El fútbol del ascenso tiene una rica historia, mucho de mito y una crisis eterna, donde se mezclan violencia, pobreza, improvisación y negocios sucios. Pero en algún lugar está el hincha que sostiene la ilusión de llegar a ser grande, aunque a veces termina transformándose en el enemigo que le impide llegar a ese sueño. Historias y personajes que construyen una leyenda que resiste el paso del tiempo. Opinan Alejandro Fabbri, Norberto Verea, Eduardo Sacheri, Alejandro Apo, Ariel Scher, Ezequiel Fernández Moores y Daniel Console.
El fútbol de ascenso es un universo pequeño que encierra la identificación del club con un barrio. Un microclima de pasiones, roscas, y un posible negocio que en muchos casos nunca es tal. ¿Por qué razón un pibe se hace hincha de un club de la "D"? ¿Por una cuestión de amor filial? ¿Por una identificación con su lugar de pertenencia? Para el jugador, ¿qué sentido tiene jugar en las categorías menores sabiendo que nunca llegará a ser trascendente? y para el empresario ¿será el primer escalón para engrosar la cuenta bancaria?
El ascenso ya no es aquella postal romántica de antaño, pero todavía guarda cierto romanticismo. La cancha pelada, un único juego de camisetas, zapatillas en vez de botines, jugadores que viven para el fútbol y no de él, tribunas sin tablones, plateas sin butacas, un grupo de muchachos que se juntan para crear un club de barrio agarrados de la utopía de llegar a ser grandes algún día, son algunas de las características comunes que todavía subsisten.
En general, el fútbol de estos tiempos tiene como prioridad la ganancia para los empresarios y representantes con el aval de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y paralelamente, -vaya paradoja- en las tribunas se va imponiendo la denominada "cultura del aguante". Así, las antiguas entidades sin fines de lucro quedaron como un sello de goma. El viejo Sportivo Barracas hoy es el privatizado Barracas Bolívar y juega en la ciudad bonaerense homónima; para dirigir los técnicos llevan sus sponsors; los jugadores llevan sus representantes, algunos dirigentes pagan viáticos con Planes Trabajar y los hinchas se preocupan solamente por salir en televisión para mostrar quién la tiene más grande. A pesar de todo, algo del pasado sigue presente. La cancha de Ferrocarril Urquiza, en Villa Lynch, está igual que hace 50 años -pese que su fútbol esté gerenciado-: las tribunas construidas con los durmientes del ferrocarril lindante, las copas de los árboles cubren el sector visitante e incluso hay un parque con calesitas y toboganes. El estadio "Antonio Arias" del club Liniers, en Villegas, sigue teniendo la cabina de transmisión más grande del mundo -según los relatores que la visitaron- ya que los periodistas relatan los partidos desde los techos de los vestuarios, detrás de uno de los arcos. En Victoriano Arenas el rechazo violento de un jugador termina irremediablemente con la pelota flotando en las turbias aguas del Riachuelo. Justamente en ese sector de Valentín Alsina lo único que tiene vida es la cancha, que forma una especie de península rodeada por fábricas abandonadas y basurales. El ascenso está lleno de estos paisajes, algunos más decadentes y otros pintorescos. En definitiva, la marginalidad seguirá siendo su marca distintiva a pesar de los sponsors, de los empresarios fantasmas y del show televisivo.
Ahora bien... ¿desde qué lugar se puede reivindicar este fútbol?, ¿cuál es el atractivo? Para el escritor Eduardo Sacheri, autor de Esperándolo a Tito, la pasión del hincha se explica por la pureza de su amor. "El hincha de Morón sabe que nunca jamás va a jugar la Copa Libertadores. Es como una vivencia de horizontes limitados pero igualmente vividos. Si la pasión del hincha del ascenso resulta aparentemente desmedida, es porque la gratuidad de su amor es más evidente. Vos sos hincha de River y tu amor también es gratuito, porque nada de lo que ganen los jugadores de River te va a llegar, ni tampoco nada del dinero que le entre a River por el pase de Lucho González. ¿Qué te va a llegar? Algo así como una pátina de gloria de la que te apropiás. Ahora, cuando ni siquiera tenés esa perspectiva, ese amor es más puro y desinteresado. Un hincha de Primera no puede creer que un tipo sea de Morón, de Ituzaingó, de Liniers o de Temperley. En ese sentido, es un amor de otra dimensión".
Para Norberto Verea, quien jugó en varios clubes del ascenso, una forma de mirar este fútbol es a través del romanticismo que ciertos hinchas tienen con su club. "En mi época había un 'Colorado' que siempre iba a ver a Talleres de Remedios de Escalada. Estaba con la radio pegada a la oreja todo el tiempo, agarrado del alambrado. Sabía todos los resultados y le preguntabas: ¿cómo va Fenix? y te contestaba: 'Empata 1 a 1. Primero hizo el gol Piripicho y después le empató José Pérez a los 44 del segundo tiempo y no sabés... se quieren morir'. Y el 'Colorado' seguía ahí... preocupado. Esta clase de tipos son los que hacen a estos clubes, y son los verdaderos hinchas. Y ese tipo lo sigue a ese club porque se le hace un hábito, le tapa un montón de postergaciones de vida y además encuentra una referencia para seguir viviendo".
