Caminan, muy ampulosos ellos, por las calles pequeñas de esa ciudad que parece quedarles a medida. Las únicas calles, por cierto, que se atreven a transitar. Van con esa mirada altiva de quien sabe que su voz es escuchada en los cenáculos autistas de la cultura porteña, en las reuniones de pobres tipos con algún librito a cuestas que se exhiben como los grandes rupturistas de la nada por algún claustro universitario. Proponen mediocres ficciones, empujan versos de apuro, garabatean historias realistas y aburridas, pero en realidad saben (y lo saben mejor que nadie) que lo principal no es la obra, sino la imagen. La clave es saber venderse. Lo hacen en sus comentarios a la prensa amorfa de la cultura o en las líneas de sus blogs, tan rebeldes de bolsillo, tan políticamente incorrectos que dan risa.
Les gusta parecer "provocadores" a los ojos rígidos del resto de los mortales, burlarse de autores del pasado para llamar la atención con la autoridad que les confiere su mediocridad magnánima. Les encanta generar sorpresa, escándalo y simpatía entre la pequeña burguesía snob y porteña con sus grotescos relatos sobre la vida en barrios que jamás los tuvieron como vecinos. Exagerando, mintiendo, errando, mostrando la hilacha de su propia impostura que tan feo luce a sus intenciones casi antropológicas. Como una suerte de realismo mágico neo-vanguardista, les gusta escandalizar con su sintaxis desprolija, sus narraciones berretas y su indiferencia a todo aquello que no los tenga en cuenta. Lo que importa es soplar sandeces al viento y divertirse al rato, viendo cómo vuelan y rebotan. Les gusta también jugar al adolescente perpetuo, al irreverente rupturista que nunca rompe nada, al escritor "maldito" que termina edulcorado y manso en una mesa-debate académica donde ofrece su mercancía de tedio y rutina, al insolente que se babea ante la chance de un subsidio o una beca. Porque el hechizo se rompe apenas el lector acerca (pequeño error) sus ojos a un texto de estos personajes tan en voga. Allí, naufragan en el océano de la mediocridad más gris. Nada nuevo proponen, nada llama la atención; sus cuentos, sus novelas, sus versos conforman un corpus de vacío impecable, sin fisuras. El talento se hace ausencia repetida. Entonces, cualquier lector comprende la lección.
Por eso, el objetivo es provocar desde los dichos, no desde la obra. Cada uno hace lo que puede, dirán. Por eso, se esfuerzan por parecer algo que nunca podrán ser, simplemente porque lo que los cautiva es el personaje en el que se han transformado para venderse. Por eso, porque la soberbia es la máscara perfecta de la estupidez. Quien allí se refugia, se mantiene a salvo de cualquier lectura crítica, principal-mente la propia. No vaya a ser cosa que ellos mismos, tan orondos en su caminata por las callecitas de Buenos Aires, dejen entrever su propia farsa. Y tengan que salir a trabajar.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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