No habrá ninguno igual, seguro. No habrá ninguno como Luca Prodan, ese escapado de todos lados que un día se topó con un país dormido y lo hizo despertar a los gritos, en un español mezclado con mil acentos y un poco de ginebra. Y dos momentos: el último recital en Lomas de Zamora y la historia de la foto que lo empujó a la Argentina. Una vida breve, un final anunciado, un camino impredecible, un mito. Luca duele todavía, pero su vigencia es indiscutible.
Caminaba el pelado, le dolían un tanto los huesos. Su cuerpo soportaba desde hacía unos años el poder del escenario, ese juego perverso que ha matado a algunos y ha cegado a tantos otros. Tambaleaba de a ratos, no sentía los músculos; necesitaba mandarse un buen trago de ginebra, el calmante de sus pesadillas. Qué lugar extraño, pensaba. Qué arruinadas estas veredas sureñas que me hacen ir en zig-zag. ¿Qué quiere la gente de un elegido: volverlo loco, amarrárselo a su corazón? Qué lejos estaba Londres, mucho más lejos que Escocia y esas reglas severas de comportamiento. ¿Qué había visto en aquellas fotos que no mostraban otra cosa más que una familia? No era el paraíso. Qué le iban a hablar de paraíso si ya había estado de visita varias veces entre dosis y dosis, y nada era lo que parecía. Nada era lo que le decían. No hay tiempo para dar marcha atrás, unos cuantos seguidores estarían esperando el ritual. Otro trago a la ginebra y el corazón empezaba a tomar temperatura. ¿Qué voy a hacer en este mundo que aún no hice?, ya es mucho, pensaba. Porque esas predicciones se cumplían siempre, por que sabía que le quedaban pocas horas. ¿Por qué no se me desprenderá este acento, si este es mi lugar, mi gente? Ya llegamos, le dijo a su compañera, y presentía que el trato de los de la puerta iba a ser el mismo: siempre la lucha, siempre el rechazo. No podía pasar con la botella, iba a seguir ligando trompadas, estaba cansado. "Con la petaca no, flaco", le advirtieron. Y la petaca entonces fue disimulada entre las pilchas de uno de los pibes, y el pelado dudó un segundo. ¿Quería entrar? ¿Quería quedarse afuera, lejos de esos salames de la puerta, ahí donde todos lo saludaban, lejos de los ruidos de adentro, lejos del ritual de siempre?
"Chau, fuck you, a la mierda con este circo y con el rock", gritó. Pero entró, o lo metieron, para ser más claros. La cancha del club Los Andes le ofreció al pelado un paisaje desolador: mientras desde el escenario se sacudían los acoples de las últimas pruebas de sonido, en el campo casi nadie se asomaba. Más allá, lejísimo, en la tribuna, un puñado de remeras negras se confundía con los colores de esa noche de diciembre. Hablaba el pelado, y le hablaban todos: conocidos, amigos y perfectos extraños, porque sentían el privilegio de ponerse a charlar con él por un rato, como si el recital no fuera más que una excusa trivial para juntarse a tomar una ginebra y a cagarse de risa y a gritar canciones perdidas entre otros gritos. Se ahogó el pelado en un momento, se atragantó con los gritos ajenos y se perdió, mientras caminaba hacia lo que sospechaba que eran los vestuarios de la banda. ¿Dónde carajo estoy?, pensó entonces, y lo dijo en voz alta. No le importó que le explicaran dónde ubicar en el mapa a Lomas de Zamora, no le interesaba saber en realidad. La pregunta era otra cosa. Y estaba solo, rodeado de gente, pero solo. Más solo que nunca. Se ahogó con la ginebra y tosió un buen rato, y sintió cómo la tos penetrante le rascaba los pulmones, cómo le estremecía todo el cuerpo flaco y le llegaba hasta los huesos, dolorido. Atragantado como estaba, no pudo seguir la marcha. De lejos llegaban los ruidos de una viola eléctrica acoplando a lo bestia, y las luces prendidas del estadio no le hacían fuerza a la noche. Miró a la gente, y no llegó a escuchar sus conversaciones, no le pudo ver las caras, lejos, en las tribunas. Lo llevaba la gente, lo empujaba, pero estaba solo, lejos del ruido, lejos del circo, lejos de esa noche que se parecía demasiado a las otras. No veía las sierras de Córdoba el pelado, no veía a Stephanie con su inglés inconmovible perdida en el silencio del monte, no veía a Timmy tampoco; apenas si se acordaba de lo que habían hablado un par de días antes: cobrar unos mangos en Sadaic, internarse en esa clínica, lejos, bien lejos, "ahí donde no conociera nada, en Formosa", jodía.
"A la mierda con el circo", repetía, mientras cuatro o cinco lo iban empujando hacia a los vestuarios. Cansado, perdido, solo, Luca marchaba rumbo al ritual. No miró atrás en ningún momento: la noche de Lomas lo esperaba y unas cien personas se acomodaban en la inmensidad de las tribunas de Los Andes. Ellos también venían a ver el circo. De lejos, podía adivinarse la pelada de Luca, más flaco que nunca, caminando. Alrededor, cada vez más gente, cada vez más solo. De adentro lo veían llegar, justo cuando la noche se transformaba en madrugada. Cada vez más ruido, Luca, ahí viene che, cada vez más tarde. Cada vez más solo.
(La nota completa en Especial # 6 Jazz - Rock de Sudestada - Julio 2012)
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