Se realizó la tercera muestra de cine cubano en nuestro país, durante la cual se pudo ver parte fundamental de la obra del vanguardista cineasta Santiago Álvarez, películas de ficción, documentales actuales y una retrospectiva de la Televisión Serrana.
Durante los 14 días de la muestra organizada por el Grupo de Cine Insurgente, que se exhibió en los cines Cosmos y en el complejo Tita Merello, descubrimos la calidad y la vitalidad de las que goza el cine cubano. Conocimos los documentales de Santiago Álvarez y nos acercamos a su intensa y extensa obra -realizó alrededor de 700-, verdaderos manifiestos periodísticos e históricos del cine documental político y social. La muestra nos dio la pauta de que Álvarez fue un verdadero vanguardista del cine político de la contrainformación. Conciente como pocos del poder y de la efectividad de los mensajes que se pueden vehiculizar desde el cine, Álvarez se manejó siempre con las ideas bien claras y con una cámara en mano, como decía Glauber Rocha. Proyectó su visión en este formato y la sucesión de obras de "denuncia", de construcción de sentido y lecturas críticas del imperialismo, se multiplicaron. En este sentido, se pueden ver muchas, entre ellas Hanoi, Martes 13 que, con textos del poeta José Martí, nos muestra cómo se organizaba el pueblo de Vietnam y el bombardeo a la capital el 13 de diciembre de 1966. En el particular documental ¿Cómo, por qué, y para qué se asesina a un general? se muestra el asesinato del Jefe Militar de Chile en un intento de desestabilización política previo a la asunción de Salvador Allende.
En 1965 realizó Now, documental que muestra en formato de video clip el fenómeno racial en Estados Unidos. Durante seis minutos, mediante la técnica del fotomontaje y la voz de Lena Horne agitando la consigna «now is the time», desnudó el odio racial de los norteamericanos y la lucha por los derechos civiles. En este corto podemos advertir un elemento común que une a cada una de sus producciones: creatividad y aprovechamiento de los recursos técnicos, aunque estos sean escasos. L.B.J. sigue esta línea, planteando la hipótesis política de que Lindon B. Johnson, director de la CIA, aprobó los asesinatos de Martin Luther King y de John y Bobby Kennedy. Este documental se anticipó 20 años al film JFK de Oliver Stone, quien centra su película en la tesis de Álvarez. Se dice que Santiago le recriminó este hecho a Stone, y que él se lo reconoció y por ello le regaló una copia en 35 mm.
En interesante saber que cuando Santiago Álvarez fue llamado para dirigir el recién creado Departamento de Documentales y Cortos del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), era el administrador de un Cineclub y carecía de cualquier tipo de formación técnica cinematográfica. Este último dato parecería hacer llamativa la alta calidad de sus documentales y de los cortos realizados para el Noticiero ICAIC latinoamericano, pero el dato previo puede resultar pertinente para aclarar las dudas: probablemente Álvarez se haya formado como cinematógrafo en tanto espectador. O, aún más factible, la propia necesidad lo llevó a sacar de su interior recursos innatos que ningún otro podría haber aprendido con una instrucción académica formal. Sus obras impresionan por lo artísticas, bellas, originales y por la efectividad con la que logran cumplir su cometido político sin desatender el interés permanente por la estilización de las formas. Álvarez parecía estar un paso adelante de todo, tanto en términos artísticos como periodísticos. Desde la original estética de los títulos (tablas pintadas flotando en la orilla del mar, figuras cambiantes en blanco y negro, un tragamonedas con calaveras que forma las siglas «L.B.J.») hasta el particular uso de las imágenes de archivo (sobre todo las fotografías, con el sugerente pasaje del plano detalle al general generando un impacto que de otra forma no hubiera sido logrado), Santiago Álvarez parece haber revolucionado tanto al cine como al periodismo. El tratamiento de los temas más serios y dolorosos con una cuota de humor es una constante en su obra: uno de los noticieros promociona el «Mace», un nuevo producto químico para ser usado contra los motines negros, con sloganes del tipo «use Mace y ríase de lo que pase» o «pida catálogo gratis a la Genocidio Corporation». Éste y otros aspectos de su obra parecen haber sido tomados (con alteraciones que deforman más que enriquecen) por un sector del periodismo actual: en uno de los noticieros del ICAIC se realiza un informe acerca de las áreas de trabajo en Cuba mediante el «seguimiento» (con un enfoque humorístico) de una ventana que estaba pudriéndose en un almacén. Se pasean con la ventana, instancia por instancia (del empleado del almacén al productor, de allí al gerente del almacén) hasta descubrir las impericias burocráticas y, finalmente, luego de la intervención de las cámaras, el problema es rápidamente resuelto.
