(A pesar de haber tenido que interrumpir por una semana mis trabajos de investigación dentro del galpón, volví a la carga. Esta vez con un asistente de lujo, el recién llegado a este mundo de injusticia y dolor, mi hijo Miles (cualquier parecido con el trompetista es mera casualidad), fruto del amor que nos profesamos mi esposa y yo. Ahora las tardes ya no serán tan largas e interminables como lo eran antes, rodeado de tantos papeles, polvo y humedad, sino que espero se conviertan en momentos mágicos y, por que no, misteriosos en los que pueda ver y conocer todo el desarrollo de la vida de mi hijo. Se va la tercera).
Si pensaba que a esta altura de mi vida no había nada más para sorprenderme dentro de lo anecdótico y enigmático que tiene el oscuro mundo del jazz, aguarden escuchar lo que acabo de descubrir.
Parece ser que allá, por fines de los 60, muchos jazzmen, como Miles Davis, Gary Burton, Gil Evans, Wayne Shorter y otros, estaban un poco saturados del be-bop, el freejazz, el caribeanjazz, y decidieron incursionar en otros estilos (acidrock, psicodelia y otras hierbas), no sólo en lo que respecta a lo musical sino también en lo estético. Es decir, dejaron el traje por el pelo largo, los pantalones de cuero y las camisas de colores. Y si hablamos de colores, cómo no nombrar a estos dos grandes músicos protagonistas de un encuentro mágico: Jimi Hendrix y Miles Davis.
Resulta que en el 68, en una de las tantas visitas de Hendrix a Londres; su amigo, el baterista Mich Michel, le acercó y propuso escuchar y luego tocar parte del trabajo que Miles había realizado en su disco Sketches of Spain. Hendrix quedó fascinado, y no tuvo mejor idea que salir corriendo a la casa del jazzista, que vivía a unas pocas cuadras de allí. Tocó la puerta y Davis lo hizo pasar. Sorpresivamente para Jimi, Miles también tenía ganas de verlo, porque quería presentarle a su amigo pianista Gil Evans para que realizase unos arreglos en uno de sus discos, que para ese tiempo estaba por grabar. Pero en ese momento se olvidaron de las circunstancias por las que se habían encontrado y se pusieron a tocar.
El encuentro se repitió un par de veces más pero, para desgracia de todos los amantes de la música (y para sus propios amigos también), no dejaron nada registrado y se lo guardaron en sus memorias para el resto de sus vidas. Qué picardía, ¿no? ¿Quién habrá hecho el mejor solo esa tarde? ¿Hasta qué hora habrán tocado? ¿Quién buscó a quién? Sólo preguntas nos quedan por hacer, y conformarnos con saber que después de esa unión, Miles grabó un disco que revolucionaría la escena del Jazz Britches Brew, inventando lo que hoy conocemos como fusion jazz-rock. Y por su lado, Hendrix nos dejaría uno de sus últimos trabajos con la J.H Experience Electric Ladyland, en el que incluye una pequeña Jam Session.
Volviendo al encuentro, cabe recordar que estos dos innovadores, poéticos y explosivos exponentes de la música de todos los tiempos, supieron dejar un estigma a los músicos que los acompañaron en su carrera, ya que en sus composiciones no solían manejarse con un lenguaje estrictamente musical como el que conocemos (partituras, escalas, acordes, etc.) sino que recurrían a la inspiración por medio de colores y tonalidades. Por ejemplo, solía escuchárselos en algunos estudios de grabación pidiéndoles a sus músicos que tocaran "un azul, un gris o un negro". Casi se podía decir que tocaban desde los colores vitales y no desde los acordes.
Esta historia está dedicada a estos dos grandes músicos, pero principalmente a Jimi, recordando un nuevo aniversario de su trágica y, hasta hoy, enigmática muerte. Lástima, ¿no?...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°03)
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