Es la voz de hacheros, mensúes y tareferos. Poeta rebelde de los olvidados, Ramón Ayala dispersa sus melodías más allá del Río Paraná, y la estela de su canto llega, incluso, hasta La Habana. Allí, otro argentino de apellido Guevara le confesó que, en alguna noche en Sierra Maestra, se animó a interpretar su canción "El mensú".
La sangre derramada de los mensúes, los más explotados entre los explotados peones rurales, hizo más roja la tierra roja en el Alto Paraná. En esas tierras de las misiones, en el paraje Caraguatay, el canto de Ramón Ayala le puso voz al silencio de los ansiosos por la libertad. Y con su voz diafragmática, hizo callar a las hachas en los montes. Con su voz alargó la frescura de las hojas verdes de los yerbales. Con su voz se hizo centinela de la dulzura de los misterios. Su voz cantó el poema rebelde de los olvidados, y auscultó el latido cósmico de esos hombres.
Caraguatay se parece a un gran pesebre donde a cada instante nace la América mestiza. Te reciben duendes desfachatados, que recuerdan: "Aquí el Ernesto mitaí se impregnó de savia guaranítica. Aquí escarbó con sus manitas la tierra roja que humedeció con mocos, con leche hembra, para amasar un horizonte".
Durante las tardecitas de calor, pique, mosquitos y transpiración vegetal, entre los yerbales y la selva, escuchaba el rumoreo de los mensúes. El mitaí paseaba por los senderos del asma en el regazo de una niñera aborigen -guaraní mbya- que le aplacaba el calor en las aguas de una vertiente. Y con sus ojitos bien abiertos, veía al viejo río Paraná como la salida al futuro. El gurí de los Guevara guardaba en su corazón los puñados de la tierra roja que llevaría a todas partes y esparciría en la Sierra Maestra.
En Caraguatay, con los duendes zumbando a la soledad, danzando sobre la memoria, nadie señala a Ramón Ayala como músico, poeta, cantautor, artista plástico. Nadie lo conoce por sus libros, Poemas y Dibujos, Cuentos de Tierra Roja y Desde la Selva y el Río. A nadie lo asombra que sea el autor de "El Mensú", "El Jangadero", "Mi pequeño Amor", "El Cosechero", "Retrato de un Pescador", traducidos a varios idiomas. A nadie lo conmueve que sea el creador del gualambao, del ritmo selvático. En Caraguatay, todos saben que Ramón Ayala es un prócer del cancionero popular latinoamericano: El cantor de los hombres sin voces. Quien escucha a los duendes guaraníes. Quien canta a los peones forjados en la fragua de las penurias. Quien canta a los arruinados, a esos que siempre deben trabajar por las deudas que no conocen. Quien canta a los que soportan el ultraje con un sapucay de dientes apretados. Quien canta a los que ahogan las broncas ante el látigo cruel de los kapangas, y el grito de tortura que siempre suena: ¡Neike!!Neike!
Pero también, Ramón Ayala es el trovador de la esperanza: Quien anuncia al hombre nuevo en el ardiente continente de cabecitas negras. Quien le canta al amor entre la peonada.
Escribió "El Mensú" en un estado de conciencia y lo grabó en 1955. "Es un homenaje a esos trabajadores del monte que, más allá de sus sufrimientos, tenían como todos los hombres un acervo cultural. Eran seres cósmicos que lo hacían merecedores de una trascendencia a la injusticia que eran sometidos. Nunca sus trabajos fueron retribuidos con el mensuadero o el mensual -de allí su denominación de mensúes- con que habían sido contratados en los yerbales o en los obrajes"; señaló en su departamento de San Telmo, en Buenos Aires, con un dejo de tristeza...
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº79 - junio 2009)
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