La vida del escritor Andrés Rivera –sin duda el mejor narrador contemporáneo de nuestra literatura– es un camino marcado por un oficio y un anhelo. Desde su tiempos como obrero textil hasta su consagración en el mapa literario argentino, Rivera construyó un lenguaje singular y contundente. Y nunca se resignó en la lucha por esa revolución esquiva, que signó los años de su juventud y que sigue provocando sus desvelos en un presente complejo. En esta crónica, un acercamiento a la vida y la obra del autor de "El farmer".
Habla un tejedor de seda: la sintaxis perfecta en la oralidad. Hay un tono, una música, cierta cadencia.
–Escribí sobre Juan José Castelli y Juan Manuel de Rosas porque me parecieron emblemáticos de la realidad argentina, no sólo del pasado, también del presente. Los elegí cerca de la derrota, del exilio, de la muerte, porque son momentos definitorios. Todos tenemos en lo subjetivo algo de Rosas, ciertos rasgos de crueldad, ciertos deseos de dominio.
Habla un corrector de estilo en la mañana del 24 de mayo de 2015, en Bella Vista, Córdoba, un barrio de casas bajas a medio terminar, sencillo, con paredes descascaradas o ladrillos a la vista, de perros flacos que no ladran. La frase nace perfecta y puntuada: con comas, con puntos, con puntos y comas.
–Asistí, como chico que era, a las reuniones que hacían militantes sindicales comunistas en una pieza de inquilinato; mi madre cebaba mate, hacía milanesas y las reuniones se prolongaban hasta las dos o tres de la mañana. Y yo estaba allí. Entonces tengo una imagen de esos hombres: estaban equivocados. Porque esa no era la vía para tomar el poder.
También habla un periodista, un lector de la historia, un judío porteño hijo de un sindicalista polaco y una obrera ucraniana, que fueron llamados "rusos", en Villa Crespo, en la década del veinte. La voz es potente, gruesa, contundente. Hace frío y llueve.
–Uno se forja sueños e ideales que pocas veces tienen que ver con la realidad. Vivimos en una época en la que el universo de la revolución está en retirada. Yo fui militante de una organización que se suponía revolucionaria. Me expulsaron e ingresé a otra que en su momento se definió como chinoista. Y hoy es un sello. Tengo poca información de lo que hacen hoy los comunistas en el plano sindical. Pero debe ser bastante triste.
Andrés Rivera –86 años, obrero textil, periodista, corrector de estilo, militante político, padre, escritor– está hundido en un sillón de respaldo alto, elegante y burgués en la cocina de azulejos blancos, pequeña y cuadrada de la casa donde vive junto a Susana Fiorito, su compañera desde fines de los años sesenta.
Un abrigo gris, desabrochado y largo le cubre el cuerpo. Lleva un jogging azul hasta la mitad de la barriga redonda y curva, y una camiseta blanca por debajo de la camisa celeste.
El sillón está pegado a la mesada fría de mármol. Tiene al alcance de la mano un vaso con jugo de naranja que le sirvió Susana. Cuando se le seca la garganta, estira el brazo, bebe y pide que le sirvan de nuevo.
En ese espacio doméstico convive con plantas y carteles que indican medicamentos, dosis y horarios; ejemplares del diario comunista La Hora, de La Voz del Interior, de la revista Pasado y Presente, libros viejos, folletos y paneras vacías están dentro de una biblioteca vidriada, sobre una mesa de comedor marrón atestada de más libros y papeles, rodeada de sillas de oficina...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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