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Antihéroes

Maldito seas, Andrés Caicedo

Mezcla de joven rebelde y poeta feroz, la fama del colombiano Andrés Caicedo fue creciendo hasta transformarse hoy en mucho de aquello que siempre criticó. Dramaturgo, narrador, fanático del cine y de los Rolling Stones, Caicedo vivió envuelto en un mundo de drogas y análisis psiquiátricos hasta su suicidio, en 1977. Transformado en un icono juvenil, el autor de Caliwood asume los rasgos de un extraño mito popular.

Cuando Andrés Caicedo se suicidó a los veinticinco años (el 4 de marzo de 1977), pocos en la ciudad sabían que aquel pelado esmirriado de gafas y pelo largo era escritor. Los diarios hablaron del crítico de cine ("quizás la voz más autorizada en esa materia con la que contaba el país", dijo El Pueblo). Había sido fundador de la revista Ojo al Cine, del Cine Club de Cali y de la Ciudad Solar, la casona al estilo The Factory, de Warhol donde se gestó una de las vanguardias más interesantes del séptimo arte en Colombia. Había ganado a los dieciséis el Primer Festival de Teatro Estudiantil de Cali con su obra "La Piel del otro héroe", adaptado obras de Triana, Ionesco, Pinter y fue alumno consentido de Enrique Buenaventura, maestro del teatro independiente colombiano.

Sus padres, los amigos y los especialistas hablan de un niño prodigio e indisciplinado. "Un niño genio. Tartamudeaba, era miope y no muy fuerte. Sobreprotegido, incapaz de soportar un mundo desconcertante que lo jode, lo vapulea y desprecia sus escritos. El libro que más le gustaba era Diario de la Guerra del Cerdo, de Bioy Casares, donde había pandillas que mataban a los ancianos", cuenta Fernando Calero de la Pava, escritor y psiquiatra caleño, compañero de Andrés en el colegio jesuita San Juan de Berchmans.

"Nosotros tuvimos todos los beneficios de una educación aristocrática pero sin censura. Nuestros padres trajeron los primeros reproductores de cine, los curas nos pasaban películas todos los viernes, y nos daban a leer lo que quisiéramos: Marx, Sartre, Fromm...", explica Charly Pineda, también compañero y amigo.

Charly es el rey de la Corte del Norte (de la cual Caicedo era Príncipe de Caitela), donde los que luego serían los mas importantes artistas e intelectuales de la ciudad (de William Ospina al nadaista X-504) se reunían a compartir arte y conocimiento entre drogas y happenings de todo tipo.

"Era un esfuerzo a lo Baudelaire por dar un toque sombrío, gótico y decadente en contraposición a toda esa revolución de izquierda latino-americana. Defendíamos un socialismo a lo Marcuse. Queríamos que se incorporaran las libertades ya logradas a las de los proletarios. Libertades como una pieza personal, con teléfono, tocadiscos... Pero ellos hipócritamente decían que no querían eso, para después acceder a puestos con carro y jacuzzi. Hablamos varias veces en la Universidad, y les dijimos que estábamos dispuestos a apoyar la revolución proletaria con tal que ellos apoyaran la revolución sexual y el movimiento gay. Se negaron rotundamente", explica quejoso Charly, acusando a Andrés de haber traicionado la Corte para juntarse con un grupo de cineastas que leían a Marx.

"A Hernando Guerrero, los padres le regalaron una casa donde se reunían a hacer documentales y proyectar películas. Era el furor hippie de los setentas, salía y entraba cualquiera que tuviese intereses estéticos y políticos", cuenta María Eugenia Rojas, profesora de Literatura de la Universidad del Valle y miembro de la Ciudad Solar junto a artistas plásticos como Oscar Muñoz o Pedro Alcántara, el fotógrafo Fernell Franco y los cineastas Carlos Mayolo y Luis Ospina, quienes en el documental Oye Vea llevaron sus equipos a los barrios marginales (en una experiencia única para el momento) para mostrar la otra cara de los Juegos Panamericanos que, en estado de sitio, transformaría a Cali de un pueblo azucarero a una metrópoli.

Como parte del grupo, Caicedo aportó guiones e ideas, entre ellas el término Caliwood (con el que se bautizaría aquel movimiento más tarde) y el calibanismo, concepto que traspoló la tradición del cine de terror clase B a los territorios de los gorrones (indios caníbales que tuvo que derrotar el conquistador Sebastián de Belarcazar para fundar la ciudad en 1536).

"Nos íbamos de Ojo al Cine a lo de Ospina, y Andrés terminaba desnudándose con una cantidad de niñitos y niñitas. Tenía cierta bisexualidad que en ese entonces era muy difícil declarar. Tenía mucha disciplina para escribir a pesar de que la mitad del tiempo estaba borracho, tomando coca, valium 10 o yendo a Pance a comer honguitos. Formábamos parte de una burguesía que nos metió en colegios caros y cultos, pero donde había mucha doble moral", cuenta Fernando.

Es esa sociedad caleña la que describe Caicedo en sus relatos: jóvenes con todas las posibilidades, en las que el sexo, las drogas y el rocanrol se mezclan con el cine y las noches de rumba salsera, en las que, como aclara María Eugenia: "El arte era una conexión entre sur (pobre, descendiente de esclavos) y norte (rico, descendiente de hacendados)".

Una conexión que hace a Caicedo criticar solapadamente su ciudad (suciedad, sociedad) a través del calibanismo, relatos antropomórficos de jovencitos devorándose en una carrera desesperada a esa edad en la que el peso de las tradiciones termina por apagar las luces de todas aquellas posibilidades, incorporándolos al mundo (ciudad, sociedad, calicalabozo) donde el sur es sur, y el norte es norte. Edad que él situó, exactamente, a los 25 años.

"Yo pienso que él psicológicamente no era una persona fuerte. En esa época también se consumían muchas drogas, se coqueteaba con el suicidio", explica María Eugenia.

Durante sus veinticinco años de vida, Caicedo seguramente se debe haber enterado de la muerte trágica de Jim Morrison o Jimi Hendrix, el suicidio de Janis Joplin o del más revoltoso de sus adoradas majestades satánicas, Brian Jones. Quizás también el de las poetisas Silvia Plath y Alejandra Pizarnik, de Paul Celan o José María Arguedas. Y hasta quizás, de la última perfomance de Mishima en Tokio. De la muerte alcoholizada de Dylan Thomas, Ernest Hemingway, Malcom Lowry o Jackson Pollock. O el triste final de la relación entre la heroína y Charly Parker o Billie Holliday. Quizás se enteró de la desdichada muerte de Boris Vian en el preestreno de Escupiré sobre vuestra tumba (un proyecto con tantas peleas como la llevada al cine de sus Angelitos empantanados junto a Carlos Mayolo), o la de Bertold Bretch, en Berlín, exiliado de todas partes por llevar al teatro su visión crítica de la sociedad...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº62-Septiembre 2007

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Autor

Tomás Astelarra (desde Colombia)