A 25 años de su primera edición, Eduardo Berti repasa la trastienda de Spinetta. Crónica e iluminaciones, el libro de conversaciones que hicieron juntos a fines de 1988. Durante unos meses se instaló con el Flaco a repensar su obra disco por disco, para conocer algunas pistas de los momentos de creatividad y vuelo artístico spinetteano. Esta nueva edición actualizada incluye además una entrevista realizada por Berti poco tiempo después de la salida del libro, cuando el Flaco había editado Pelusón of milk.
-¿Cuál era la imagen de Spinetta que tenías antes de hacer el libro y cuánto cambió luego de su publicación? ¿Cómo fue tu relación en aquellos meses de trabajo?
-Lo primero que recuerdo de Luis es escuchar los discos de Almendra a los 14 o 15 años. Luego Artaud y El jardín de los presentes de Jade. La sensación que tuve fue de impacto. Hasta ese momento yo escuchaba poco rock en castellano. Me gustaban Los Beatles, el tango, la canción francesa y la música brasilera. Mi viejo había hecho un viaje de laburo a Brasil y llegó con Caetano, Jobim, Milton Nascimento, Gilberto; por lo que el marco de exigencia en mi casa era alto. Del rock argentino me interesaba Charly, pero cuando escuché a Luis fue algo que me sorprendió; algo similar me pasó cuando escuché a Caetano Veloso. Fue muy fuerte, me gustaba todo: letras, música, melodías... me transportaba por su forma de cantar, había algo que me hechizaba por todos lados. Eso le pasó a mucha gente porque no había tanta exposición ni medios que hablaran del tema. Podías conseguir a lo sumo un reportaje en la revista Expreso imaginario, una nota en Pelo y no mucho más. Años más tarde empecé a colaborar en medios. Tuve la suerte, junto con otros periodistas como Fernández Bitar o Marchi, de tener 18 años cuando cayó la dictadura. Con la democracia y toda su apertura a gente nueva, pudimos entrar a las redacciones por un recambio generacional medio obligatorio. Mucha gente no tenía autoridad moral para seguir. En esos nuevos medios como El Porteño o Cantarock tuve la suerte de entrevistarlo a Luis. Iba a cada entrevista con miles de preguntas y siempre me daba la sensación de que podía seguir preguntando y sus ideas no se agotaban. No me pasaba con otros músicos que a las cuatro preguntas ya estaba. Cada respuesta me despertaba otra idea. Su forma de hablar particular, sus ideas que volaban y de repente conectaban con tu pregunta de una manera distinta. No son muchos, con el Indio Solari también pensé: "Qué riqueza". Charly en su momento también. A diferencia de otros casos de quienes uno admira la obra y luego cuando conoce a la persona se desencanta, con Luis no me pasó. Pese a que a veces tenía rabietas, era muy tano, muy pulsional, siempre lo sentí cerca. Muchas veces era frontal con lo que no le gustaba, pero sabía tratarte. Con las entrevistas fui completando la imagen, conocí todas sus facetas. Y cuando pactamos las entrevistas para hacer el libro, ya había un diálogo distinto. Me metí en lo cotidiano de su vida, nos pasábamos cinco horas hablando y en el medio había que ir a buscar a los chicos al colegio, cocinar o atender llamados. Me encantó ver ese día a día, siento que como en el caso de Litto Nebbia son tipos de un alto vuelo artístico pero también con los pies en la tierra, las dos cosas juntas y armoniosas. Una vez me acuerdo de que lo llamé por teléfono a las 9 de la mañana y cuando empezó a sonar pensé: "A esta hora debe estar durmiendo"; cuando iba a colgar me atendió y el tipo ya estaba mateando, a punto de ensayar. Era un profesional, con el delirio de un artista pero un laburante de la música. Esa conexión magistral se nota en su obra.
-Las entrevistas se dieron en un momento de su carrera cuando no era la figura que hoy todo el mundo reconoce. Además, no le gustaba hablar de su pasado...
-Era un mito en la escena rock por las bandas que había integrado, por su poesía, pero hoy ya trascendió al rock, es un mito cultural argentino. Fue creciendo y, a mi entender, esa expansión no tiene límite. Cuando lo entrevisté él tenía 38 años, era joven si pensás, pero ya tenía una obra hecha. Y posteriormente siguió haciendo cosas increíbles. Con respecto a la idea de hablar de su carrera, nunca entendí del todo por qué accedió a las entrevistas: es un misterio para mí. Es muy lindo, pero sinceramente no sé. Luis era muy reacio a hablar del pasado pero cuando lo hacía se lo tomaba en serio. Hay otros ejemplos posteriores, como la convocatoria de las Bandas Eternas que es conmovedor y demuestra que si lo hacía era a fondo. En otra ocasión, unos años atrás, yo hice los guiones para el programa de tele LP, donde repasábamos los mejores discos del rock nacional y ahí también se enganchó. Nos dio una nota impresionante, yo sentí que se comprometió mucho.