Otro de los puntos a destacar de la obra de Álvarez es que bajo ningún aspecto se dejó influenciar por la estética del realismo socialista. Sus obras están lejos de la chatura estética y el concepto del "arte proletario" que se imponía desde el Kremlin. Daniel Diez Torres, compañero de trabajo de Álvarez y fundador de la TV Serrana, recuerda que esa cuestión eraun tema de discusión recurrente, «pero ganó la razón, ganó el mejor pensamiento artístico. Eso trajo a consecuencia una explosión de nuevos creadores, sino hubiera perecido el talento. No se hubiera creado una escuela de documentalistas, no se hubiera creado el cine cubano, no se hubiera formado el ballet o no se hubiera creado una plástica o una literatura cubanas. Esas cosas no hicieron mella, no se pudieron instaurar.» Santiago Álvarez desde sus primeros trabajos dio rienda suelta a su libertad para crear y buscar la transparencia, contundencia y la emotividad del mensaje con todos sus componentes técnicos. Por ejemplo, en cuanto al soporte sonoro, la recurrencia de temas en habla inglesa. Muchos de sus trabajos están musicalizados con canciones en inglés, cuya letra viene a explicar o, más bien, a intensificar el valor de las imágenes. Su combinación con, por ejemplo, textos de José Martí, es una receta poco predecible y, tal vez por ello, muy eficaz.
Nadie puede negar el talento de Álvarez, pero tampoco se puede pasar por alto un factor que en muchas de sus obras resulta determinante para el atrapante resultado final: el carisma de sus protagonistas. Mi amigo Fidel se sustenta en gran medida sobre el innegable atractivo personal de Castro y Nova sinfonía sería impensable sin el carácter abrumadoramente histriónico del presidente de Mozambique.
Ficciones
No sólo de documentales vive el hombre, por eso la antología presentó también cuatro películas de ficción, entre las que se destaca La muerte de un burócrata (1966) de Tomás Gutiérrez Alea. El filme rebosa inteligencia, originalidad y humor ya desde los títulos de apertura. Bajo la forma de un expediente mecanografiado se presentan los créditos y resultan intrigantes los nombres que aparecen en los agradecimientos: Laurel y Hardy, Buster Keaton, Orson Welles, Marilyn Monroe. Esto cobra sentido a medida que avanza el metraje en el que cada uno de estos personajes dice «presente» a modo de inspiración: la comicidad física del gordo y el flaco y Keaton, las rubias exhuberantes y descocadas, risueñas como campanillas -Marilyn-; pero la presencia más rotunda es la del director norteamericano. La muerte de un burócrata se devela como una especie de retoño de El proceso (1962) de Orson Welles. Un hombre muere y es enterrado con su carnet laboral, sin el cual la viuda no puede tramitar la pensión. Las trabas burocráticas harán que su sobrino se pasee de oficina en oficina, de escritorio en escritorio, tratando de lograr su cometido. Mientras Salvador Wood (en el papel de «el sobrino») se mueve por laberínticas oficinas plagadas de papeles que se amontonan por todos los rincones, es imposible no recordar al K encarnado por Anthony Perkins en El proceso. Claro que la película de Gutiérrez Alea, a diferencia de la de Welles, es una comedia negra, entonces la última carcajada; el desborde final de los protagonistas frente a esta burocracia incomprensible que acaba por consumirlos no es la misma: mientras Perkins encuentra su fin con aquella terrible explosión (literal), Wood explota (metafóricamente) ahorcando al administrador del cementerio hasta la muerte y siendo retirado del lugar con un chaleco de fuerza. El trabajo de cámaras, de montaje y de composición es impecable. Los planos contrapicados de los ángeles de yeso con el cielo de fondo, con los que se abre el film mientras se escuchan en off las últimas palabras que se dedican al difunto, prometen lo que el resto de la película no dejará de brindarnos: escenas plenas de significación (la visita al primer burócrata quien, mientras «chamuya» sobre los interminables trámites y posibles soluciones, no deja de mirar las piernas y el trasero de la secretaria, es sólo un ejemplo); planos certeros (el plano detalle de la boca de la empleada del cementerio recitando los pasos del papeleo a seguir, mientras las palabras empiezan a ser aceleradas, es brillante); escenas oníricas (perfectamente logradas con algunos tintes surrealistas). Los personajes causan gracia, lamentablemente, por parecerse demasiado a los burócratas que todos conocemos y sufrimos a diario. Sin lugar a dudas, de lo mejor de la antología.
De Tomás Gutiérrez Alea también se pudo ver Hasta cierto punto (1983), un drama con tintes cómicos en el que un guionista decide ir al puerto en busca de información para un film sobre el machismo y termina enredándose con una de las obreras. Una revisión sobre la relación entre los sexos, la rutina y el conformismo del matrimonio y la interacción entre distintas clases sociales, con un final que corta el ritmo y desconcierta sólo por recalcar la realidad: cuando las películas reflejan la vida los finales felices resultan imposibles.
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