Pasó dos décadas preso en el infierno del Penal de Ushuaia, la Siberia argentina. Uruguay, España y México fueron sus destinos en los años de libertad de un luchador que jamás renunció a sus ideas. Opinan Alejandro Marti, Carlos Penelas y Roberto Fernández.

1. No hay caso. A la nostalgia no hay con qué darle. Eso que intenta olvidar desde el primer día, desde el primer amanecer que presenció con los ojos húmedos en el puerto de Veracruz. Pero no hay caso. Cada mañana desde su llegada a México extraña el sabor despabilante de un mate caliente. Cuando camina rumbo a la fábrica. Cuando escucha las discusiones de los compañeros. Cuando vuelve a casa. Cuando la noche aparece y con ella los dolores en las piernas, la tos con sangre, los calambres en el cuerpo gastado. Contra la nostalgia no hay receta, lo sabe Raúl Gómez Saavedra. Ni siquiera ese nombre, esa identidad prestada de apuro para conseguir la nacionalidad mexicana, alcanza para dejar atrás el rigor de la memoria. No. Raúl Gómez Saavedra pierde cada mañana el duelo contra sus recuerdos. Y allí, en la soledad de su pieza pequeña, vuelve a saberse Simón Radowitzky. No el joven aquel, protagonista del atentado más notorio del siglo en un lejano país llamado Argentina. No el curtido presidiario nº 155 que aprendió en Ushuaia que hay algo peor que la muerte. No el soñador intransigente que nunca aprendió que escapar de allí era imposible, que nunca supo contener la furia de la esperanza cuando le quemaba las entrañas. No el hombre que imaginó mil veces su vida fuera de aquellos muros lúgubres. No. Ahora es un viejo cansado, aquejado por mil dolencias, que negocia con su artritis para trabajar como puede en una fábrica de juguetes, que regresa cada tarde a su piecita, una construcción improvisada en la terraza de una casa ajena.

Quince años en México y ni un solo día pudo derrotar a la nostalgia. Ese amanecer rojizo, la ventana abierta, la melodía del mar dándose la cabeza contra los acantilados, el murmullo de los compañeros, el olor a tinta de la prensa libertaria en el mimeógrafo, todo conspira contra Raúl Gómez Saavedra. Todo despierta del letargo a Simón Radowitzky, al silencioso camarada, al viejo respetado y escuchado por los jóvenes, al vindicador de la sangre obrera, al brazo justiciero del pueblo contra el tirano Falcón, al mártir de Ushuaia, al miliciano que se enfrenta contra el fascismo fusil en mano, al derrotado republicano que escapa del franquismo y se exilia en el México hospitalario a curar heridas incurables.

Radowitzky cierra los ojos, imagina un mate espumoso entre sus manos trémulas, y deja que los recuerdos hagan, otra vez, su trabajo.

2. Para cuando la ausencia del reo en su celda fue advertida por un guardia de la penitenciaría a las 9.22 de la mañana, el recluso nº 155 ya respiraba sus primeras horas de libertad. Poco antes de las 7, varios celadores podían jurar haberlo visto salir de su pabellón y formarse junto al resto de los 62 prisioneros derivados al sector Talleres, frente al Centro de Observaciones. Al menos un oficial del servicio garantizó su presencia cuando se pasó lista antes de trasladar a un grupo a la zona del aserradero, donde rompieron filas. Nadie pudo advertir cómo el preso nº 155 se escabullía en una pausa rumbo al baño, donde al parecer cambió sus ropas de presidiario (camisa y pantalón a rayas azules y amarillas horizontales) por el uniforme de un guardia que nadie sabía cómo había conseguido. Algún atento uniformado dedicado a la pesquisa pudo conjeturar que el reo había es­perado allí el tiempo necesario para tomar coraje y salir en busca de la libertad. Nadie podía terminar de creerlo: el indomable penal de Ushuaia había sido vulnerado por un solo hombre. El infierno del cual todas las autoridades argentinas se jactaban de haber diseñado a prueba de fugas era vencido por la audacia de un convicto tuberculoso y mal alimentado.

¿No habían leído las autoridades del invicto penal fueguino las escasamente camufladas advertencias vertidas en un artículo del diario La Protesta de mayo de 1918, cuando señalaban con prosa exquisita: "Amigo generoso, Simón, amigo del alma, vives sin esperanza, en la noche lóbrega de tu martirio circundado por fieras que te acosan, sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos, de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto celoso del recuerdo; estás constante en el pen­samiento de salvarte"? ¿Se habrían burlado, con la prepotencia de quienes confían más en la fama inexpugnable de esa edificación en el fin del mundo que en otras construcciones de entrañable fortaleza, del párrafo final del mensaje libertario que advertía: "Por ello, ya que tu no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para liberarte y no fallará quien encare esa tarea. Vayan a ti estas líneas com­pendiados los afectos de los seres que te aman; de los que comienzan a preparar el magno acontecimiento de volverte a la vida arrancándote de la ferocidad de los criminales carceleros, que tanto te han hecho sufrir"?

Ellos, los chacales, los esbirros de uniforme, pagarían por su torpeza. El 7 de noviembre de 1918, su prepotencia sería derrotada por el ingenio y la audacia de un joven llamado Simón Radowitzky.

La fuga de Ushuaia comenzó como se inician todos los proyectos imposibles: con un plan delirante que precisaba de paciencia, intrepidez y muchísima suerte para llevarse a cabo y del que, aun contando con todos esos elementos a su favor, nadie podía garantizar su exitosa resolución. Y los detalles de ese plan se ocultaban en las entrañas, vaya pa­radoja, de una Santa Biblia que los camaradas de Simón le habían enviado desde Buenos Aires como obsequio para el recluso más famoso del anarquismo argentino. Disimulado entre las tediosas páginas del libro sagrado, Simón advirtió la trama épica de una fuga que cobraba el perfil de aventura digna de ser ejecutada para escapar de aquel cementerio infecto con lo peor del género humano. El plan contaba con dos columnas, sin las cuales todo podía desmoronarse: el financiamiento de su amiga Salvadora Medina Onrubia y la puesta en práctica en las manos de otro anarquista que se había propuesto como voluntario para organizar el operativo: Apolinario Barrera, el mismo que en 1913 había terminado preso por firmar fogosos artículos en defensa del vindicador ácrata que atentó contra el coronel Falcón en 1909. Ahora, Barrera debía diseñar la estrategia para arrancar del calabozo a ese joven que había vengado la sangre obrera vertida en las calles de Buenos Aires por la represión policial durante la Semana Roja. Por eso viajó hasta la localidad austral de Punta Arenas, donde arribó el 20 de septiembre de 1918 con una identidad falsa, 3.000 pesos moneda nacional en el bolsillo y sin más equipaje que un mapa de Ushuaia, una linterna eléctrica, una bolsa con estampillas, y una pistola Webley y Scot con su caja de municiones calibre 32. Semejante arsenal debía alcanzar para llevar a cabo la fuga del siglo...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 87, abril de 2010)


Conseguí a través de Sudestada la biografía de Alejandro Marti sobre Radowitzky escribiendo a sudestadarevista@yahoo.com.ar


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Autor

Walter Marini y Hugo Montero