La reciente publicación de su poesía completa en Tener lo que se tiene resulta una excusa inmejorable para adentrarse en los universos de la poeta santafesina. Breves impresiones de una referente del género que supo cómo eludir las fronteras entre lo social y lo íntimo.
Una saga consiste en la nominación dada a las narraciones épico-legendarias tradicionales en la antigua literatura nórdica. Si bien tuvo su origen y auge en Islandia, durante la Edad Media, pronto el género se propagó por Europa –Alemania, Dinamarca–, alcanzando obras perfectas como la Heimskringla, del célebre poeta Snorri Sturluson o la Völsunga Saga, una de las máximas epopeyas de la literatura escandinava. En las sagas, como en la realidad, los hechos se presentan de modo estrictamente cronológico. El perfil de sus protagonistas se distingue por sus acciones, casi siempre prolíficas y de enorme aliento humano. Fuera de la ficción, pocas han sido las vidas que aún resulten épicas por su valentía y coraje civil; mucho menos argentinas y, menos aún, encarnadas por mujeres. La poeta Diana Bellessi es una feliz excepción. Nació en la localidad de Zavalla, provincia de Santa Fe. Proveniente de una familia campesina y de trabajadores rurales italianos, la vida de chacra, de crepúsculos lentos y cierta inefable melancolía, la llevó a atisbar, con tan sólo cuatro años, su destino de poeta, cuando una tarde vio perderse un tren en el horizonte y quiso dejar constancia de ello al garabatear su angustia en "el parante de una chata de maíz". Fue aquel su bautismo con la palabra.
A los catorce años, leía La guerra de guerrillas del Che. Ya en la universidad, estudió filosofía y formó parte del Malena, el Movimiento de Liberación Nacional, para más tarde acercarse al trotskismo. Pronto, presa de una libertad afiebrada, siempre estimulante; partió hacia Chile con una mochila y un título de maestra rural. Así fue como desde 1969 hasta 1975, Diana recorrió el continente. Aquel itinerario la marcaría profundamente. Trabajó en fábricas, en una imprenta en Guayaquil, y ejerció el periodismo. Recorrió toda América Latina. Vivió dos años en Estados Unidos, al sur del Bronx, distrito de Nueva York, como ilegal latina. Allí aprendió inglés leyendo poesía y trabajando en fábricas metalúrgicas. Se familiarizó íntimamente con los fenómenos sociales y culturales del momento, como la guerra de Vietnam, el movimiento pacifista, la lucha de las minorías étnicas, el movimiento de liberación femenina, las luchas estudiantiles; mientras por las noches, daba cuerpo a sus versos de clara y honda concisión.
Ya de regreso a Buenos Aires, vivió humildemente en Fuerte Apache y en pensiones de Constitución. La última dictadura militar la obligó a refugiarse en el Delta del Paraná, donde trabajó como artesana del cuero. Fueron años difíciles, de buscavida. De entonces data su poemario Tributo del mudo. Más tarde coordinó talleres de escritura en cárceles de Buenos Aires, como la de Ezeiza, las de Villa Devoto, las dos de Caseros y algunas de Minoridad; pregonando la libertad de la palabra como alimento espiritual. Asimismo, organizó antologías y tradujo al castellano a las escritoras Denise Levertov y Ursula Le Guin, entre otras.
Diana Bellessi supo, como ninguna otra poeta de su generación, entrelazar su experiencia vivida con la poesía, en una sostenida exploración meticulosa del habla. Todos y cada uno de sus textos son disímiles tanto en forma como contenido. Una voz cuyo rasgo distintivo resulta el justo medio entre el paisaje y lo vivido. Lo social y lo íntimo. Desde su primer libro publicado –Buena travesía, buena ventura pequeña Uli– hasta el presente, prevalece en su poética el equilibrio armónico puesto en tensión entre voz popular y voz culta. Una riesgosa respiración que ha legado poemarios emblemáticos como Eroica, Sur, Jardín o La edad dorada. Obras que, a su vez, ofician de summa estética, puesto que proponen un modo diferente de leer..
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