La historia de la literatura pocas veces tiene en cuenta las pérdidas. Novelas, cuentos, narraciones quedaron sin conocer para siempre por naufragios, detenciones, incendios, robos o secuestros. Estas ocho historias, con otros tantos escritores geniales como protagonistas, dan cuenta de textos que jamás podrán ser leídos.
Dicen los escritores que sólo hay un terror peor al de enfrentar una página en blanco. Y es el de perder los originales cuando el relato en cuestión estaba terminado. Las historias de García Márquez, Isaak Babel, Rodolfo Walsh, Hemingway, José Asunción Silva, Charles Bukowski, Walter Benjamin y Malcolm Lowry, algunos de los que sufrieron esas pérdidas, ponen de manifiesto que, con esos textos, quizá la literatura hubiera sido diferente.
El naufragio de José Asunción Silva
Al gran poeta colombiano lo nombraron diplomático en Venezuela en 1894. El cambio de país le venía bien, ya que pesaban sobre él numerosos juicios por la quiebra del almacén que regenteaba su padre, y que él heredó con todas las deudas. Ese mismo año, Silva termina su poemario Nocturno -"lo mejor que escribí hasta el momento", según sus propias palabras- y comienza la novela De sobremesa.
Por peleas con sus superiores en la embajada, Silva renuncia y vuelve a Colombia. Pero la desgracia lo sigue. El barco que lo traslada a Bogotá naufraga y Silva pierde todos los originales.
En bancarrota y sin sus mejores escritos, Silva intenta quebrar la suerte con una insólita empresa para un escritor: una fábrica de baldosas. El fracaso es estrepitoso. El 24 de marzo de 1896, luego de una tertulia en la que se quejó de sus miserias, y de lo que le costaba volver a escribir el material perdido, lo encontraron muerto de un balazo en el corazón, sin carta de despedida. Las autoridades colombianas decidieron que su cadáver fuera enterrado cerca del basurero en un cementerio dedicado especialmente a los suicidas.
La estación de Ernest Hemingway
El corresponsal en Francia del diario Star, de Toronto, preparaba el camino para ser quien terminaría siendo: uno de los mejores narradores norteamericanos. Era 1922 y se llamaba Ernest Hemingway, aunque, por supuesto, su apellido no significaba nada por ese entonces. Además de cubrir el regocijo francés de postguerra, redactaba poemas, crónicas, cuentos y novelas en el tiempo que le quedaba libre. Con 23 años, poco le importaba el desarrapado departamento de la Rue du Cardenal Lemoine, donde guardaba sus escritos y vivía un apasionado romance con su esposa Hadley Richardson. Para fin de año, a Hemingway le llegó un nuevo viaje. Debía trasladarse hasta Lausana, donde habría una conferencia de la Sociedad de Naciones. Su mujer lo seguiría para pasar juntos la Navidad y unas cortas vacaciones. Hadley guardó en una valija los manuscritos de su esposo y, "fundamentalmente" -según la orden expresa de Hemingway-, la novela terminada. En la estación de trenes Gare de Lyon, Hadley apoyó la valija en el piso para buscar el boleto. Cuando bajó la vista para recogerla, creyó morir: la valija había desaparecido, robada por un aprovechador que no dejó pasar la oportunidad de hacerse con lo que suponía vestidos, alhajas y algo de efectivo. Es de imaginar la cara del ladrón cuando pudo abrir su botín y se encontró con páginas y páginas escritas en inglés. Lo que todavía no pudo imaginarse fue la del propio Hemingway cuando su mujer le contó el destino de su novela.
La reivindicación de Isaak Babel
Cuando en mayo de 1939 los agentes del servicio secreto ruso detienen a Isaak Babel lo acusan de un delito casi absurdo para un escritor: no escribir. Los agentes acarrearon 17 carpetas de manuscritos donde se apilaban varios cuentos y una novela, lo que hacía más absurda aún la acusación. La realidad indicaba que Babel había tenido un romance con la hermana del ex jefe de la policía secreta, asesinado por trotskista. Claro que después de varios días y noches de tortura y humillaciones, Babel terminó confesando cualquier cosa: alta traición, colaboración con el enemigo y hasta un insólito complot para asesinar a Stalin.
Babel fue encontrado culpable de todos los cargos que se sucedieron durante la semana de interrogatorios. Poco importó a los jueces que, en su alegato final, el autor de Caballería Roja dijera que sus testimonios fueron producto de la tortura. Lo sentenciaron a partir a Siberia, aunque documentos oficiales confirman que fue ejecutado el 17 de marzo de 1941. Como broche ridículo de esa historia, el 23 de diciembre de 1954, la esposa de Babel recibió una carta oficial: "La sentencia del Colegio Militar fechada el 26 de enero de 1940 relativa a Babel es revocada sobre la base del descubrimiento de nuevas circunstancias y el caso contra él queda terminado en ausencia de los elementos de un delito". De las carpetas con la novela y los cuentos terminados nunca se supo nada.
