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La historia de Diana Teruggi

Hasta decir la patria

El 24 de noviembre de 1976 una casa platense fue atacada por más de cien efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense. En ella resistió durante varias horas un grupo de militantes montoneros, entre ellos, Diana Teruggi. De esa casa, los uniformados se llevaron a la pequeña Clara Anahí Mariani, la hija de Diana y Daniel mariani. Esta es la historia de Diana, pero al mismo tiempo es metáfora de un tiempo joven y rebelde, de sueños y proyectos truncados por la prepotencia sanguinaria de los dictadores.

"Tenía una sonrisa muy bella, amistosa y, sin embargo, tímida. Cuando se hablaba de ella y se la ponderaba por algo, se cerraba sobre sí misma como si fuera una flor".

Kewpie, mamá de Diana.


Apoya la Browning nueve milímetros sobre la mesa, limpia, lubricada, vuelta a armar. La mira con la naturalidad de quien ha aprendido las cosas cuando todo va tan rápido. A su lado se encuentran compañeros tomando mate, otros que salen de la imprenta. Afuera casi todo es silencio. En esa calle de tierra y pozos del borde de La Plata hay poco tránsito. Por eso, en parte, están instalados allí. En un rato saldrá al barrio, a conversar con el almacenero, o las vecinas, hablar de su embarazo, de ella, Diana Teruggi, a punto de graduarse en letras, casada con Daniel Mariani, economista, que todas las mañanas sale con traje y maletín de cuero a trabajar a Buenos Aires. Es un día de calma clandestina en la casa de 30, número 1136, entre 55 y 56.


Mientras termina de preparase para su tarea pública piensa en su familia: su padre en el Museo de La Plata, su madre entrando a la casa de 59, donde sus hermanos deben estar tocando piano, con libros en las manos, viviendo esa ciudad que para ella no existe más. Le gustaría que vinieran, para conocer el jardín que arregla con cuidado y mostrarles los preparativos para el futuro nacimiento. Ya les propuso a sus padres que lo hicieran con los ojos tabicados, la única forma posible para no correr riesgos. No quisieron. Ellos están al tanto de su militancia pública como parte de la Juventud Universitaria Peronista en la facultad de Humanidades, les avisaron cuando en los alrededores de 59 estuvo la Concentración Nacional Argentina preguntando por ellos. Saben, les propusieron salir del país. Desconocen lo demás: su ingreso al Ejército Montonero en 1974, que la nueva vivienda, comprada en agosto de 1975, es una Unidad Básica de Combate de Prensa dentro del Área Logística, que tiene nombre de guerra, Didi, al igual que Daniel, Cacho.


No hay margen para el error, todas las cartas están echadas en el país: la organización clandestinizada, decretada fuera de la ley por el Gobierno de Isabel Perón, la Alianza Anticomunista Argentina, los asesinatos diarios y selectivos, la clausura del diario Noticias, la lucha de clases y de balas dentro y fuera del peronismo, el Operativo Independencia, la huelga general del mes de julio, la necesidad del poder para la patria socialista. Cueste lo que cueste. Callar es entonces necesidad; quedarse, para ellos, una certeza.


"La recuerdo con un abrigo gris oscuro, ese andar apurado y esa manera, casi busterkeateana, de ordenar sus papeles. Anotaba todas las cosas que le interesaban, que es como decir el mundo entero".

Juan Octavio Prenz, docente de la cátedra en la que Diana era ayudante.


"A los que están en la casa de 30 número 1136, que salgan con las manos en alto. Están rodeados por efectivos de las fuerzas conjuntas", es lo último que se escucha a las 13 y 20 del miércoles 24 de noviembre de 1976...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Marco Teruggi