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El ojo blindado

El fascismo ambidiestro

En nuestro país los villeros, desde la reinstauración de la democracia, pasaron a ser el enemigo bastardo más eficaz para explicar y determinar la ubicación exacta de la violencia en nuestra sociedad. Fueron los elegidos para que el ciudadano "común" sepa qué es lo que hay que extirpar del cuerpo social, para que mejore su salud.

El mito del monstruo
En nuestro país los villeros, desde la reinstauración de la democracia, pasaron a ser el enemigo bastardo más eficaz para explicar y determinar la ubicación exacta de la violencia en nuestra sociedad. Fueron los elegidos para que el ciudadano "común" sepa qué es lo que hay que extirpar del cuerpo social, para que mejore su salud. Las armas del Estado hace rato que apuntan todo el día hacia la villa. Arrancadas de la faz de la tierra todas las raíces guerrilleras de naturaleza nómade o por lo menos movediza, se necesitaba crear nuevos monstruos y, en lo posible, asegurarse esta vez cierto sedentarismo del enemigo. Que la violencia ya no se mueva, que esté en un solo lugar. Villeros y el mal se instalaron como sinónimos en las cabezas argentinas. La monstruosidad debe ser bien representada para lograr asustar a los normales.
Los mitos de los monstruos, tarde o temprano, se derrumban o la razón los ubica, como corresponde, en el jardín de las fantasías, y el sonido de las estatuas estallando contra el firmamento hace eco eternamente. Pero en la actualidad, el mito del villero violento está lejos de ser derribado, sino más bien experimenta su mejor primavera. No se vislumbra en lo próximo ningún ocaso para estos ídolos, sino más bien observamos un interminable y joven amanecer, gracias a que llevan muchos años ya bien alimentados, no sólo de forma salvaje a través de los noticieros, sino también de bizarras series de ficción escondidas en una supuesta seriedad, o bizarras películas en las que sus creadores no admitirían jamás que disfrazan su racismo y ayudan en la construcción del villero como único enemigo de la sociedad, al igual que lo hace un falso periodista. Estas farsas y falsedades entre los artistas son más difíciles de descifrar ya que todo arte funciona como escudo metafísico y pocos pueden creer que una serie o película sean iguales o más racistas que los mismos noticieros.
En realidad, el prejuicio hacia los villeros no se explica sólo desde la economía. Ocupan un lugar muy importante en el imaginario de las personas en el que, además de ser la representación adecuada de la violencia, también lo son del fracaso, de un supuesto karma, de la falta de voluntad, de un organismo incompleto, un ser infeliz, un alma opaca. No son sólo pobres económicamente sino además pobres de espíritu, de cualidades, de virtudes. Se los considera en público como seres escasos de recursos materiales, en privado y casi en secreto como a escasos en recursos cognitivos e intelectuales.
Los ciudadanos que no sienten impulsos de exigir holocaustos trabajan para que los villeros no sean discriminados de la magnanimidad estatal. Ese es el límite de la utopía. Esa es la creencia: la salvación para los villeros desciende desde el mismo Estado que los somete.
Los villeros mismos se convencen de que son como la representación que otros hacen de él. El villero está para justificar todo tipo de represalia estatal, todo aumento indiscriminado del control social. Es el objeto preciso y preciado para que alguien demuestre su cantidad de progresismo o de nazismo en sangre. Nunca es un igual. Nunca.
O está debajo de las suelas de las botas policiales o está arriba del altar snob, suministrando sin descanso contenidos para el deleite, el humor y el pensamiento de los que pertenecen a la comunidad de lo Uno. Algo que está más allá de ser sólo una categoría económica. Ser de lo Uno en Argentina es no ser villero. En lo Uno entran sectores sociales y económicos muy diferentes. Es una jerarquía onírica, una postura de vida, un glosario de gustos que comparten diferentes clases sociales. Es una cosmovisión transversal. Es pertenecer a "la verdad", es ser dueño de ella. Se comparte un lenguaje común, se reproducen estereotipos y no se deja de sacarles fotocopias a sus pares en la personalidad, musicalidad léxica y paladares culturales. Tiene como hábito lo que en lo Otro es extraordinario. Todo lo que para un villero suena a cuento de hadas, a inalcanzable, a lo que roza lo imposible, del lado de lo Uno es lo típico. El ser de lo Uno es estar casi ciego de tener los ojos tan llenos de las vigas que ve siempre en el ojo (villero) ajeno. Por eso considera fundamental para su existir hablar siempre de los de lo Otro. Los de lo Uno depositan en los villeros sus propios fantasmas. Proyectan todas sus propias perversiones en los de lo Otro, y así se libera de su propio tormento. El de lo Uno dice que los villeros son todos iguales; ladrones, sucios, que no saben tener sexo y por eso tienen hijos como conejos, etc. ¿Y acaso él no es igual a los suyos? ¿Y acaso él no es ladrón? ¿Él sí sabe coger?


Nada nuevo
La construcción del mito del villero violento ya lleva décadas, por eso no es para entrar en pánico la realidad política actual en Argentina, donde tenemos una Ministra Horror redoblando los tambores mientras convoca a una campaña masiva de gatillo fácil. Que millones reclamen la pena de muerte sin juicio para los villeros ladrones, no es una filosofía inaugural del gobierno, no es una ruptura en la historia, ni tampoco un acontecimiento novedoso...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada... ¿Por qué publicamos apenas un fragmento de cada artículo? Porque la subsistencia de Sudestada depende en un 100 por ciento de la venta y de la confianza con sus lectores, no recibimos subsidios ni pauta alguna, de modo que la venta directa garantiza que nuestra publicación siga en las calles. Gracias por comprender)

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Autor

César González (*)