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La leyenda de Oscar Alemán

Swing en la sangre

De una infancia pobre en el Chaco a ser el showman número uno de la noche parisina de los años treinta. De una vida familiar trágica al éxito y el reconocimiento de monstruos como Duke Ellington y Louis Armstrong. De bailar en la calle por unas monedas a transformarse en el mejor guitarrista argentino de todos los tiempos. De llenar estadios y convocar multitudes a la indiferencia y el olvido en Buenos Aires. Retazos de una vida singular, la vida del músico que quedó en la historia como intérprete, pero también como pionero del jazz en un país de tangueros.

1. Buenos Aires, Argentina, 1968. Los nervios no lo traicionaron hasta que puso un pie en el improvisado escenario. Desde allí, escuchando desde arriba el bullicio de los invitados, las risas y las bromas de esa multitud de perfectos desconocidos, empezó a sentir que las piernas le temblaban. Sabía cómo era esa sensación, la conocía casi de memoria. Sabía también cómo detener esa guerra de nervios que lo iba carcomiendo por dentro. Miró a sus costados y buscó el cavaquinho. Se fue acercando lentamente al micrófono, como intentando no llamar la atención de los concurrentes, que parecían dispuestos a no escuchar nada que no fueran gritos y carcajadas. El tipo deslizó sus dedos sobre las cuerdas y se acomodó los anteojos, mientras sentía cómo los nervios iban, poco a poco, abandonando sus piernas. Hizo una pausa antes de comenzar, y los primeros acordes extirparon definitivamente las tensiones acumuladas antes de llegar al escenario.

Abajo, la cosa seguía más o menos igual. Nadie le prestaba atención a aquel hombrecito moreno, que abrazado a su diminuto instrumento disparaba una melodía pegadiza, repleta de swing. El bullicio siguió un rato más, sólo hasta que una voz afónica e imponente exigió silencio desde abajo, en inglés. Era la voz de un tal Duke Ellington, que no dudó en pegar dos gritos para acallar el coro de obsecuentes y oportunistas que lo rodeaban en la recepción de la embajada.

El que se había ganado su respeto desde arriba del escenario se llamaba Oscar Alemán, y ya se conocían. El resto de los presentes acató la orden del homenajeado Ellington, y comenzó a mirar con curiosidad al señor morocho que seguía, cada vez más suelto, cada vez más seguro, rasgando las cuerdas de un cavaquinho. Sólo entonces, rodeado de un silencio que no esperaba, Oscar Alemán recordó como una ráfaga imágenes de los últimos años. Conocía aquella pieza de memoria, más que eso, cada nervio de su cuerpo parecía dispuesto para tocar esa canción y hacerlo de esa forma. Entonces, mirando desde arriba a esa multitud de gente importante, vestida con ropas elegantes y hablando en otro idioma, recordó esas navidades con mate y tortas fritas, esas clases de guitarra con las que se había ganado la vida los últimos tiempos. Justo él, que jamás había leído una partitura y que desconocía los códigos de la métrica. Justo él, que nunca había tenido un profesor y que había sido abandonado a su suerte después de llenar estadios y de hacer bailar a multitudes en fiestas populares en todo el país.
Sentía orgullo de observar el entusiasmo con el que Duke Ellington festejaba cada uno de sus acordes sobre el cavaquinho, y cómo el resto lo miraba como tratando de saber quién era ese tipo por el que había que guardar un silencio respetuoso.

Cuando terminó su pieza, las lágrimas se asomaron por detrás de sus anteojos, pero no por los aplausos. La mayoría de aquellos que aplaudían lo hacían por conveniencia. Lloraba cuando escuchó al propio Duke Ellington informar a los concurrentes quién era ese morocho que la rompía con el cavaquinho: "Ladies and gentlemans, this is Oscar Alemán. This cat has roots", vociferó.

Oscar Alemán agradeció el elogio, y se bajó del escenario donde lo esperaban los saludos de aquellos mismos que lo miraban con indiferencia cuando recién comenzaba su faena. Pero algo detuvo la marcha de Alemán rumbo a la reunión y a los saludos del propio Ellington. Volvió sobre sus pasos, y murmuró: "Me olvidé el cavaquinho ahí arriba".

(La nota completa en Especial # 6 Jazz - Rock de Sudestada - Julio 2012)

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Autor

Hugo Montero