-En el libro se percibe que cada pregunta tenía una respuesta elaborada, no eran ideas sueltas sin sentido...
-A decir verdad, yo edité poco. Hay momentos en que las entrevistas salen bien y no hace falta meter mucha mano. Agregué algunas frases o textuales chiquitos para reforzar algunos fragmentos, pero realmente salió bien de entrada. Él habló como está en el libro. Y casi cronológicamente como se publicó, con muy pocos cambios.
-¿Qué otro artista pensás que tiene una cultura que supera lo musical y está cargado con lecturas y otras experiencias fuera de lo tradicional?
-No hay muchos. Pienso en tipos como Caetano Veloso o Leonard Cohen, pero casi no hay. Más allá de que haya músicos y artistas increíbles, no es común que traigan atrás todo ese mundo, esa conexión, tanta información que abra puertas a miles de nuevos lugares, pero que a la vez no te expulsen de su obra, sino que te hagan regresar a ella continuamente. Hay artistas que te hablan en un disco de algo que te llevan a descubrir, te conectás con eso y luego te olvidás del punto de partida porque esa nueva puerta está mejor. Con Luis no, su obra te abre puertas pero no te expulsa. Yo creo que no es casual. El rock en castellano tuvo su primera versión en México con un rock doblado al castellano. Y en Buenos Aires, en ese momento, tipos como Nebbia, Javier Martínez o Moris creaban una poética propia con ese nivel de letras y de composición. No es casual por varias razones: el momento de la cultura argentina, el tango y el folklore. Después de las letras de Lepera, Cadícamo o Expósito no podés escribir boludeces. Incluso con la obra de Piazzolla y Ferrer que estaba dando vueltas había un ambiente que se respiraba, un nivel alto para todo. Había que tener el talento y muchos lo tuvieron. En las letras de Manal o de Moris se nota esa influencia de la lírica del tango. La belleza poética del tango aparece transformada en el rock y Luis no se detuvo y siguió profundizando eso. Hizo cosas como Homero Expósito en un tango. Llevar las letras a un lugar que excede una canción, que traspasan cualquier límite, pero que a la vez va con la melodía perfectamente.
-Él se enganchaba con autores como Artaud o Castaneda, que inspiraron muchas de sus canciones y que vos, en las entrevistas, citabas y recurrentemente volvías sobre esos temas...
-Yo creo que esa estrategia fue una de las cosas por la que aceptó hacer el libro y era lo que más lo entusiasmaba. Eso fue algo que yo le llevé de entrada. Me acuerdo de que iba en el colectivo al primer encuentro en una sala de ensayo en Flores o Floresta, con unos papelitos llenos de flechas e ideas para mostrarle a él. Yo acababa de descubrir todo el tema que desarrollaba en Invisble sobre el Mandala y el libro de Jung sobre el secreto de la flor de oro. No sé si fue exactamente así, pero siento que algo de eso lo entusiasmó, porque no era el típico reportaje de hablar sobre su carrera, sobre Almendra, el tipo de instrumentos... yo no quería hacer eso. Tenía 23 años y muchas cosas no las había leído, aprovechaba los viajes en colectivo para ir preparando las preguntas y las relaciones con los autores. Iba a alguna librería y conseguía el libro de Van Gogh de las cartas a su hermano Theo y lo leía por primera vez. Era algo novedoso. Subrayaba y pensaba qué relación tenían con Spinetta. Se los llevaba y él me decía que no era para tanto, que no todo lo que leía iba a sus letras. Un día le dije que la letra "Amarilla flor" estaba inspirada en un libro de Castaneda y él me decía: "Ese libro yo no lo leí' y se mataba de risa. Pero después lo veía y encontraba la conexión.
-¿Por momentos las entrevistas se hicieron demasiado prolongadas por los temas que abarcaban?
-En un momento se cansó, tenía que ensayar, seguir su vida. Para mí fue el centro de mi mundo durante esos meses. Él tenía su música, necesitaba tiempo para componer, su familia, los proyectos: era algo previsible. Cada vez que teníamos una cita él ya sabía que yo iba a golpear la puerta y seguir hablando de la canción en la que nos habíamos quedado. En ese sentido fui muy poco hábil, pero a la vez muy transparente. A esa edad sos así. Por suerte después se volvió a enganchar y meterse en la edición final releyendo todo lo conversado. Me de acuerdo que el día en que se venció el primer contrato del libro yo me fui al estudio de la calle Iberá, era como que contaba los días para que cuando llegara el momento no se me escapara. Le toqué el timbre directamente, ni lo llamé. Luis no tenía ni idea de que se vencía ese contrato. Igualmente hablamos y me dijo que pensaba que ya estaban bien las ediciones que habían salido. La propuesta de reeditarlo años después llegó cuando él estaba armando lo de Las Bandas Eternas. Como yo vivía fuera del país nunca llegué a planteárselo. Lo pude hacer finalmente años después con su familia y ellos pensaron que era un buen momento para reeditarlo, sintieron que ahora era el momento.
(La nota completa en Sudestada de Colección N° 11)
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