Un sector importante de la sociedad, especialmente la juventud, tiene problemas para encontrar un lugar de pertenencia. A esto hay que sumarle la crisis de los aprtidos políticos, la estructura familiar, el trabajo y la educación en el marco de un sistema que expulsa a los retrasados en la carrera del éxito. Sacheri es profesor de historia en una escuela de un barrio marginal de Merlo y cuenta su experiencia: "Creo que es la identidad que queda, con lo bueno y lo malo, porque si todo lo que sos se juega ahí, cuando las cosas no salen la frustración es muy grande, y si no estás preparado para manejarla, de la frustración al adoquinazo o al balazo hay un camino corto. Son pibes expulsados. No tienen lugar y me imagino que el club no les pide nada a cambio. No es una relación afectiva. El pibe le otorga a ese símbolo todos los valores positivos que no puede descargar en otro lado. Tampoco se los devuelve, pero por lo menos no lo caga. La familia, la escuela, los vecinos lo cagan. Todo ese viejo mito de la antigua pobreza constructiva, superadora, que contenía una semilla de progreso a partir del esfuerzo y la solidaridad en los barrios ya no se ve, no existe. Lo que hay es una rivalidad fuertísima, una situación de violencia enorme, una descalificación recíproca, un racismo salvaje que se lleva a la escuela, al barrio y, naturalmente, también a la cancha. Es el único 'nosotros' que pueden construir. Pero, claro, después vienen las peleas con los otros 'nosotros'".
En el fútbol de estas divisiones menores de la AFA las precariedades quedan expuestas y las verdaderas necesidades de los clubes -divisiones inferiores, campos de juego, tareas sociales- quedan postergadas para privilegiar el negocio. Vale aclarar que la mayoría de los clubes del ascenso siempre fueron pobres -por convocatoria, cantidad de socios, escasa infraestructura y una difusión mínima en los grandes medios de comunicación-. Además, en los últimos años sufrieron la invasión de managers y representantes que vieron la veta de explotar lo poco que tienen para ofrecer: su semillero, su camiseta, su historia. Muchos gerenciamientos dejaron a los clubes en terapia intensiva, tales son los casos de Laferrere, San Miguel, Argentino de Quilmes y Yupanqui, entre otros. Por si fuera poco, la estructura de la violencia que se vio en las barras de los equipos de Primera División desde mediados de la década del '60 se trasladó a las instituciones más pequeñas, sobre todo porque el negocio se metió en todos lados y en esos clubes la torta para repartir es más chica. Estos ámbitos, hoy por hoy, son caldo de cultivo para que políticos y sindicalistas armen sus grupos de choque para ganar las internas y garantizar que nadie los joda en el club a la hora de cerrar un buen negocio (para ellos). Verea analiza con precisión este fenómeno: "No tiene nada de glamoroso esta idea de tener una banda con treinta tipos que se la bancan y son muy pesados, a quienes el intendente o el concejal les ponen un micro para que vayan a todos lados. Esto está ligado al lumpenaje y a que estés más expuesto a que te caguen a trompadas porque estos tipos tienen impunidad, no podés opinar y te apuran con la excusa que 'nosotros lo bancamos al club en las buenas y en las malas'. Si habría un decisión estatal fuerte y seria, tal vez algún día cambie. Pero en un país donde el básico de los maestros es de 230 mangos, si yo pido una decisión estatal para un circo como el del fútbol, soy un idiota. Pero si lo hacen, capaz que en quince años tendremos menos posibilidades de ver a tipos colgados del alambre agarrándose los huevos y viviendo de ser hinchas".
