Buscar

Nota de tapa

El Che y la batalla de Santa Clara

Diciembre de 1958. La ofensiva del Movimiento 26 de Julio avanza sobre Las Villas y rodea Santa Clara, ciudad de importancia estratégica. Desde Cuba, el historiador Arístides Rondón Velázquez reconstruye la batalla que abrió las puertas a la revolución y describe el papel protagónico de Ernesto Che Guevara.

Amanece. Es el 2 de diciembre de 1956 y 82 expedicionarios amontonados en la cubierta de un precario yate bautizado "Granma" desembarcan en Los Cayuelos, cerca de Las Coloradas, Cuba, procedentes de Santiago de la Peña, un lugar próximo a Tuxpan, Méjico. La travesía había demorado siete días de pesadilla para los navegantes, especialmente para un joven médico argentino de 28 años, asmático, sin medicamentos a bordo, pero con una voluntad de titanio: el Teniente Médico de la Expedición, de nombre Ernesto Guevara de la Serna. "Más que un desembarco, eso fue un naufragio", confesaría más tarde el mismo Guevara.

Poco después, el día 5, los expedicionarios fueron sorprendidos en un lugar nombrado, paradójicamente, Alegría de Pío y dispersados por el ejército del dictador Fulgencio Batista. Algunos murieron en combate, otros fueron heridos o asesinados luego de ser capturados. Uno de aquellos aventureros, aterrado, dejó abandonada en la corrida una caja de balas al lado del argentino; el Che, ante la imposibilidad de cargar al mismo tiempo la mochila con medicinas y la caja de balas, optó por esta última. Poco después, una ráfaga de ametralladora lo impactó, sintió un fuerte dolor en el pecho, percibió sangre abundante y, con la autoridad que su condición de médico le confería, se dio por muerto. Acomodado como pudo, empezó a recordar... "Quedé tendido, disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo", anotaría más tarde. Entre sombras, alcanzó a escuchar un grito: "Alguien, de rodillas, gritaba que había que rendirse y se oyó atrás una voz, que después supe pertenecía a Camilo Cienfuegos, gritando: 'Aquí no se rinde nadie...' y una palabrota después".

Cuando llegaron a buscarlo Ramiro Valdés y el Capitán Juan Almeida, quien le ordenó incorporarse, el Che le dijo con absoluta ecuanimidad: "Dejáme, que me han muerto". A la fuerza lo sacaron de aquel infierno de plomo y muerte, cada uno por un brazo. Entretanto les pedía que le vieran la herida en el pecho; como no lo hicieron, él, resignado, abrió su camisa buscando la perforación... años después, en enero de 1959, le contó a Don Ernesto, su viejo, lo sucedido al abrirse la camisa: "¿Sabés viejo?, cuando me di cuenta de que no tenía perforación alguna en el pecho... me salieron alas en los pies y comencé a correr junto a ellos". Lo cierto fue que el impacto principal se había producido en la salvadora caja de balas...

Pasaron, desde entonces, casi dos años de guerra; el argentino descolló como Jefe Militar y fue el primero de sus compañeros en ser ascendido a Comandante. Los rebeldes se enfrentaron con éxito creciente a un Ejército poderoso, contando sólo con el apoyo de los campesinos serranos y de los hombres y mujeres que desde las ciudades cercanas les hacían llegar lo imprescindible, hasta que aprendieron a arrancarle al enemigo los recursos que necesitaban. El reducido grupo que sobrevivió al desastre de Alegría de Pío se fue reagrupando; a ellos se fueron sumando pobladores de la sierra y el llano y con ellos avanzaron, librando pequeños combates en los que Ernesto se destacó de manera excepcional, manifestando un desprecio total hacia el peligro, además de su capacidad para crear, en un corto plazo, una importante red de servicios que incluyó una emisora de radio, herrería, panadería, impresión de un periódico, entre otras cosas.

Ante la imposibilidad de destruir todo aquello, el enemigo realizó una campaña de exterminio masivo contra la población campesina, base de sustentación de los revolucionarios; pero los combatientes seguían allí e incluso en otros territorios y sus simpatizantes apoyaron la formación de nuevos frentes de combate. En un momento difícil para el movimiento revolucionario, en abril de 1958, el dictador Fulgencio Batista, un asesino consumado y asesorado por una Misión Militar Norteamericana, diseñó un Plan para acabar con Fidel Castro y, de manera especial, con el Che Guevara, a quien acusaban de comunista.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº75)

Comentarios

Autor

Arístides Rondón Velázquez