Durante los 20 años que pasó en prisión, la identidad del homicida de Trotsky fue un misterio. ¿Militante abnegado o vulgar matón? La vida de Ramón Mercader es el tema de la novela "El grito de Trotsky" (inédita en Argentina), del periodista José Ramón Garmabella, quien responde desde México a las preguntas de Sudestada. Además, el historiador peruano Gabriel García Higueras cuestiona las tesis y denuncia fallas documentales en la novela.
Si los últimos años de León Trotsky en México (tema de la última nota de tapa de Sudestada), cautivan por lo extraordinario de los hechos que los rodean, otro elemento que viene a sumarse al interés de cualquier investigador sobre esta etapa es la personalidad de quien fue su asesino. El catalán Ramón Mercader, miliciano republicano durante la Guerra Civil Española y luego agente de la GPU stalinista, sería el encargado de hundir un pioletazo en el cráneo del compañero de Lenin y terminar con sus días mientras iniciaba, al mismo tiempo, uno de los enigmas más custodiados del siglo pasado.
Su pasado en España, su relación con su madre y su trabajo de infiltración en el entorno de Trotsky en México, así como también sus años en prisión, su silencio mantenido a rajatabla, su liberación y sus últimos días son, en conjunto, el tema de la polémica novela El grito de Trotsky, del periodista mexicano José Ramón Garmabella, inédita en nuestro país. Después de 30 años de investigación y con elementos desconocidos de la personalidad del asesino, Garmabella ofrece en esta entrevista con Sudestada los trazos de uno de los episodios más turbios de la historia moderna: el asesinato, por la espalda, de uno de los protagonistas de la Revolución de Octubre.
¿Por qué eligió como eje de su investigación el asesinato de León Trotsky?
Fueron varios los motivos. Uno de ellos, quizá el principal, fue que el asesinato de Trotsky representó la culminación de uno de los grandes dramas de la historia contemporánea, o sea, la Revolución Rusa devorándose a sí misma. Otra de las circunstancias que me animaron a hacerlo, además de la importancia histórica de la víctima, fue el halo de misterio y hasta de incertidumbre que rodeó al victimario, seguramente una de las figuras más enigmáticas y hasta diría subyugantes del siglo veinte. El tercer motivo, finalmente, fue la trama que atraparía por igual a víctima y a victimario sin dejar de considerar que el momento mismo del atentado y la forma de ejecutar a Trotsky bien merece pertenecer a lo mejor de la antología de Dostoievski o, mejor aun, a una tragedia griega.
¿Cómo persistió en la investigación durante tantos años?
La investigación fue iniciada hace ya muchos años, no menos de treinta, teniendo como base el expediente policíaco y el estudio de la personalidad que se le realizó al homicida de Trotsky. No obstante, ninguno de esos documentos, aun sin descartar su indudable importancia histórica, arrojaban mucha luz sobre Ramón Mercader. Uno, el expediente, porque eran -y son- cientos de cuartillas con respuestas vagas del procesado ("No recuerdo"; "Si ustedes lo dicen así habrá sido", etc...) para concluir aferrándose a la tesis original ofrecida luego del atentado, esto es, llamarse Jacques Mornard, ser un belga hijo de diplomático y la desilusión sentida hacia Trotsky que lo orilló al delito. Y en cuanto al segundo, el estudio de la personalidad, si bien es cierto que apuntaba hechos reales como que el sujeto había combatido en España, dejaba sin embargo muchas lagunas acerca de la historia de su vida, atribuibles más a su afán por ocultar la verdad que a desacierto de los especialistas. La pregunta clave que me impulsó a seguir adelante con la investigación fue la siguiente: si ese hombre, acorde al estudio de su personalidad, era inculto y no tenía más atractivo que su apostura física, ¿cómo fue posible que durante algo más de dos años fuera capaz de irse acercando paulatinamente al círculo íntimo de Trotsky? Bien es verdad que además de los documentos en cuestión tuve la colaboración del doctor Alfonso Quiroz Cuarón, uno de los autores del estudio y quien probara mediante prueba incuestionable cómo fue la comparación de huellas dactilares del ejecutor de Trotsky. También obtuve testimonios de quienes lo habían tratado en la cárcel así como periodistas relacionados con el hecho y españoles exiliados en Moscú quienes le conocieron. El obstáculo mayor, sin embargo, fue el hermetismo que rodeó a Mercader por parte de su abogado defensor y familiares suyos, sólo roto después de la caída de la Unión Soviética y la muerte del propio Mercader en 1978. Fue entonces cuando esa parte fundamental de la investigación se animó a hablarme sin cortapisas del tema y el abogado defensor, incluso, puso a mi disposición el archivo que guardaba sobre su defendido por tantos años y con el que aparte había tenido una amistad fraternal. Ya las confidencias de los familiares no ocurrieron sino hasta hace dos años cuando me proporcionaron lo mejor de su archivo fotográfico.