Aunque el panorama parezca desolador, todavía existe el simpatizante anónimo que colabora en forma desinteresada para pagar los premios de vez en cuando; para que los pibes de las inferiores tengan su merienda y no se desmayen en las prácticas; para que los jugadores tengan un peso en el bolsillo y puedan viajar. Está también aquel que acerca al médico amigo para que atienda al muchacho lesionado, ya que el club nunca se hará cargo de su salud ni tampoco FAA -el gremio de los futbolistas-, que atiende solamente a los profesionales. Es ese hincha que nada pide a cambio, sólo la entrega total a la camiseta que sus jugadores visten. Él y solamente él sostiene la ilusión de un día llegar a ser grande. Casi una quimera. Por eso, todavía hay personajes desde donde se lo puede reivindicar a este querido fútbol del ascenso. Todavía sigue ahí, el "Viejo Víctor" pegado al alambrado de la cancha de Lugano en Tapiales, alentando a los muchachos que están en el campo. El "Viejo", supo en otras épocas, juntar dinero con su sueldo de metalúrgico e ir comprando poco a poco todos los materiales para el entrenamiento de los jugadores, desde conos y pelotas hasta redes para los arcos y banderines. Supo cortar el pasto de los terraplenes que sirven como tribunas, arregló los alambres que los visitantes rompían con furia ante un resultado adverso. También pagó de su bolsillo la concentración para el plantel cuando el naranja ascendió por segunda vez y nadie le agradeció nada. "¿Porqué lo hago?, simplemente porque los muchachos se lo merecen y para que se sientan profesionales". Claro, después llegaron los "barrabravas del mercado", los que decían que traían inversiones y jugadores de mayor categoría, los que están rodeados de obsecuentes de diez pesos para cuidarles las espaldas por si alguien opina diferente. Al "Viejo Victor" la crisis económica le fundió el taller, y para colmo, la jubilación no le alcanza. Pero él, un optimista por naturaleza, todos los sábados sigue aferrado al alambre de la cancha de Lugano y pronuncia una sentencia que suena a utopía: "Te lo juro pibe, un día vamos a ser grandes".
Alberto Parsechian, un símbolo
Fue arquero en las décadas de los '70 y '80. Debutó en el '69 en Sportivo Palermo cuando jugaba en la "C". Luego completó una dilatada trayectoria futbolística en Ferro, Temperley, Atlanta, Independiente de Trelew y Deportivo Armenio, donde jugó la mayor parte de su carrera.
Cuenta la historia que Héctor Alterio tío del actor- fue el primer arquero en patear un penal en 1931. Parsechian fue el segundo después de 41 años. "Fue en 1972, cuando jugué el Campeonato Nacional para Independiente de Trelew contra Vélez y el arquero era Norberto Peratta. En total pateé 13 penales en mi carrera y convertí 11", dice Parsechian o "El loco". V arias anécdotas justifican el porqué del apodo. "En el '82 me dieron a préstamo a Atlanta y perdimos por penales la final con Temperley, en cancha de Huracán. Pateamos 13 penales cada uno y el último se lo atajó el "mudo" Héctor Cassé a Enrique Hrabina. Yo no pude atajar ninguno. Al año volví a Armenio y ¿sabes que pasó? El último partido nos toca jugar contra Atlanta, que la fecha anterior se había coronado campeón. Nosotros hacíamos de locales ahí, en Villa Crespo, entonces un rato antes del partido fui al vestuario de ellos y escribí en el pizarrón 'Felicitaciones campeón'. Cuando salimos a la cancha empiezan con la vuelta olímpica. De repente me agarró la hinchada y me llevó en andas. Al otro día, en el diario La Razón, apareció la foto del festejo que dice" el arquero de Atlanta es llevado en andas por su público"... ¡¡¡Y yo era jugador de Armenio!!!. En sí fue una revancha por la frustración del año anterior. Era como si me hubiese sentido campeón, fue una pequeña alegría y se hizo justicia después de un año".
Parsechian, además de ser el primer arquero en atajar en mangas cortas también fue un innovador al atajar con una flor en la boca durante un partido. "Estaba jugando en Armenio y una tarde enfrentábamos por la última fecha a El Porvenir, en Gerli. Ellos venían de lograr el campeonato. En el medio de la fiesta la hinchada de El Porvenir tiraba papelitos y flores. Yo estaba junto a uno de los arcos y viste como son las hinchadas que te empiezan a cargar... En ese momento me agaché y agarré un clavel, el más rojo de todos y me lo puse en la boca. Así atajé todo el partido. Algunos aplaudían, otros se reían, y el resto me puteaba. Eso no lo hacía para provocar sino para divertirme y quitarle un poco de drama a todo lo que rodea al fútbol". Y ahora se entusiasma y recuerda una nueva anécdota: "Una vez en cancha de All Boys, descuelgo la pelota de un corner, veo a uno de mis compañeros que junto al lateral me la pedía y entonces di media vuelta e hice rebotar la pelota contra el travesaño y se la di al pie. La hincha da de All Boys estaba enloquecida, no lo podían creer, preguntaban, ¿quién es este loco?".
Parsechian también habla sobre los aficionados: "Las hinchadas son difíciles. Nosotros como armenios tuvimos una desgracia con los turcos. En el año 1915 hubo un genocidio que dejó 1.500.000 armenios muertos. En el ascenso yo recuerdo que las hinchadas nos cargaban gritándonos 'turcos', 'turcos', pero creo que era por ignorancia. El tema fue cuando llegamos a Primera con Deportivo Armenio. Me di cuenta que las hinchadas que nos gritaban lo mismo sabían perfectamente a que se referían, te echaban en cara lo del genocidio. Será porque el hincha de primera estará más informado que el del Ascenso. Igual pienso que eso lo hacían para ponernos nerviosos y no con mala intención."
