Menos mal que nos queda la esperanza. Menos mal, porque sino habría que ponerse a pensar enseguida qué se puede hacer para cambiar las cosas. Necesitamos la esperanza, no podemos vivir sin ella, es que sino tendríamos que salir, ya divorciados de toda fe, a buscar respuestas a la calle, a provocar los cambios y no a esperar que lleguen solos, a dejar de pensar que hay gente que nos representa y que nos viene bárbaro para no hacer nada y esperar. Menos mal que tenemos fe, porque la fe mueve montañas, dicen, pero también paraliza, la fe es un acto que no necesita una respuesta fáctica sino que se construye de forma artesanal de modo mecánico, inconciente. Cuanto menos ganas tenemos de hacer las cosas, más fe necesitamos. Cuanto más nos exige la realidad, esa cruda y devastadora realidad que nos conmueve y nos indigna, más precisamos la esperanza para no hacer nada, para decir dos o tres estupideces y dormir tranquilos.
Hace unos días charlábamos con el escritor Andrés Rivera (charla que publicaremos el mes que viene) sobre este tema de la esperanza, porque muchos de sus lectores se quejan de esta ausencia de fe en sus obras sobre el presente argentino. Sin esperanza estamos perdidos, le dicen, pero... ¿y perdido por perdido, sin fe en nadie ni en nada, no podríamos salir a buscar lo que exigimos ahora, disfrazando pasividad con pesados discursos acerca del destino escrito de un pueblo como el nuestro? Otro escritor, Eduardo Belgrano Rawson, relata en su libro Setembrada las conclusiones de uno de sus personajes acerca de las mejores tácticas planteada para la guerra. "Si le tocaba sitiar a un ejército acorralado, debía tener en cuenta que su enemigo lucharía hasta desangrarse. Siempre convenía dejar un escape a un ejército en desbandada. Mucho cuidado con eso.
Lo último que podía permitirse en la vida era que su enemigo perdiera la fe. Nunca se debe pelear contra gente desesperada. Todo esfuerzo sería poco para mostrarles alguna esperanza, convencerlos a toda costa de que aún podían salvarse. Sólo entonces debía lanzarse a su total exterminio", escribe.
Menos mal que nos queda la esperanza, menos mal que nos sobran por todos lados estos curas con y sin sotana que defienden con su vida esta esperanza absurda que radica en no hacer nada y esperar una ayuda divina. Porque rodeados, sitiados y atacados, muchos siguen pensando en dibujarnos puertas falsas de salida que no existen. Puertas que dependen de nosotros que aparezcan, por la que podríamos echar a patadas a estos mercenarios de la fe que tanta esperanza necesitan para seguir engañando.
La falsa trasgresión
Se decían rebeldes, provocadores, transgresores y parecían dispuestos a todo. Hoy son una banda de mediocres lamentables, ofreciendo rebeldía como moneda de cambio en revistas o programas de televisión. Se ponen traje y anteojos negros y hacen chistes, o dirigen publicaciones escapadas de otra realidad para ganar su moneda y son lamentables. Ahora se preocupan por los segundos de publicidad y llenan sus programas y revistas de avisos, facturan bien, se acomodan, nos sonríen. Son los rebeldes que mejor le vienen al sistema, tanto que siempre hay una palmada para ellos. En un país con tanta gente creativa y revolucionaria muerta o sobreviviente, estos miserables saludan con los ojos llenos de mentiras y nos invitan al festín de los vivos, que son ellos. Trepadores, mercenarios, lamebotas, funcionales siempre listos, referentes de un presente gris, que ahoga.
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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