Después del mediodía del 23 de enero de 1989, con el cerco policial extendido y los tanques del ejército bombardeando el cuartel, no hay escape posible. Los militantes del MTP que llegaron a La Tablada con la idea de una acción rápida que encendiera la mecha de una movilización popular se enfrentan al feroz poder de fuego de 3 mil militares. Segunda parte de la investigación sobre uno de los episodios más confusos y tergiversados de la historia argentina reciente. Opina otro protagonista, Carlos Motto. por Hugo Montero
1. "Acá no se rinde nadie", gritan desde adentro, tirados en el suelo, entre proyectiles antiaéreos que estallan contra las paredes y escombros de la Compañía cayéndose a pedazos. "Este será nuestro Moncada", se escucha en una breve pausa en la batalla. Hay un encuentro improvisado en mitad de la balacera. Son las 9.30 de la mañana y ya se han cumplido los plazos previstos para intentar la toma del cuartel. No hay caso, los que habían ingresado hacia el fondo del cuartel en busca de los galpones cierran el círculo y retroceden hacia el centro del regimiento. Roberto Felicetti pregunta los pasos a seguir, lo escuchan Pancho Provenzano, Juan Manuel Murúa y Roberto Gaguine. Allí se resuelve ir en ayuda de los compañeros cercados en la Guardia de Prevención y desestimar la última chance concreta de abandonar ese infierno sitiado. "Pienso que hasta ese momento hubiera sido posible intentar salir por los fondos del cuartel porque aún éramos un grupo grande de compañeros armados y el cerco de la policía era un pequeño hilo alrededor del perímetro", explica Felicetti. El Ejército no tardaría en llegar con los tanques. Sin embargo, la discusión la salda la urgencia, el sentido solidario de intentar rescatar a los acorralados en la Guardia.
Juan Manuel Murúa, Federico, fue uno de los que, asumiendo los riesgos de la decisión, avanzó con su fusil hacia la Guardia. En los 70, había sido un referente del ERP en Córdoba, donde llegó a consolidarse como jefe de operaciones del Estado Mayor, pero antes trabajó como técnico electrónico en la Empresa Provincial de Electricidad (EPEC), y hasta compartió la misma máquina con el dirigente de Luz y Fuerza, Agustín Tosco. Estando preso en Buenos Aires, en una carta que le envía a Susana Funes, Tosco comenta su encuentro con Murúa en la alcaidía policial: "Me emocioné al verlo ya que es un pollo de mi gallinero", anota. Pocos días antes de La Tablada, Carlos Samojedny había terminado una serie de entrevistas con Federico, donde relataba en detalle ese período histórico, signado por el Cordobazo y la irrupción del movimiento obrero de esa provincia en el escenario nacional. También participó con un rol protagónico en el copamiento del Batallón de Arsenales 121, en Fray Luis Beltrán, al norte de Rosario, en abril de 1975. Allí, en las entrañas del Batallón y ante un foco de resistencia que amenazaba con frustrar el ataque guerrillero, Federico se subió a un carrier militar y, sin experiencia previa en su manejo, lo hizo arrancar a pura maña y se lanzó contra el galpón donde se refugiaban los militares. "Siempre digo que Juan Manuel Murúa y Hugo Irurzún fueron los dos mejores guerrilleros que conocí", destaca Gorriarán. Durante muchos años fue uno de los hombres más buscados por la represión en la provincia, hasta que tuvo que abandonar, entre lágrimas, su Córdoba querida por la creciente eficacia en la cacería del paramilitar Comando Libertadores de América.
Después del golpe, se exilió en Brasil, donde conoció a su compañera, Aldira Pereyra Nunes, una incansable trabajadora social que se sumaría a Fede en su paso, un par de años más tarde, por Nicaragua y posteriormente también integraría uno de los grupos de asalto en La Tablada. Aldira sería otra de las mujeres del MTP caída en combate ese 23 de enero de 1989. En Nicaragua, Federico es herido de gravedad durante una operación con los Batallones Ligeros de Infantería (BLI) del sandinismo, que se ocupaban de rastrillar las montañas, combatiendo a la contra. "Era un compañero con una capacidad militar impresionante, con gran talento para la táctica y la planificación. Si hubiera triunfado la revolución, hubiera llegado a ser general", afirma Ana María Sívori. También en Nicaragua nacería su hijo, Santiago. Federico es otro de los compañeros que sube al monte jujeño a fines de 1981, antes de la guerra de Malvinas y participa de la primera etapa fundacional del MTP desde Managua.
En el atardecer del 23 de enero, encerrados en la planta alta de la Compañía B de La Tablada, objetivo de los morterazos del ejército desde la periferia del cuartel, entre el fuego y la certeza del derrumbe del edificio, los compañeros del MTP deciden saltar por una ventana. Así lo hacen Felicetti, Claudia Lareau y Samojedny. Pero antes de la salida de Gaguine y de Federico, un cañonazo vuela el techo de la Compañía, que se desploma sobre ellos.
Como tantos otros, horas antes Federico había optado por quedarse en el cuartel para intentar ayudar a los compañeros cercados. "No los podemos dejar", había sido su breve sentencia, entonces.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 96 - marzo 2011)
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