Darío Dubois: Rebelde con causa
Darío Dubois se crió en Villegas, a orillas de la avenida Crovara. Comenzó su carrera futbolística como marcador central en Yupanqui, allá por 1994. Luego pasó por Lugano, Laferrere, Midland, Victoriano Arenas, Deportivo Riestra y Cañuelas. A Dubois se lo conoce más por sus hazañas rebeldes que por sus logros deportivos. A los 34 años, todavía sigue insistiendo con llegar a jugar en la "B" algún día.
Una tarde a mediados de 1995 jugaban Acasusso y Lugano en Boulogne. Por ese entonces una empresa sponsorizaba a Lugano y prometía pagar a los jugadores 40 pesos por partido ganado. Venían con una racha de tres victorias y la empresa no cumplía: "Resulta que el primer partido que ganamos no nos pagaron, entonces decidí llevarme una cinta aisladora negra para taparme la publicidad de la camiseta. Pero justo en ese partido me la olvidé. Entonces, como había llovido, apenas salimos a la cancha hice como que me persignaba (todos los jugadores hacen eso, pero yo no creo en ninguna religión), agarré barro y me tapé la publicidad. La camiseta naranja quedó cubierta con barro. Me puteaban todos, hasta mis compañeros, no entendían nada, el sponsor se cagaba de risa de nosotros, ¿entendés? No nos pagaban, y yo con esa guita viajaba. Después en la semana, la comisión se juntó y me querían suspender, pero no lo hicieron". Pero Dubois pagó el precio de su rebeldía. En el 96' jugaban el clásico contra Sacachispas y tampoco les habían pagado lo prometido. "Ese partido me junté con todos los jugadores y les dije que si no pagaban, no jugábamos. Mientras estábamos aguantando apareció un auto con la plata y le dimos para adelante, creo que al final perdimos. La fecha siguiente jugamos contra Claypole en Tapiales y el técnico me dejó en el banco por la actitud que había tenido la fecha pasada. Iban 40 del segundo tiempo y perdíamos 5 a O. El técnico me manda a calentar. En ese momento pensé' este tipo está loco, perdemos por goleada y me pone a mí, que soy defensor'. Ahí nomás me saqué la camiseta y se la tiré en la cara. Después de eso se pudrió todo, me corrían todos, el técnico y sus ayudantes".
Dubois, desde su lugar, intentó siempre mostrar que el jugador del Ascenso tiene principios claramente marcados. Representa la verdadera cultura del Ascenso: no vive del fútbol, vive en un barrio marginal, no tiene laburo estable, se cuela en el tren y el colectivo, pero cuando suena un silbato el jugador está presente y no defrauda. "Una vez jugando para Midland enfrentábamos a Excursionistas en el Bajo Belgrano. En la segunda falta que hago el árbitro Juan Carlos Moreno me saca la segunda amarilla y cuando me saca la roja se la caen 500 pesos del bolsillo; me zambullí al suelo, agarré la guita y me fui corriendo. Me seguían todos: el árbitro, los jugadores, cuerpo técnico, se armó un quilombo que ni te cuento. Adentro de la manga, rodeado, le dije al juez: 'Este es el premio que vos me sacas por echarme, hijo de puta'. Al final se lo terminé devolviendo porque sino me daban veinte fechas".
El fútbol le jugó una mala pasada, como a infinidad de jugadores. Durante un partido a mediados del año pasado se rompió los ligamentos. Como sucede comúnmente en estas divisiones, el club en cuestión - Victoriano Arenas- no se hizo cargo de su lesión. "Me mandaban a todos los hospitales públicos de Avellaneda... y ahí no sabes quién te toca. A mí me tenía que ver un médico deportivo. Imaginate si me agarra uno de esos que están haciendo una residencia... me deja la rodilla en la nuca. A fin de año me llamó la secretaria del club y me quiso hacer firmar el pase donde decía que gozaba de buena salud. Fui a la sede y cuando me dio el papel, lo empecé a leer y le dije: 'ni en pedo firmo esto' y salí corriendo con el pase en la mano. Atrás me corrían la secretaria y un par de tipos más. Era muy loco corriendo por las calles de Valentín Alsina con mi pase sin firmarlo."
Dubois ahora sueña con poder volver a jugar y su historia es una, apenas, de las cientos que aparecen en las canchas del Ascenso.
