Figura emblemática del teatro argentino, Carlos Gorostiza da cuenta de su historia al compás de los principales acontecimientos sociales y políticos que le tocó vivir. Con una nueva obra en cartel y un libro recién terminado, el escritor analiza el movimiento de Teatro Abierto y remarca las diferencias entre el pasado y el presente de la escena local.
Entrevistado por Sudestada el día en que terminó su último libro (del cual no quiso develar el título) y con la obra El Alma de Papá presentándose en el Teatro del Pueblo, Carlos Gorostiza se reafirma dentro de la escena artística nacional como una figura que no descansa en el prestigio logrado a lo largo de tantos años de carrera. Dueño de una dramaturgia que marcó un antes y un después por estas tierras, con su producción supo arrojar muchas de las piezas más importantes del teatro argentino: El Puente, El Pan de la Locura, Los Prójimos, El acompañamiento, Hay que apagar el fuego, Aeroplanos.
Es interesante ver cómo el camino artístico de Gorostiza se inicia por otras ramas del teatro: "Al principio fue el títere. Con unos amigos creamos un retablo que se llamaba 'Retablo de la Estrella Grande'; escribía poemas, algunos revolucionarios, otros sobre la muerte, otros sobre el amor, me publicaban algunos. Con mis compañeros no teníamos más obras de títeres y me pidieron que escribiera. Vino una, después otra, publiqué un librito: mi primera publicación fue una obra de títeres.
Después fuimos al teatro 'La Máscara', que en aquel momento era, dentro de la línea de los independientes, el más importante desde el punto de vista artístico y teatral; nos fuimos a ofrecer como agregados y nos agarraron del cuello y nos metieron, el hecho de que quisiéramos trabajar era suficiente. Y ahí me hicieron actor. Yo no era actor, nunca lo fui, aunque no lo hacía mal.
No había obras de teatro argentinas, Discépolo había estrenado la última en el 32, 33; Echelbaun no era muy amigo del Teatro Independiente, escribía de vez en cuando. Yo estaba ensayando Antígona, de Sófloques, me habían dado el personaje de Queronte y, en ese momento, me dijeron 'no hay obras, por qué no escribís una obra vos, que te publican y ya has escrito'; fue un desafío, y a los pocos días apareció El Puente en la cabeza. Le dije al director 'no voy a seguir ensayando Queronte porque estoy escribiendo una obra de teatro'. Y ahí escribí El Puente, ahí ya me convirtieron en dramaturgo. Esto pasó por encima de una novela que tenía ciento cincuenta páginas; me gustaba mucho escribir narrativa, después, ya convertido en dramaturgo y director, pude escribir mi primera novela gracias a López Rega, que me prohibió.
Lo que hice siempre estuvo teñido de una posición política; en aquel tiempo, el Teatro Independiente podía dividirse en tres grandes grupos: el 'Teatro Del Pueblo', de Barleta, que tenía la revista Propósitos, que era izquierda, te diría directamente por el lado del comunismo; después de las obras, había debate los miércoles a las 7, yo no me perdía uno. Estaba el Teatro 'Juan B. Justo', que era socialista, dirigido por Abel Casilda. Y estaba 'La Máscara', que tenía origen anarquista, de teatro proletario. Tenía una mezcla de jóvenes de anarquismo y comunismo. Todo lo que hacíamos tenía una base política.
Vino la revolución milica y barrió con todos; a Barletta lo echaron, 'La Máscara' creo que se incendió, desapareció todo eso y ya nuestro trabajo era conseguir un lugar con nuestra plata y arreglarnos como pudiéramos. Terminamos en el Sindicato de Seguros, en el primer piso, un lugar realmente amplio, con sillas que se corrían, cuando llovía había que correrlas más. Y nos bancábamos nosotros, con la ayuda de los espectadores.
Unas palabras se usaban mucho en ese momento: 'había que estar con la línea', exageradamente. Conseguí Mateo cuando conocí a Discépolo y cuando la llevé a los muchachos, me dijeron 'no, es un sainete que no está en la línea'; después dije: 'hagamos Mano Sucia, de Sartre', me dijeron: 'no, no está en la línea'; era exagerado, tremendo, y eso hizo mucho mal".
-¿Qué sucedió con tu primera obra?
-Se estrenó, El Puente. Yo me había ido a Chile unos días y Discépolo me mandó un telegrama diciéndome que me invitaba a que esa obra fuera representada por un elenco comercial y ampliada, y se dio durante un año en dos teatros al mismo tiempo. En aquel tiempo estaban La Hora, que era un diario del Partido Comunista y Orientación, que era un semanario con artículos más profundos, que dirigía Héctor Agosti. Un periodista de La Hora me pregunta: "¿Qué quiso decir usted con que la muerte iguala a los hombres?"; "mire, la obra quiere decir lo que usted interprete, no le puedo decir más que eso", le contesté y me fui. Sacó una crítica tan terrible como la de El Líder, que era una revista peronista, me mataron los dos.
A la semana, me llama Agosti (que para mí era una figura patriarcal) y me dice: "queremos conversar con usted". Nos juntamos en una oficinita de Orientación; el estaba con Raúl Larra, y me cuentan que se había producido un fenómeno un poquito revulsivo dentro del PC a raíz, posiblemente, de aquella crítica de La Hora; que se había conversado mucho y que se había resulto (así era en aquella época, se "resolvía") que El Puente era una obra que hacía bien al teatro argentino. Y hablando de la amplitud del sector, ellos sacaron una crítica excelente.
En El Puente la acción transcurre en 1947 (la escribí en el 48); cuando se estrenó la película, dos años después, previamente aparecía un cartel que decía "Estos hechos ya fueron superados, ocurrieron tiempo atrás". Plena época peronista, donde había censuras absurdas, prohibieron un espectáculo casi terminado porque en la obra aparecían militares, prohibieron Crimen y Castigo, muy absurdo...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº72 - Septiembre 2008)
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