El incendio de Malcolm Lowry
La noche del 6 de junio de 1944 había sido dura para el inglés Malcolm Lowry y su esposa. Luego de recibir una nueva carta de rechazo para publicar su novela Bajo el volcán, comenzaron con la ronda habitual de whiskies. Lowry y Margarie charlaron hasta altas horas de la madrugada sobre el destino de su otra novela, In the ballast of the White Sea, donde narraba el suicidio de su mejor amigo de la infancia. Malcolm confiaba de manera desorbitada en ese manuscrito. Y de esa misma manera bebió esa noche.
Habían alquilado una cabaña en un pueblito vecino a Vancouver, Canadá, rodeada de pinos. A media mañana del 7 de junio, mientras preparaba café para paliar la resaca, Lowry escuchó crujidos en el techo. Salió para ver qué animal merodeaba, pero se encontró con llamas que estaban devorando la madera. Sin bomba de agua ni vecinos a quien recurrir, los Lowry sólo podían ver como el fuego se propagaba por toda la casa. Entre el humo del incendio y los vapores del alcohol, ambos tuvieron el mismo impulso. Margarie corrió hacia la casa y salió con el manuscrito de Bajo el volcán apenas chamuscado. Malcolm no tuvo la misma suerte. Vio los originales de su otra novela, pero cuando estaba por alcanzarlos, una viga se desplomó sobre su cuerpo y su esposa tuvo que arrastrarlo hacia afuera. In the ballast of the White Sea se había quemado y perdido para siempre.
Los cuadernos de García Márquez
A principios del año '70, Gabriel García Márquez comenzó a anotar ideas para cuentos. Uno de sus hijos le prestó su cuaderno de escuela para que arrancara el proyecto. Gabo continuó usando ese cuaderno como una especie de cábala. El hijo, convencido del despiste proverbial de su padre, guardaba el cuaderno en su propia mochila y allá lo llevaba en los continuos viajes de la familia. El autor de Cien años de soledad llegó a compilar sesenta y cuatro ideas para cuentos. Ideas tan desrrolladas que sólo hacía falta sentarse a escribirlas. Pero el cuaderno quedó relegado por otros trabajos y por la indecisión sobre qué hacer con esas ideas: ¿cuentos, guiones, novelas, crónicas periodísticas? El cuaderno descansó ocho años arriba del escritorio de Gabo en México. O eso creía el narrador colombiano. Ya que una tarde comprendió que hacía bastante que no lo veía. Lo busco por toda la casa, interrogó a amigos, parientes y personal de servicio. Nadie sabía nada, nadie lo había visto. Y García Márquez entró en pánico.
La reacción tuvo mucho que ver con el honor mansillado. Pensando y volviendo a pensar, peleando palmo a palmo contra su olvido, reconstruyó algunas de aquellas ideas originales. El esfuerzo valió la pena, pero llevó bastante tiempo. Recién en 1992, esas ideas se vieron impresas en un título que lo dice todo: Doce cuentos peregrinos. Las otras 52 ideas quedaron en el camino.
La utopía de Rodolfo Walsh
Rodolfo Walsh escribía sus memorias y peleaba con su nueva novela. Los militares de la dictadura lo buscaban por todas partes. Pero él, acostumbrado a que la brutalidad no lo encontrara, se refugió en su casa de San Vicente. En marzo de 1977, poco antes de cumplirse un año del feroz golpe militar de Videla, redactó la "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar", hizo fotocopias y las repartió en todas las redacciones de los diarios de Buenos Aires. Ningún medio se hizo eco de ese documento. Rodolfo sabía que su suerte estaba echada, pero siguió adelante. El 25 de marzo, una partida de militares le tiende una emboscada para atraparlo. Walsh se defiende, pero lo acribillan y llevan el cuerpo destrozado a la ESMA. Claro que a los asesinos todo les parecía poco. Y fueron directamente a su casa, a su refugio de San Vicente para que no quedara rastro de ese tipo que los había jodido, denunciado y combatido durante toda su vida. En el robo, ni siquiera respetaron las carpetas con los originales. Les deben haber parecido muy sospechosas esas páginas mecanografiadas que arrancaban diciendo "Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido; su mejor amigo, Ansina, y su mujer, Teresa". Juan Antonio Duda representa la historia del argentino derrotado en el siglo XIX. Su sueño utópico es cruzar el río a caballo, aprovechando alguna de las tantas sequías enormes que se producen. El cuento, desguase de una novela que jamás sería, terminaba con Juan Antonio Duda chapoteando montado en su caballo por sobre las aguas. Lilia Ferreira, su compañera de los últimos años, única lectora de aquel cuento, le preguntó si Juan Antonio llegaba a cruzar el río. "No sabemos", contestó Rodolfo. Los militares jamás devolvieron los manuscritos...
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