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada n°38
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Ídolos
Por Alejandro Apo (*)
Yo soy hincha de Defensores de Belgrano y lo vi campeón de la vieja "B" en 1967. A la cancha salía como entrenador José Arce Gómez pero el director técnico era Angel Amadeo Labruna. El equipo formaba con Francisco Javier Gerónimo; "Toti" Marenda y Ernesto Camino; Rodolfo Chitti, Oscar Guillermo Bonnia y Jorge Busti; Angel José Tomino, Roberto Parodi, Juan María Larrea, Ramiro Pérez y Roberto Angel Fumagalli. Defensores le ganó la final a Tigre dos a cero con goles de Tomini y Fumagalli, en la inolvidable y nostálgica cancha de Platense, en Manuela Pedraza y Cramer. Pero no ascendió a Primera porque fue a un torneo reclasificatorio con los últimos de la "A" y en ese minitorneo quedó último. En ese año "El Feo" dirigía al Calamar que tenía aquella delantera con Miranda, Muggione, Bulla, Subiat y Medina. Labruna fue un tipo increíble que está en el podio del fútbol, un rarísimo fabricante de vueltas olímpicas: Central del '71, River del '75 y Defe.
A la cancha me llevaba Carlitos Ferraro, el actual presidente del Círculo de Periodistas Deportivos y eterno compañero de tareas de mi padre. Ibamos junto a su hermano Salvador y su tío Natalio. Era un rito de todos los sábados. El recuerdo de aquellos días me remonta a la cancha del Bajo comiendo unos sandwichs de chorizo, los más ricos del mundo. Y un detalle exquisito: los lupines de la cancha de Dock Sud. Cierro los ojos y veo a los veteranos con la cara alambrada mirando las gambetas de Ramiro Pérez o un gol de Fumagalli.
También iba a la cancha de San Telmo junto a mi tío Neno, hincha del candombero, que ya no está en vida pero sí en el recuerdo. El me enseñó a respetar a futbolistas como Carlos Pandolfi, Juan Carlos Czentoricky y Norberto Monteleone, que pateaba como un animal y tenía un remate que levantaba la red. En esas canchas del pasado que aún están y las recuerdo en sepia vi jugar a Maurilio Merian Alves de Souza, un delantero de Excursionistas que era terrible; al brasileño Jaburú, de Italiano, un futbolista de culto. Y a Oscar Tomás López -El Gallego- un gran goleador que jugó en Dock Sud, All Boys, Los Andes, Deportivo Morón y Defensores de Belgrano. Bueno, yo soy de esa "B".
* Periodista de Radio Continental y conductor del programa "Todo con afecto".
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La esperanza
Por Alejandro Fabbri (*)
Hay dos fútbol de ascenso. Todo lo que se juega los sábados no pertenece a un único bloque compacto, bien distinto de la primera división. Hay, como en casi todas las cosas, categorías y clasificaciones. En la B Nacional se encuentran algunos equipos históricos de la Primera A venidos a menos, sea por resultados deportivos o por problemas económicos, más otros cuadros del interior del país que representan lo mismo o suman las ilusiones de una ciudad, de una provincia por ubicarse en la máxima distinción, la A.
Entre las dos categorías amateurs, las dos más pequeñas, hay un universo repleto de pasión y de peleas barriales. Es la Primera B metropolitana, donde conviven viejos equipos con una rica historia entre los grandes y otros que se han incorporado para pelearla y buscar el reconocimiento popular. Por eso, ahí andan por un lado Atlanta, Platense, Tigre, All Boys y Temperley, y en el otro rincón Tristán Suárez, Cambaceres, Brown de Adrogué, Flandria y el Argentino rosarino, por ejemplo. Un torneo emotivo, donde todavía hay hinchas propios. Esos que siguen de corazón al equipo de su infancia y no lo dejan, a pesar de que los éxitos son un lejano recuerdo y el futuro amenaza enturbiar aún más la vida deportiva.
Bajando un escalón más, llega la lucha contra los molinos de viento. ¿Cómo hace un chico, algún futbolero de alma, para encariñarse exclusivamente con un cuadro de la cuarta o la quinta categoría del fútbol argentino? Porque salvando a los chicos de las inferiores, a las familias de los jugadores, a los directivos y sus entornos, a aquellos vecinos de siempre, se hace casi imposible amar unicamente a un equipo chico, pero muy chico. Lo mejor que puede pasar es que haya cariño por uno y amor por un poderoso, alguno que le permita al hincha sentirse importante, pertenecer a alguna gesta ganadora.
* Periodista de Torneos y Competencias.
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El viaje
Por Ariel Scher*
Ahí, enfrente del Río de la Plata, donde la primera oscuridad era el color del agua del puerto y la segunda oscuridad era personal y se hundía en el alma porque en un barquito acababa de irse alguien querido, ahí, ahí mismo, una tercera oscuridad, la del tiempo, traía toda la preocupación: en una hora, apenas una hora, había que llegar hasta la otra punta de Buenos Aires, o casi del mundo, porque la tarea de cronista del ascenso imponía cubrir un partido en San Miguel. Trabajador de ingresos menguados pero de entusiasmos no menguados, el cronista aceleró una determinación que le hizo nacer una cuarta oscuridad, una que no residía ni en el agua ni en el alma ni en el tiempo, sino en el bolsillo: tomar un taxi. No se trataba de cualquier determinación: un taxi desde el puerto hasta San Miguel representaba en la primera parte de la década del ochenta -y, en verdad, en cualquier otra época de la Argentina- más que la paga por cubrir el partido y, acaso, varios partidos. No obstante eso, el cronista no se retractó. La decisión estaba tomada.
