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Editorial

Divino tesoro

¿A qué le temen ellos, la prensa corporativa, la bolsa de gatos que se amontona en la oposición, los vecinos del privilegio, la cacerola y la mano dura? ¿Dónde ubican la raíz de ese miedo irracional, de ese fantasma que agitan desde el laboratorio del periodismo a sueldo?

¿Le temen, de verdad, a las agrupaciones juveniles del oficialismo? ¿Le temen a la mística de organizaciones que se generan de arriba hacia abajo, que trastocan sus formas y se vuelven viveros de funcionarios públicos y dirigentes que asocian con facilidad militancia con renta, política con rosca, poder con candidaturas? ¿Tiemblan ante un entramado orgánico que se asemeja poco a cualquier experiencia revolucionaria, realmente de base, generada en los setenta? ¿Qué pensarían los 30 mil compañeros que hoy no están, los combatientes que soñaban y peleaban por una patria socialista, ante estos realistas, moderados y posmodernos conductores del "capitalismo en serio"? ¿Qué les preocupa, en realidad, a los mercenarios del micrófono, que hoy defienden a los patrones de un bando pero mañana se cambian la camiseta? ¿De verdad se creen la épica de cotillón que instala como lugar común que la juventud se acordó de intervenir en política recién en 2010? ¿Quiénes, entonces, protagonizaron la rebeldía del 19 y 20 de diciembre de 2001 en las calles? ¿Quiénes reclamaban pon un trabajo digno en Avellaneda, en junio de 2002? ¿Quiénes, desde hace tiempo, batallan contra los punteros y los transas en los barrios, contra los burócratas aliados del poder en las fábricas, contra los chantas del aire acondicionado que se subordinan a las órdenes de ese aparato que les mantiene vivo el negocio? ¿En qué cómoda oficina se ocultaban entonces, cuando la policía tiraba balas de plomo, estos transgresores de bolsillo que hoy se llenan la boca hablando de política como lo entienden ellos: renta, rosca y candidaturas?

Son fantasmas creados por la idiotez de la prensa mercenaria. Quizás ese fantasma tan temido genere un candidato de probeta, o termine como siempre, acatando las órdenes del Jefe de turno y disciplinándose detrás de algún engendro que les garantice un lugarcito en la foto.

Quizás esos dirigentes jóvenes, que se desesperan por aferrarse a posiciones en el Estado para vivir de rentas, actualicen apenas la doctrina nacional de pactar con los burócratas aliados, de negociar la impunidad con las policías represoras, de cuidar las ganancias de los empresarios amigos, de arrodillarse ante los acreedores, de renovar en términos generacionales un aparato vetusto que funciona a base de punteros y clientelismo. Pero mientras la derecha reaccionaria señala con temor el crecimiento de esos jóvenes que tanto se parecen a los gerentes de la politiquería de despacho, algo interesante se gesta lejos del aire acondicionado. En los barrios, con los referentes que se han ganado un lugar a fuerza de pelear junto a sus vecinos. En las fábricas, con los delegados que no le temen a la patota de la burocracia y que se organizan. En los colegios, con los estudiantes que no sueñan con ganar un centro de estudiantes para quedarse con el curro de una fotocopiadora. Bien lejos del aparato, más lejos todavía de la partidocracia tradicional, cómplice de un modo de asociar el concepto de "política" con el de "negocio"; otros jóvenes trabajan desde hace mucho tiempo para intentar sembrar una idea. Sin la unidad necesaria, sin esa herramienta articuladora que permita empujar todos juntos, pero siempre con la certeza de no parecerse nunca y en nada, a esa otra juventud que aspira a reemplazar (y apenas a eso) a los garantes de la explotación y la impunidad.

(La nota completa en Sudestada N° 133 - octubre de 2014)

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