Si existe una referencia del periodismo capaz de hurgar en los secretos más oscuros del hampa y del delito policial, ese es “Patán” Ragendorfer. cronista de calle y autor del libro Maldita Policía que dejó al desnudo la corrupción de la bonaerense, “Patán” se ocupa en esta entrevista de evocar algunos casos inolvidables de su oficio como sabueso implacable.
Cuando veo entrar a Ricardo Ragendorfer al bar, lo primero que me pregunto es si andará armado. Más allá del porte retacón y rudo, estamos hablando de un periodista que convivió con el miedo y la adrenalina constantes. Una vida dedicada a la sangre y a la pólvora, con la particularidad de haber forjado amistades de todos los calibres dentro del rubro policiales. Un verdadero detractor de la fuerza de la ley, que llevó hasta sus últimas consecuencias los negocios sucios de la Policía Bonaerense. Recibió amenazas de muerte; se asustó mientras escribía en su departamento, cuando escuchó que el ascensor subía. El escalofrío ya estaba instalado, pensó que lo iban a buscar, pero se encontró con el diario de la mañana que pasaba por debajo de la puerta.
Ragendorfer es uno de los últimos periodistas cultores de un estilo que se puede denominar "hampa". Una prosa informativa, desmedida, que sin dejar de comunicar no se calla ninguna. El hecho de juzgar las cosas por su nombre lo marcó como uno de los referentes del periodismo policial en la Argentina.
–En otras entrevistas contaste que lográs tener más empatía con los delincuentes que con la policía. ¿Hay alguna característica en particular que te marque esa empatía?
–En realidad, más que empatía con los personajes me fascinan las historias que protagonizan. En ese sentido, son más atractivas que las que puedan protagonizar determinados policías. Pero desde luego que cada persona es un universo en sí mismo y más allá de que haya podido articular un diálogo ameno con un pistolero, un pibe chorro o un policía, son pocas las veces que a partir de una cuestión profesional terminé entablando una relación con cualquiera de ellos. Aunque esas pocas me han dejado grandes recuerdos. Por ejemplo, puedo mencionar al cura Pérez, que finalmente no fue un cura sino un tipo que se mandó un achaco con una sotana y le quedó el apodo. Ese terminó siendo un gran amigo mío. Del mismo modo, pobrecito, cada día del amigo, cada día de la primavera, cada navidad, me llama desde la cárcel "El Tractorcito" Cabrera. De todas maneras, profesionalmente trato de poner cierta distancia con las personas sobre las cuales voy a escribir. No sólo para no mezclar las cosas, sino para no sufrir como ellos. No entrevisto personajes de la farándula que tienen problemas dentro del rubro del espectáculo.
–¿Y por qué creés que esas personas, sabiendo que las ibas a entrevistar por trabajo, encontraron esa vertiente amistosa con vos?
–Realmente es difícil saberlo, pero lo que puedo decir, hablando desde el punto de vista más profesional, es que generé más confianza que otros. De hecho, cuando hice aquella famosa nota de la fuga (hecho ocurrido en la cárcel de Devoto en 1991, y que desencadenó en la película El túnel de los huesos) me vinieron a ver a mí y no a Luis Majul. Sin lugar a dudas, la amistad y la enemistad o el amor son bastante raros, en el sentido de que curiosamente también terminé entablando una relación muy cordial con el comisario (Mario) Naldi y sobre esta persona, durante diez años de mi vida, me dediqué a escribir cosas horribles, al punto que tuvo que malvender un yate de 700.000 dólares y, sin embargo, el tipo debe tener conmigo una especie de síndrome de Estocolmo. Por alguna extraña razón le caigo simpático...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)
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