El cronista alzó la mano casi cerrando los ojos, no fuera cosa que mirar y ver al taxi frenando le concediera la posibilidad de algún arrepentimiento. La voz joven pareció vieja cuando, apenas por encima del volumen de un susurro, dijo exactamente tres palabras que jamás pensó que diría alguna vez arriba de un taxi: "A San Miguel". Enseguida, siguió un silencio más penetrante que los ruidos de la calle y que los ecos de todo el puerto. El taxista giró la cabeza como si un ejército entero lo obligara a hacerlo, agrandó los ojos como si necesitara meterles al universo adentro y, finalmente, soltó, también él, aunque a modo de pregunta, esas mismas tres palabras: "¿A San Miguel?". Fue todo. Absortos, perturbados, incrédulos, pasajero y chofer no pronunciaron nada más. El taxi arrancó.
Diez cuadras después, cuando el reloj del taxi anticipaba que en un rato marcaría una fortuna, el conductor carraspeó dos veces, se concedió un tiempo corto, ensayó su tercer carraspeo y dejó que le saliera la voz para hacer la segunda pregunta del viaje. Corresponde precisarlo: eso que moduló tuvo estructura de pregunta, sonido de pregunta y estilo de pregunta, pero, sobre todo, tuvo el contenido de un milagro. Esta era la pregunta: "Joven, discúlpeme, ¿va a ver a Juventud Unida?" El cronista fue entonces quien percibió que otro ejército le hacía girar la cabeza y que extendía los ojos para hacerle lugar a dos o a diez universos completos. Sólo luego de ese asombro igual a una inmensidad, contestó lo que pudo y cómo pudo. Dijo "sí".
"Me imaginé", se explayó, más relajado, el taxista, intuyendo que debía dar respuesta a algo que el cronista, si rompía la sorpresa que le atrapaba la lengua, iba a preguntarle. "Me imaginé -repitió- porque hoy tenemos un partido muy bravo y va a ir mucha gente, muchísima". El cronista quiso, realmente quiso, explicarle que su situación era otra, que no era hincha sino cronista, y que atravesaba Buenos Aires, o casi el mundo, para llegar hasta San Miguel movido por la obligación del trabajo y no por la tentación del afecto. No hubo modo de aclararlo. De allí en adelante, el taxista narró paso a paso, partido a partido, gol a gol, alegría a alegría, tristeza a tristeza y sábado a sábado, la historia de pasión y de identidad que lo enlazaba casi desde la cuna a Juventud Unida. Habló de cómo acomodaba los horarios para no perderse la cancha, evocó a amigos que ya no estaban, repasó anécdotas sencillas, describió los rostros extrañados de los otros cuando avisaba de qué club era hincha, y llegó hasta San Miguel a través de atajos que, seguro, no conocía nadie más. Sabedor de los secretos de partidos distantes de la fama, en las últimas cuadras se hizo tiempo para recordar la tarde en la que descubrió que la cancha de Midland estaba pegada a un cementerio, para conmoverse al mencionar a Borocotó y a Sacachispas, y para homenajear a un defensor de Atlas, robusto, tosco y, más que ninguna otra cosa, tenaz. No le faltó memoria para hacerle honor a algunos otros equipos. Y no le faltó arte para fascinar en cada relato.
Cuando el taxi llegó donde tenía que llegar, a la hora perfecta, el taxista acomodó el auto, le dio un breve descanso a su exposición y detectó de reojo al cronista a punto de pagarle el viaje. "No joven -se apuró casi a gritar-, ni se le ocurra darme un billete. Por algo somos de Juventud Unida..." Por empecinado o por sincero, el cronista insistió hasta que pudo explicarle que era eso mismo: un cronista y no un hincha. No fue fácil. Inclusive, no bien lo dijo, se dolió de que un hombre como ese hombre sufriera una decepción.
El taxista lo escuchó con la naturalidad de la gente calma, o sabia, o educada. "No se preocupe, joven -respondió, sin omitir, como en todo el trayecto, la palabra "joven"-, a esta altura es lo de menos. Le agradezco que me haya escuchado. Yo creo que ahora entiende lo que es el fútbol del
ascenso".
El cronista vio que el taxista se iba, con una sonrisa generosa y con el tranco apurado que merecen los buenos partidos, y, de lejos, alcanzó a contestarle que tenía razón.
* Periodista y escritor. Autor de"Wing izquierdo, el enamorado y otros relatos".
