El gobierno de Mauricio Macri anunció la obtención de un nuevo crédito del FMI como un triunfo de su gestión. A decir verdad, la raíz del endeudamiento argentino con organismos de la usura internacional se encuentra en Bernardino Rivadavia, y no hizo más que atravesar toda la historia argentina. Breve recorrido por un mapa de gobiernos que endeudan generaciones para beneficiar corporaciones y aliados, pueblos enteros que asisten al saqueo criminal de sus riquezas naturales y un sistema de rapiña que se repite de forma cíclica y trágica en Argentina y en América Latina.
Al cierre de esta edición, el fascismo obtenía la mayoría de los escaños en Brasil, la policía ponía a los golpes el broche de oro a la enorme marea feminista reunida en el Encuentro Nacional de Mujeres en Trelew y Mauricio Macri publicaba un editorial dominical en el pasquín colaborador de la Dictadura –El Día– de nombre largo y rimbombante: "Obras sin relato ni corrupción, que convierten el pasado en futuro y que quedan para siempre".
En la columna se hacen presentes los anodinos de siempre: esta vez son "Mirta y Luis", dos anónimos de Facebook que apoyan su gestión, y una larga lista de obras públicas entre veredas sanas que se arreglan de vuelta y metrobuses que ningún vecino solicitó. Nada apuntó el Presidente sobre la creciente deuda adquirida y contando, que la Argentina contrajo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la oficina que el organismo instaló en el Banco Central. Tampoco nada aparece sobre los mecanismos económicos con los que disfrazan el saqueo de desarrollo, para sumir al pueblo en el hambre y fortalecer a "los más débiles"; esos que siempre resultan ser corporaciones y capitales extranjeros.
En esta edición, repasamos la historia de la deuda y los principales mecanismos que utilizan las corporaciones y las trasnacionales, para recordarnos que aquello de la Independencia no ha trascendido la anécdota del Billiken.
La deuda odiosa
En 1824, con la presidencia de Bernardino Rivadavia, Argentina contrajo su primer empréstito por un millón de libras con la Baring Brothers, la compañía bancaria más antigua de Londres. De allí en adelante, trazaría una larga y curvilínea línea de dependencia con los capitales extranjeros y las corporaciones trasnacionales financieras como ejecutores.
Ruy Mauro Marini –teórico brasileño de la dependencia– decía a fines de la década del setenta que "la historia del subdesarrollo latinoamericano es la historia del desarrollo del capitalismo mundial".Escribió Subdesarrollo y Revolución en 1969, cuando la mayoría de los países latinoamericanos ya se había endeudado con el FMI, organismo multilateral con sede en Washington que fue creado por 44 países aliados al final de la Segunda Guerra Mundial para dar "asistencia financiera" a países "en vías de desarrollo". Vaticinando las dimensiones que adquiriría la deuda externa en todo el continente, proyectó la necesidad de acabar con la dependencia económica y postuló la necesidad de practicar la revolución para lograr una verdadera independencia. No había dudas de que las deudas externas de los países latinoamericanos eran uno de los síntomas de una larga enfermedad que sumiría a los pueblos del denominado "Tercer Mundo", en el hambre y la miseria.
Mientras tanto, en la Argentina, ya había sido colocado hacía tiempo –en 1956 y con la Revolución Libertadora de Aramburu– el primer grillete que nos enlazaba al FMI: una deuda externa de 1.100 millones de dólares. A cambio, se desnacionalizaron los depósitos bancarios y se anuló la reforma constitucional de 1949. Se sumarían intereses y multas varias y, al cabo de poco más de una década, Argentina estaría pagando 1.800 millones de dólares en 1962, bajo el gobierno de Arturo Frondizi, y 2.100 millones de dólares al finalizar el gobierno de facto de José María Guido.
Para 1975 y, como bien habían vaticinado Ruy Mauro Marini y otros teóricos de la dependencia, América Latina se poblaría de tecnócratas, funcionarios y burócratas expertos en recetas para el saqueo disfrazado de desarrollo.
Según datos del Banco Mundial –otra institución diseñada para que las potencias parasiten los países periféricos– en 1975, la deuda externa global de América Latina, ascendía a 45.000 millones de dólares. Para 1982, después de las sangrientas dictaduras que asolaron el continente –con claros objetivos de desestructuración de los movimientos obreros locales– ascendía a 333.000 millones de dólares. En 2002, veinte años después –democracias mediante–, eran 782.000 millones de dólares los adeudados por los países de la región al FMI.
La presión del establishment para condicionar a los gobiernos para enajenar fondos públicos y el encumbramiento del poder financiero en las fracciones más altas de la clase dominante, se tornaron una triste postal cotidiana. Por la hegemonía adquirida por el capital financiero, se pagaron entre 1975 y 2002, 1,4 billón de dólares en concepto de intereses de deuda externa global latinoamericana, sin haber podido cancelarla.
La deuda odiosa había aterrizado en América Latina.
Las dictaduras del capital financiero
En derecho internacional, se conoce como "teoría de la deuda odiosa" a la teoría jurídica que sostiene que la deuda externa de un gobierno, contraída, creada y utilizada contra los intereses de los ciudadanos de los países, no tiene por qué ser pagada y, por tanto, es exigible su devolución, ya que quienes la contrajeron, lo hicieron a sabiendas y obrando de mala fe, por lo que los contratos resultantes debieran ser nulos. Dice Alexander Sack, jurista ruso, al respecto: "Esta deuda no es una obligación para la nación; es una deuda del régimen, una deuda personal del poder que la ha tomado, por lo tanto esta cae con la caída del poder que la tomó".
En América Latina, la hora de la deuda externa se consagró con la crisis mundial del petróleo y las dictaduras más sangrientas que les tocó vivir a los países del continente. Gobiernos militares autoritarios que en la década del setenta hicieron alarde de los mecanismos más cruentos de represión para desarticular las relaciones sociales y vínculos de solidaridad que establecían los movimientos obreros. Atentaron contra todo tipo de organización social, apelando al chivo expiatorio de la lucha "contra la subversión", para la concreción de un objetivo común a todas las dictaduras latinoamericanas: la instalación de democracias frágiles bajo la conducción de capitales financieros trasnacionales. Los Chicago Boys, con Milton Friedman a la cabeza, aterrizaron en el continente para quedarse.
Las recetas mágicas para sacar a los países periféricos del subdesarrollo, contemplaban el achicamiento del sector público (recortes en salud, educación y "gastos" de los que el estado puede prescindir pero los ciudadanos, no), el cambio en la matriz productiva (reemplazo de la industria como motor de la economía), cambios en las relaciones de trabajo, en la forma de producción y el trastocamiento de las relaciones sociales.
El mercado de la deuda pública se convierte en uno de los más rentables. A lo largo y a lo ancho de América Latina, se irán sellando pactos sangrientos bajo los slogans de la modernización y la productividad...
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