En la Fundación Proa se exhibe un recorte de la obra del plástico brasileño Cándido Portinari. Desde la mirada de los pobres, los negros y los trabajadores, el pintor delineó con maestría los rasgos de todo un tiempo en América Latina.
"Aquí estoy para afirmar que la pintura que se desvincula del pueblo no es arte, sino un pasatiempo". La frase que precede estas líneas configura una de las premisas que consagró a Cándido Portinari como el mayor referente de la plástica brasileña, llevándolo fuera de las fronteras de su ciudad natal, Brodowski en Río de Janeiro, para darle un reconocimiento internacional cuando el mundo de los desterrados, los indigentes y la muerte se hicieron presentes en sus telas.
Su arte se basó en el reflejo de la desigualdad y la pobreza sufridas por su pueblo, con un estilo comparable al que en la misma época desarrollaban David Siqueiros y Diego Rivera en México, o el propio Antonio Berni en Argentina. De ahí que en su conferencia titulada "El sentido social del arte" en 1947 llevada a cabo en Buenos Aires, donde Portinari planteaba que "los pintores que desean hacer arte social y que aman la belleza de la pintura en sí misma, son los que no olvidan que están en este mundo lleno de injusticias para formar filas al lado del pueblo".
Al igual que Berni, Rivera y tantos otros artistas que retrataron hombres y mujeres anónimos de sus pueblos, Portinari encontró la belleza del hombre universal en su trabajo, rodeado de los objetos de su entorno, con sus ropas y lugares que transformó con la mirada estética de la pintura y consagró así nuevas formas de apreciación. En correspondencia con esa concepción diría que "el pintor social -tal como se definía- cree ser el intérprete del pueblo, el mensajero de sus sentimientos. Es aquél que desea la paz, la justicia y la libertad y que cree que los hombres pueden participar de los placeres del universo".
Desde esa concepción empleó los colores más intensos, en juego con imágenes duras y a veces dramáticas para describir las vivencias de los sectores sociales marginados, retrato que enriqueció con su apreciación estética. Es así como los paisajes cotidianos, el quehacer diario, las fiestas regionales tomaron protagonismo en sus pinturas y se transformaron en la propia identidad de su pueblo. Candinho cuenta historias de fútbol en el suelo de tierra rojiza, el circo pobre, la muerte nordestina, y el entierro en una hamaca, la familia migrante de los desplazados, los indios Carajás, los campesinos, los estibadores, la fiesta de San Juan, los espantapájaros, los bichos de la selva amazónica, la Fiesta de la muerte y la resurrección del Buey, las reuniones de mujeres, todas miradas trabajadas con sutil encanto que fue transformando en imágenes características de su obra.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°32)
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