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PASION INEXPLICABLE
Por Ezequiel Fernández Moores*
Era una de mis primeras notas para la agencia Télam, a comienzos de 1978. Me envían a cubrir un partido del ascenso en Defensores de Belgrano. Ni me acuerdo el rival. Supongamos que era Flandria. Pero sí recuerdo que el cronista radial, que estaba apenas dos filas arriba mío, dice en su primera salida algo así como: "Mucho mejor Flandria, Defensores no juega a nada". Pasó apenas un segundo, para que un hincha que estaba a dos metros suyo le largara en seco: "¿Qué dijissste pibe, que Defensores qué?". El pibe de la radio se puso blanco y en su salida siguiente, pese a que Flandria había intensificado su dominio, su comentario fue más prudente: "Partido parejo, cero a cero Muñoz".
Fue una de mis pocas experiencias en el fútbol del ascenso. Suficiente para comprender parte de su mundo. Ahora están las cámaras de TN, el canal de cable que emite unos informes notables, a veces en canchas absurdas, con hinchas mirando el partido desde afuera subidos al techo de un micro, golazos que se mezclan con goles de solteros contra casados, periodistas que gritan el gol como si estuvieran en el medio de la barra, apodos y apellidos de cuentos de Soriano y algunas peleas insólitas, verdaderos cuerpo a cuerpo, con tipos pasados de vino o falopa contra policías que pierden el casco y siguen tirando palos, aguardando refuerzos que jamás llegarán. Pero todos, o casi todos, agradeciendo hasta con banderas a TN porque al menos alguien se acuerda de ellos.
Salvo TN, Olé o algunos espacios mínimos de otros medios, se trata de un mundo inevitablemente ignorado por la gran prensa nacional, excepto cuando se producen tragedias. Los pobres, se sabe, sólo suelen salir en los diarios cuando cortan calles, queman gomas o saquean supermercados. Por eso, no coincido con Maradona cuando dice que sólo los hinchas de Boca saben lo que es la pasión, que el resto no tiene idea, como expresó en la Bombonera en la fiesta del Centenario. No coincido para nada. Esa pasión, aunque por momentos me resulte inexplicable, me parece en realidad mucho más poderosa que la de un hincha de Boca, que sí está acostumbrado a salir en la tapa de los diarios y a que repitan sus goles en todos los noticieros. Recuerdo a un padre hincha de Flandria que me explicaba lo que le costaba explicarle a su hijo que su equipo también era un equipo de fútbol. Y recuerdo también a ese pibe que, justo cuando el colectivo se frenó en un semáforo y se produjo un momento de silencio, le preguntó enojado a su madre: "¿mamá, por qué tenía que ser de Flandria?".
* Periodista de la Agencia ANSA
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HEROES DEL ASCENSO
Por Daniel Console*
No cualquiera concurre a una cancha de fútbol de ascenso, sea futbolista, hincha, técnico, árbitro, periodista o dirigente, que en más de una ocasión debió atravesar un descampado, costear una villa de emergencia, andar y desandar por calles de tierra mirando de reojo de dónde puede venir la agresión solapada, viajar en formaciones de trenes tenebrosas, colectivos de dudosa frecuencia y recorrido, encontrarse de repente en medio de una batalla campal entre hinchadas y/o policías, con toda clase de proyectiles pasándole a centímetros de su humanidad, días y horarios de programación peligrosos para la salud, temperaturas extremas bajo cero o por sobre los 40°, lluvias I impiadosas, sol abrasador, vientos que se I llevan todo. ¿Le sigo enumerando?
Sí, sostengo con su tolerancia y generosidad de criterio que, todos los "personajes" de éste particular mundo, son héroes. No necesariamente patriotas si por ello se en tiende, pero sí merecedores de ese calificativo.
Un capítulo del hincha... Será coincidencia o destino, vaya uno a saber... pero cada vez I que concurro a la canchita de Ferrocarril Urquiza, es motivo de sentir a pleno mi pasión futbolera. Siempre una anécdota, un encuentro, una visita ilustre, una emoción, una lágrima... ya veces independientemente de los protagonistas del partido convocante.
La hermosa tarde seminubosa y las casi desiertas tribunas atestiguadas por la exigua recaudación de cero pesos, daban margen para echar a volar la mente, máxime si como horizonte tenía la chimenea humeante de una locomotora a vapor, que se asomaba por arriba del paredón que da a las vías, donde los aficionados del Ferroclub Argentino dan rienda suelta a otra pasión compartida.