¿Con qué palabras definiría a Ramón Mercader como militante político?
Mercader, por principio de cuentas, no fue sino la representación más fiel que imaginarse pueda de muchos comunistas españoles de los años treinta con fidelidad ciega, absoluta, hacia la URSS tomando en cuenta que el régimen de Stalin fue el único, junto con el México de Lázaro Cárdenas, que le proporcionó armamento a la República Española para su defensa contra el levantamiento fascista de Franco. Ramón Mercader, en lo que atañe a su actuación durante la guerra española, participó durante los primeros combates callejeros en Barcelona ocurridos a partir del 19 de julio de 1936. Posteriormente fundó un batallón, el Jaume Graells, llamado así en honor de un amigo suyo caído en aquellos combates, y después de luchar en el frente de Aragón, viajó a defender Madrid como comandante del batallón adscrito ya en ese entonces al Quinto Regimiento. Más allá de que La Pasionaria lo nombra en sus Memorias calificándolo de camarada heroico y abnegado, combatientes de la época lo recordarían como un hombre de gran valor personal y no exento de ciertas condiciones de liderazgo con nociones de táctica militar...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº53)
Exaltación de un asesino
por Gabriel García Higueras
Con el sensacionalista título de El grito de Trotsky, de la autoría del periodista mexicano José Ramón Garmabella, el sello editorial Debate ha publicado una biografía del victimario que en 1940, encubriéndose bajo identidades falsas, asesinó con alevosía, en un acto cobarde y brutal, al líder revolucionario León Trotsky, en México: Jaime Ramón Mercader del Río. Esta obra se presenta como la "primera biografía exhaustiva" que se hace del personaje en cuestión, según reza la contratapa del libro.
En estas líneas comentaré a vuelapluma algunos asuntos expuestos en dicha obra.
Garmabella dedica espacio considerable a la biografía de Trotsky, ingresando a un territorio que, como intentaré demostrar, le es ajeno. La narración que presenta de la vida del revolucionario se basa enteramente en la conocida obra de Isaac Deutscher Trotsky, el profeta desterrado, pero sin citarla. Si el autor hubiera sido más cuidadoso en su investigación y hubiese consultado, por ejemplo, las memorias del secretario de Trotsky, el francés Jean van Heijenoort, habría tenido presente la advertencia que hace a quienes estudian la vida de Trotsky de no aceptar ninguna fecha ni información contenidas en esa obra sin previa verificación, en razón de que contiene numerosos errores. Consiguientemente, Garmabella reproduce no pocas inexactitudes históricas al tratar del postrer exilio del revolucionario ruso.
Por otra parte, Garmabella sostiene que en 1939, encontrándose en México, Trotsky aceptó viajar a los Estados Unidos para comparecer ante el Comité Dies del Congreso de Washington, ya que "pensaba apoyar la proscripción" del Partido Comunista de ese país siempre que ello "le permitiera utilizar la tribuna en ataques contra Stalin" (p. 109). Si se hubiera informado mejor, el periodista mexicano sabría que si Trotsky aceptó la invitación del Comité fue para ofrecer su testimonio sobre la historia del stalinismo, lo cual, además, le iba a permitir responder las acusaciones falsas que se hicieron contra su persona. De ahí que, independientemente de la tendencia política de ese comité (que calificaba de reaccionaria), Trotsky juzgara su participación en éste como un "deber político". Él se manifestó resueltamente contrario al objetivo político del Comité Dies de ilegalizar el Partido Comunista estadounidense...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº53)
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