De escritor de cuentos y cronista en pequeños periódicos, a participar de las dos primeras revoluciones del siglo pasado. De intelectual humanista, a militante comunista en poco tiempo. A 86 años de su muerte, la tarea periodística de John Reed es, sin duda, el mayor exponente de lo que puede hacer un corresponsal de guerra: no permanecer como mero observador.
Desde siempre, desde los primeros acercamientos al periodismo en Portland, había algo que lo inquietaba, que al mismo tiempo lo mantenía alerta. Como un camino ya recorrido y que la memoria reconstruía a cada paso. John Reed sentía que una opción tomada luego de algunos años, ya lo atormentaba en estos primeros días. Parecía que su vida cronológica ya conocía su futuro, sus posiciones ideológicas, sólo tenía que recorrerlo. Y desde luego que su vida fue un constante viaje. Alemania, Serbia, España, Francia, México, Rusia... Este viaje no fue solamente un mero trasladarse de un puerto a otro, de un conflicto a otro, de una guerra hacia otra; fue hallar en cada frente la bandera que lo guiaba y lo enriquecía. De una familia bien acomodada del estado de Oregon, sobre las costas del Pacífico, el 22 de octubre de 1887, nació el primer hijo de los Reed, John Silas. Con una disfunción renal que lo acompañaría toda su vida, el pequeño John ya tenía las letras como su arma. Los primeros pasos eran apenas las inquietudes de un joven humanista de clase media. La confrontación con la vida real, por fuera de la contención familiar y de las paredes paquetas de la universidad, comenzaron a forjar en Reed una conciencia, que no se detendría jamás.
Uno. "Las ideas por sí solas no significan nada para mí. Yo tenía que ver". A comienzos de 1913, veinticinco mil obreros inician una huelga en la región de Patterson, centro industrial de la seda. Para esa época, John vivía en Nueva York y hacia allí marchó a cubrir el conflicto para la revista progresista The Masses. "Hay una guerra en Patterson. Pero es un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las fábricas. Estos controlan la policía, la prensa y los juzgados". Por participar en las asambleas, cae preso durante veinte días. En el calabozo, conoce al líder de los Obreros Industriales, Bill Haywood, y lo describe magistralmente: "En medio de la celda, sus enormes manos se movían al ritmo de sus palabras. Su amplio rostro de rasgos ásperos y lleno de cicatrices, parecía esculpido en piedra. Irradiaba tranquilidad y fuerza". De regreso a Nueva York, una idea lo mantenía en vilo. No le alcanzaba con haber publicado sus artículos, necesitaba mostrar la historia de los obreros. El 7 de junio de ese año, Reed montó en el mismísimo Madison Square Garden la obra de teatro La guerra de Patterson, llevada a cabo por los mismos trabajadores que habían dejado por unos días las barricadas. El estadio estallaba, banderas rojas cubrían las tribunas, las escenas de represión policial enardecían al público. Sin duda, para Reed empezaba un nuevo camino: la prensa y los amigos lo admiraban pero observaban con cierto recelo sus incipientes inclinaciones políticas. De cualquier manera, a fines de ese mismo año consigue que los diarios Metropolitan y New York World lo contraten para viajar a México.
Dos. México en armas. Luego del conflicto en Patterson, Reed sufrió una grave recaída en su salud, por lo que unas vacaciones en el Mediterráneo lo ayudaron a recuperarse. Sin embargo, un creciente remordimiento lo carcomía: no podía permanecer alejado por mucho tiempo de su pasión. Las teclas de su Underwood estaban en silencio desde hacía meses...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº53)
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