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La otra Historia

Cuando el Terror viajaba en Ford

Por estos días, dos ex gerentes de Ford están siendo juzgados por complicidad con el secuestro y la desaparición de un centenar de trabajadores de la empresa. Pero más allá del trágico rol de Ford en la represión del Estado, de tener dentro de la propia fábrica un centro clandestino y una flota de autos a disposición del aparato represivo, lo que emerge detrás del caso es la complicidad empresarial con crímenes de lesa humanidad. Una historia sangrienta que va más allá de la automotriz que creó el antisemita y nazi Henry Ford, y una justicia que todavía no alcanzó a muchas corporaciones de renombre.

Al cierre de esta edición, la aridez del verano se vio recrudecida en las costas bonaerenses con genocidas vacacionando libremente y, junto con las inundaciones que hicieron que, paradójicamente, quienes no tenían nada perdieran todo, la gota rebasó el vaso cuando algunos líderes del gobierno clamaron a vivas voces por una "reconciliación" a lo Sudáfrica.
En este contexto, el seguimiento de los Juicios por los Crímenes de Lesa Humanidad cometidos en la dictadura de 1976 debe ser, entonces, una tarea ineludible para quienes comprendemos que ni la justicia ni el Estado nacional han todavía subsanado los horrores de la represión y el genocidio acontecidos.
Este 8 de febrero, fue la tercera audiencia del juicio por la causa por Responsabilidad Empresarial de Ford que, desde el mismísimo 24 de marzo de 1976, se militarizó y adoptó un moderno dispositivo de horror a su cadena de montaje: construyó adentro de la fábrica un centro clandestino de detención propio.


Breve anecdotario fordista
A principios del siglo pasado, Henry Ford se rodeaba de hombres de la talla de multimillonarios como Rockefeller y Harvey Firestone, con quienes no dudó en tejer las redes para asegurarse el hundimiento del sistema nacional de ferrocarriles y el consecuente triunfo comercial del automóvil.
Cuando ya se había consolidado en los Estados Unidos, con el Ford T, la implementación del modo de producción industrial que llevaría al mundo su nombre y la alienación de millones de trabajadores que perderían autonomía frente al fruto de su propio trabajo, vertiginosamente exportó su emporio, para seguir apropiándose de cantidades inconmensurables de plusvalía apropiada a la clase obrera. Para ello apeló, junto con las cadenas de montaje, a la maquinaria especializada, el sistema de pago de mano de obra asalariada, la uniformización y racionalización de los procesos de producción y una combinación de disciplina fabril y paternalismo social que llevarían prontamente al sistema de producción fordista a constituirse en un modo de dominación y de ejercicio del poder.
El afán de incrementar su imperio económico llevó a Henry Ford en la década del treinta, a comprar nada menos que 25 mil km2 de terreno en la cuenca del Amazonas para construir Fordlandia y hacerle frente a la que denominaba "mafia del caucho" (los dueños del caucho brasileño) y así monopolizar la venta del producto. Fordlandia era una ciudad enteramente construida a la altura de su avaricia: allí empleó a trabajadores brasileños a quienes obligaba a convivir con norteamericanos al estilo norteamericano, estableciendo para ellos jornadas de trabajo extenuantes, en horarios en los que el sol de la Amazonia impedía cualquier tipo de labor. Se sumó la malaria, una revuelta de los trabajadores brasileros cansados de las malas condiciones de salubridad y que las tierras resultaron infértiles para los ochenta árboles de caucho por hectárea –cuando naturalmente crecían tres por hectárea– que necesitaba cosechar para asegurarse ganancias extraordinarias.
Para cuando la utopía brasilera vio la luz, Ford ya se había posicionado en un nuevo continente de la mano de Adolf Hitler. El odio que profesaba hacia los judíos lo llevó a publicar Los protocolos de los sabios de Sión y un tratado en cuatro volúmenes titulado "El judío internacional, el mayor problema mundial". Tal es el punto de antisemitismo profesado por el magnate, que es el único norteamericano que ha pasado al salón de los infames de la historia, entre otras cosas por haber sido citado en Mein Kampf y por haber recibido la Gran Cruz del Águila, la mayor distinción otorgada por los nazis a los extranjeros. También sacaría rédito económico en la región alemana de Renania, con algunas fábricas en las que empleó mano de obra esclava judía.
En 1932, después del crack de 1929, en sus pagos en Detroit, 6 mil trabajadores desempleados de su fábrica marcharon hasta el complejo Ford River Rouge en Dearborn, la planta mayor, en lo que hoy se conoce como la "Marcha del Hambre de Ford": la primera manifestación pacífica, en contra del sistema de producción fordista y de las consecuencias que el modelo traía a los obreros. Entre las reivindicaciones pedían: la atención sanitaria, reincorporación de los despedidos, el derecho a sindicalizarse, la abolición de espías dentro de la fábrica y terminar con la discriminación racial, entre otras catorce demandas. La represión no se hizo esperar ocasionando cinco obreros muertos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, con el denominado Posfordismo (Henry Ford fallece en 1947), –que no es sino un eufemismo para explicar cómo el capital consiguió metamorfosearse nuevamente para seguir obteniendo ganancias extraordinarias a costa de la explotación y sufrimiento de la clase trabajadora–, nuevos horizontes se avizoran en el mapa Ford.
América Latina se constituye entonces en un destino ideal para la superexplotación de sus países periféricos: "La historia del subdesarrollo latinoamericano es la historia del desarrollo del capitalismo mundial", sostenía el avezado teórico brasileño de la dependencia Ruy Mauro Marini, y con mucha razón. Mano de obra barata, pobreza, inequidad, gobiernos corruptos, cortos períodos democráticos, exorbitante disponibilidad de recursos naturales, sustitución de importaciones y una burocracia sindical maleable en cada una de las naciones, eran alguno de los atractivos del objetivo latinoamericano.
Pero no contaban con un detalle: la insurgencia de la clase obrera latinoamericana...


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Autor

Martina Kaniuka