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Entrevista con Cristóbal Repetto

"Cada canción me va marcando el camino"

El árbol melódico de Cristóbal Repetto puede tener raíces firmes en el tango arrabalero, pero sus ramas siguen creciendo y se expanden hasta llegar al folklore y al rock. Detrás de esa voz singular, entrevistamos al cantor y registramos su mirada de añoranzas, justo durante lanzamiento de su último disco, Tiempo y silencio, producido por Gustavo Santaolalla.

La voz como un registro que alumbra la textura de las canciones y una búsqueda que pareciera tomar el cauce de lo no comercial a la hora de elegir el repertorio, están presentes en la obra de Cristóbal Repetto. Y todavía más en su reciente trabajo discográfico Tiempo y silencio, que contó con la producción de Gustavo Santaolalla y fue grabado íntegramente en escenarios naturales de Maipú, provincia de Buenos Aires.

En una conversación con Sudestada, Repetto recorrerá su historia como cantante y el viaje entre la música criolla y el tango, que lo ha llevado a participar en reconocidos festivales alrededor del mundo.

-¿Había en tu familia un clima musical o artístico que te llevó a elegir este camino?

-En mi casa no hay músicos pero sí todos son melómanos como yo. Heredé ese espíritu de mis padres, mi viejo tenía una discoteca familiar en casetes y algunos vinilos de Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Leda Valladares; la mayoría eran artistas que, además de estar comprometidos con sus búsquedas musicales, lo estaban con la lucha de sus pueblos. Recibí todo ese mensaje y a partir de ahí elegí que cada canción tuviera un contenido que excediera lo netamente musical, que se propusiera como herramienta de transformación.

-¿Cómo fue tu acercamiento a la música?

-Cuando era chiquito mi viejo me regaló un bombo y a los diez años empecé a acompañar a los cantores en los festivales, en las peñas. Tocaba intuitivamente con una murga de barrio en los carnavales del pueblo que se hacen en febrero, y a partir de allí un músico popular más emblemático de Maipú me invitó a acompañarlo en el bombo a los trece años. Fue una experiencia increíble, porque en los pueblos se accede muy pronto al escenario ya que no están los mismos condicionamientos que en las ciudades grandes. Y otra de las ventajas que tenés es que compartís un escenario con gente mayor. Creo que parte de la apertura musical que tengo hoy se debe a eso.

-¿De esa apertura viene también tu inclinación por el rock?

-Con los años formé mi primera banda en Maipú e invité a todos los músicos de rock a compartir un concierto de folklore, y fue una experiencia maravillosa porque en los pueblos siempre hay un preconcepto hacia el rockero, el divagante, el hippie del pueblo. Hay una posición temeraria hacia el rock, pero yo sabía que tenía mucho acercamiento con los grandes, y quería que los chicos aprovecharan ese espacio para poder dar su mensaje.

En mi vida, mi viejo es fundamental, primero como persona y después como motor de mi pasión por la música.

-¿También escuchabas rock?

-Al rock lo conocí a los quince años y profundicé tanto que me hice coleccionista y llegaba a vender mis cosas para comprarme vinilos, ropa, cualquier objeto... y después todo lo que compré lo terminé vendiendo para pagar los demos. Me gusta mucho lo que tiene que ver con el origen del rock argentino: Manal, Moris, Pajarito Zaguri. En Manal encuentro mucho de tango, me gusta la poesía de Javier Martínez, es muy pictórica, te pinta perfectamente lo que es la ciudad. En Moris encuentro también mucho tango, algunas cosas que tienen que ver con la poesía del folklore; y después, años más tarde, profundicé en la poesía del Flaco Spinetta, que es más compleja quizá pero también es apasionante porque me llevó a conocer otros autores y escritores que de otra manera no hubiera conocido.

-Cuando nombrás a estos músicos, se percibe que siempre te importó la lírica...

-Sí, le doy mucha importancia a la poesía. Y si convive con la música, más todavía. Trabajo conceptualmente a la hora de armar un repertorio: que las canciones sean parte de un todo pero que cada una sea como un pequeño universo aparte, y me resulta una tarea fascinante la búsqueda del repertorio. Me encanta que alguien conozca una canción o la redescubra a través de lo que yo cante, porque cuando uno hace una versión propia, la canción tiene otro color.

-¿A qué vinculás esa relación que tenés con la música popular, con la música criolla y con el tango, siendo tan joven?

-No lo sé. En un principio canté rock pero cuando me vine a la ciudad empecé a tener un estado de fascinación con el tango y creo que los primeros tangos de las décadas de 1920 y 1930 eran una síntesis de la música urbana, la música criolla. Porque en el origen, el tango está acompañado solamente por guitarras y la voz del payador, que después se fue perdiendo por la preponderancia del tango de los años cuarenta en la obra de Piazzola. Y para mí era una apuesta sostener esas rítmicas de las guitarras de antes, esas voces que tenían que ver con el canto de los payadores. Creo que me incliné más por el tango porque encontré una música donde poder traducir y llevar a cabo mis gustos musicales: logré una síntesis entre la música de la infancia y la de la ciudad, lo urbano y lo criollo conviviendo en un mismo repertorio, y eso no lo encuentro en los tangos de hoy. Quizá nosotros, siendo jóvenes, descubrimos un tango que no nos habían mostrado, y a partir de ahí empezó. Yo voy a buscar en la Academia de Tango, en la Biblioteca Nacional, en el Archivo General de la Nación, entre coleccionistas, fotos antiguas, fotos sepia y en blanco y negro; y después me empecé a comprar vinilos de pasta y realmente me hice un explorador.

(La nota completa en Sudestada N° 133 - octubre de 2014)

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Autor

Martín Latorraca