1979 en Buenos Aires. "¿Puede obsequiarme un dibujo para mi mujer?", le pidió el general al viejo ilustrador, casi como una orden. "Le voy a ilustrar algo en lo que estuve trabajando mucho últimamente, y que representa el trasfondo de la sociedad. La sombra de un tornillo. Deme un minuto..."
Los dos se estaban midiendo. El funcionario militar había oído hablar de su simpatía con el comunismo, y Oski sabía que el militar sospechaba algo. La orden de muy arriba había sido invitar al país a los mejores historietistas (Hugo Pratt, Jean Giraud, Joe Kubert) para esta Bienal del Humor y la Historieta en Córdoba, en plena lavada de cara del gobierno militar.
Algunos se atrevieron a venir, a interrumpir el exilio amargo, a pisar de nuevo este suelo derruido pero tan querido. Oski llegó desconfiado, odiando las sonrisas de los reporteros y de sus propios colegas. Las autoridades militares que asistieron a la gala del evento también estaban desconfiadas. Podían oler la bacteria subversiva desde lejos. ¿El dibujo en cuestión era una prueba? Oski estuvo un largo rato garabateando lo que el general creía que era la sombra de un tornillo. La tensión crecía en torno a la mesa. Hasta que al fin dijo: "No puedo, no me sale...", y lo arrojó a la basura sin dar ninguna explicación, y siguió disfrutando de su copa de vino. El general, que no llegó a comprender semejante burla, lo miró fijo, luego miró el cesto. Estuvo a un paso de abrir ese bollo subversivo, pero tuvo miedo del ridículo. Otros en la sala sintieron una gran curiosidad... ¿Qué habría dibujado Oski? ¿Qué valor tenía ese dibujo, así fuera simplemente una mancha? Pero otro miedo, que no era el del ridículo, les impidió tomarlo.
Más que exiliado, Oski fue un viajero eterno. Desde muy joven se propuso recorrer el mundo, estudiar las complejas formas del arte que brotan de la sociedad en un momento determinado. Dos años en Perú a los 30 le sirvieron para conocer a fondo las obras precolombinas y a partir de ellas, las costumbres de los pueblos desaparecidos. Pero hubo algo que lo apasionó más. Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, se había vuelto un minucioso detective cultural, hasta un punto en que lo obsesionaba la estética misma de los documentos valiosos. La hoja vencida por los años. La marca del doblez. El sello imperceptible. La tinta. El pulso manuscrito. ¿Qué había detrás de todo aquello? En las librerías peruanas se detenía también en las enciclopedias sobre naturaleza autóctona. Percibía el arte incluso, y sobre todo, en aquellos dibujos descriptivos de la rica flora y fauna americana. Cuando fue a Europa, nadie duda que se detuvo en la perfección del estilo, en las formas góticas, en la estética de la antigüedad misma, impregnada en los libros amarillos, y en el culto de la técnica.
¿Y todo esto qué tiene que ver con el Oski que conocemos? ¿Aquel que colaboró con la revista Rico Tipo durante 20 años, con personajes como Amarroto? ¿Aquel que ilustró a César Bruto en Versos & Notisias (sic)? Tratamos de descubrir el origen de su particular estilo. A pesar de haber dirigido su atención hacia el humor gráfico popular, lo cierto es que lo hizo de una manera original, con trazos nunca vistos y con una gracia desconcertante. La Vera historia de Indias, el Manual de deportes y los Comentarios de las Tablas médicas de Salerno provienen de esa obsesión documental y sobre todo de la exaltación del detalle, una de sus marcas propias. Oski rompió esquemas. En estas obras, puede apreciarse el mundo oskiano en toda su magnitud, en la profundidad de lo plano, en la delgada y persistente línea de su mano, y en una flora y fauna reinventada.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 93 - Octubre 2010)
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