Estaba sentado haciendo equilibrio sobre I el otro paredón, el que da a la calle Cuenca, mientras se disputaban los primeros y agradables minutos del partido, con el resultado 1 a 1, cuando imprevistamente desde la calle, un muchacho que rondaba los 20 años, me pidió que le sostenga una pequeña bolsa de polietileno, tipo supermercado, para así poder encaramarse con ambas manos y situarse aliado mío en la improvisada atalaya, para observar el encuentro. Las jugadas se iban sucediendo y el equipo 'Lila' del Bajo Flores mostraba una notable superioridad futbolística sobre el alicaído Centro Español; de reojo, observaba a mi circunstancial compañero de ubicación, quien sin dejar de mirar atentamente el desarrollo, con una mano hurgaba en la bolsita y comía una tras otra, "galletitas de agua", mientras que un paquete de otras con cereal esperaba su turno... después del "entremés': sacó una pequeña radio con auriculares, únicas pertenencias visibles, y se dedicó a escuchar alguna transmisión de fútbol.
En el entretiempo, sin poder contener mi curiosidad, traté de sonsacarle algunas inquietudes que me fui formando desde que lo vi. Al principio, contestaba con monosílabos, casi sin mirarme, pera al ver que lo alentaba y me identificaba con su inclinación por el fútbol de Primera "D': se abrió y me cantó detalles de como había venido desde Monte Grande a Villa Lynch, luego de viajar en tren hasta Constitución, luego el colectivo 100 hasta Retiro y otra vez el ferrocarril hasta el destino. También me enteré de su particular inclinación de seguir la campaña, como el caso de ese día, del equipo de Ramos Mejía, porque van últimos; también había seguido a Atlas, Victoria no Arenas, Barracas Central y otros. Simpatizante de Banfield con los centavos contados en el bolsillo para seguir con sus periplos casi increíbles. Conocedor de casi todas las canchas afistas y más de una vez cada escenario, sólo le faltaban las más alejadas como Defensores Unidos de Zárate, Villa Dálmine y Defensores de Cambaceres, entre otras, era un estudioso de los ramales y combinaciones ferroviarias, y también de las líneas de colectivos.
El esquivo sol de esos días, se fue ocultando detrás de los centenarios vagones del Ferroclub y el partido llegaba a su fin, con una victoria sobresaliente de Sacachispas, con actuaciones destacadas.
Y éste increíble chico, que en el momento de la despedida, luego de sostenerle nuevamente la bolsita para poder saltar hacia la calle, me dijo que se llamaba Alejandro... y si hasta con gusto le di ése peso que me pidió para viajar, para sumar al otro peso que tenía en su flaco bolsillo, pero seguramente con un corazón enorme, diqno del mejor de mis recuerdos.
Su figura, con andar patizambo, se fue perdiendo hacia la próxima esquina, pero estoy seguro que cuando me toque en ocasión ver a un equipo en desgracia, seguramente allí estará él.
Y los protagonistas principales. Evocaré a un ejemplo: Luis Eduardo Dotta. Es uno de los jugadores que he visto en toda mi trayectoria de veinte años de fútbol, que más recuerdo dentro de aquellos que han militado y militan en Primera "D", Luisito para quienes, allegados a Centro Español, lo han visto crecer y que lo quieren como a un hijo pródigo, verdadero símbolo del club. Nunca lo vi jugar mal. Esa es la pura verdad, aunque alguien pueda llegar a dudarlo. Ha trajinado por más de dos décadas las canchas mas pobres del fútbol sabatino. Luis Eduardo Dotta, el del toque exquisito, el tranco cadencioso, el cabezazo espectacular, el despliegue incesante y la caballerosidad siempre manifiesta.
Junto a tantos otros, constituyen el arquetipo del amor a la camiseta. Dotta, es el tipo de jugador adversario respetado por todos, ya sea dentro o fuera del campo de juego.
Un ejemplo lo viví una hermosa tarde de verano, cuando en la canchita de Ferrocarril Urquiza, Centro Español recibió a Acassuso, en ese entonces serio candidato a alzarse con el triunfo y el campeonato, también. Y como en tantas otras jornadas sabatinas, fue la gran figura del encuentro, que contribuyó enormemente al empate que consiguió su equipo ante tan encumbrado rival. Luego del silbato final del árbitro, el saludo de éste notable n° 5 con cada uno de sus colegas y, cuando se retiraba lentamente hacia el túnel, ocurrió un hecho que nunca podré olvidar, como las secuencias más importantes de algunas películas históricas: un aficionado de Acassuso, apoyado contra el alambrado, le grito: "iCinco, eh!". Dotta se dio vuelta y entonces, simplemente, ese hincha rival, con admiración y respeto, levantó su pulgar derecho y a continuación comenzó a aplaudirlo, silenciosamente. El veterano de mil batallas levantó su brazo derecho, agradeció el gesto y en su cara se reflejó una simple y humilde sonrisa..., agachó la cabeza y lentamente se fue pensando vaya a saber qué emociones. Un nudo en mi garganta fue el premio por presenciar esa increíble escena.
Héroes del Ascenso. Como diría mi entrañable amigo Alfredo Parga, que un mal día decidió partir de éste mundo, hecho de angustias y estrecheces, pero con fervor y orgullo.
* Periodista y escritor. Autor de "Héroes del ascenso".
Un copado
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