Dueña de una escritura que toma prestados elementos del cine, Esther Cross abre la ventana a una narrativa que, en el caso de su último libro de relatos Tres hermanos, se sustenta en vivencias cotidianas para encontrar el elemento disonante. En esta charla con Sudestada, la escritora reflexiona sobre sus marcas de estilo y da cuenta del oficio más solitario del mundo.
En el rincón de las palabras siempre puede haber un poco más y ahí es donde se mete a hurgar Esther Cross. Una autora que lleva sus historias por el camino de los tejidos más potentes, que se relacionan con experiencias vitales pero sin dejar de inquietar ni generar incertidumbre. En ella se ve un discurso espaciado y masticado que parece traducirse después en cada una de sus historias. El trabajo de escuchar con atención para derribar los cimientos de una trama que luego van ir tejiendo sus personajes a medida que cada uno tenga su momento. En su último trabajo, Tres hermanos (Tusquets, 2016), se van reflejando las experiencias de la vida rural de tres hermanos de la ciudad que por un tiempo se instalan en el campo. Y ahí comienza todo detrás de la voz de la hermana que se esconde siendo la narradora para protegerse un poco del acecho de esas historias que cubren el territorio y la violencia de una naturaleza que se esparce de la mano de una carga histórica.
Cross escribe con un pulso casi cinematográfico y pone de relieve la importancia de contar una historia sin buscar necesariamente la trama perfecta. Parece dejarse llevar por la adrenalina de una cámara subjetiva que todo lo va descubriendo en la mirada del lector, en este caso. Asume los riesgos de no pisar suelo firme para sumergirse en temas que muchas veces están al alcance de la cotidianeidad. Y sin caer en una comparación, se pueden leer algunos destellos de Manuel Puig en muchos de sus títulos. Los diálogos son de una atención y un trabajo que logran hacer charlar a un padre con amnesia y a su hijo sin que el hilo pierda interés en ningún momento. Existe un lugar de asombro que no es inocente y eso mantiene en vilo el estado de alerta constantemente. El lector necesita sumirse en los detalles.
–¿Hay algún tipo de motivación en tu literatura cuando te sentás a escribir o nace desde alguna imagen puntual?
–Creo que son las dos cosas. En mi caso aparece una imagen cargada de preguntas, y me parece que tiene que ver con una motivación. Finalmente lo importante es saber preguntar y seguir para saber a dónde te lleva esa imagen. Hay miles de imágenes que se te cruzan, por eso decía lo de aprender a preguntar para tratar de saber qué hay. En este caso es una mezcla entre imagen y motivación. Una cosa te lleva a la otra.
–¿Y en la literatura encontrás ese motor para responder las inquietudes que nacen desde esas imágenes?
–Sí, mi forma de ubicarme es con las palabras. Siempre fue a través de los relatos y la escritura. Es como seguir un curso de pensamiento. Por eso también soy gran lectora de biografías y de ensayos.
–"Cuando nos acercamos a las vías, mi abuelo aminoró la marcha. Papá le dijo que podía seguir porque el tren estaba fuera de circulación hacía años. 'A las armas las carga el diablo y a las vías también', le explicó mi abuelo (…) Entonces se quedó mirando, con los ojos entornados, como si viniera algo que solamente él podía ver", dice una parte del relato "Fantasmas del futuro" que aparece en tu último libro, Tres hermanos, y parece como detenerse en un pregunta filosófica que el abuelo intenta responder con la falta del tren. Da la impresión de que el disparador de esa historia se arroga el poder de quebrar esa amnesia…
–En referencia al disparador del cuento, esa historia arrancó porque me llamó Daniel Flichtentrei (director de Intramed), que es un médico escritor que organiza antologías. Una de las antologías que encargó tenía que ver con enfermedades y problemas neurológicos, entonces a mí me tocó algo relacionado a una falla en la memoria, una amnesia temporal. Hablé con un neurólogo sobre esto, me explicó más en detalle sobre la enfermedad y empecé a leer.
El día que estaba en el bar de siempre, escribiendo la historia, da la casualidad que me puse a charlar con el mozo –justo ese día estaba atenta– y me contó que hace un par de años se había enterado de que su mujer estaba enferma, a través de un médico que se lo dijo. Ese día se volvió manejando y se perdió por la calle mientras manejaba. Se puso a llorar, no sabía dónde estaba. Eso me cambió el curso de la historia...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada. La razón por la que publicamos apenas un fragmento de las notas es, aclaramos, que la revista depende en un cien por ciento de la venta directa. No cuenta con subsidios, ni mecenas ni pauta alguna de ningún tipo o color, y se autogestiona desde hace quince años a partir de la venta de la revista en papel. Gracias por la comprensión)
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