La muerte de Lenin y la lectura de su Testamento. La lucha de la Oposición de Izquierda y el dominio de Stalin sobre el aparato. La derrota y el final de un camino. Tercera parte de la crónica que recorre los laberintos de una revolución traicionada. Opinan Pepe Gutiérrez Álvarez (España) y Gabriel García Higueras (Perú).
Diez años atrás, la revolución iluminaba con su fulgor las penumbras de todo el continente. Un faro, una guía, una certeza. Eso significaba aquella gesta conducida por un puñado de hombres decididos, armados con las ideas del marxismo y con la potencia de un proletariado en expansión. Entonces, la voz vibrante de Trotsky apagaba discusiones y unificaba la lucha. Entonces, sus órdenes eran implacables y levantaban de la nada a un ejército de obreros y campesinos. Ahora, una década más tarde, el mismo bolchevique intentaba alcanzar el estrado, pero algo había cambiado. No eran los aplausos de los asistentes, ni el silencio de la multitud lo que rodeaba su discurso. Ahora, diez años después, lo esperaban una silbatina y los insultos de sus propios camaradas. De pie ante el hostil auditorio, Trotsky tuvo que moverse con rapidez para eludir un tintero arrojado contra su cabeza y esperar, en silencio, un sosiego en el bullicio de los agresores.
"El carácter dominante de nuestra actual dirección es su fe en la omnipotencia de los métodos violentos, incluso cuando estos se ejercen contra el propio Partido...", dijo a los gritos, y sus palabras se coronaron con una rechifla. En ese momento, desde las primeras filas un delegado apuntó contra su humanidad con un libro, que terminó estrellado contra la pared, a escasos centímetros de su silueta. Trotsky no se inmutó, levantó el libro del suelo y con ironía replicó: "Sus libros no pueden leerse, pero aún pueden servir para ser arrojados a la cabeza de la gente".
Algo, evidentemente, había cambiado.
Conviviendo con vacilaciones que habían confundido a sus aliados, mínimos avances y graves retrocesos tácticos, intentos de presentar batalla como alternativa dentro del Partido, Trotsky se había configurado como el líder de la Oposición de Izquierda desde 1923, una fuerza crítica a la gestión de la troika y la burocracia primero, y del stalinismo en general en la URSS, poco después. El eje aglutinador de la Oposición había sido la exigencia de restaurar la democracia obrera en el Partido, el impulso a la industrialización del país y la colectivización del campo y la defensa del internacionalismo proletario. Es decir, una plataforma inversa a aquella que Stalin defendía orgánicamente y Bujarin respaldaba con argumentos teóricos: el incentivo para que los campesinos ricos multiplicaran sus ganancias ("¡Enriqueceos!" fue su famosa arenga), mayores medidas restrictivas en materia democrática, la defensa de los crecientes privilegios de burócratas, nepmen y kulaks, y la adopción como dogma de la teoría del "socialismo en un solo país". Si la decisión de impedir que Trotsky alcanzara la dirección del Partido había unificado a la troika, la negación del marxismo que representaba aquella idea de que era posible construir el socialismo limitado a las fronteras de la URSS, terminó por hacerla estallar.
Antes del cisma, Stalin se había resguardado de exponerse públicamente en la confrontación contra Trotsky, dejando que Zinoviev y Kamenev encabezaran la feroz ofensiva contra un enemigo ideológico de su propia invención: el "trotskismo".
La muerte de Lenin, el 21 de enero de 1924, terminará por sepultar la última esperanza de los opositores y confirmará el dominio absoluto de la burocracia en cada uno de los engranajes clave del Partido. A poco de la muerte de Lenin y desde la prensa, los dos desplegaron una astuta campaña basada en viejas polémicas fuera de contexto de Trotsky con Lenin en tiempos del exilio, en su pasado crítico del bolchevismo y en la falsificación sistemática de sus idea. "A una señal que dio Pravda, en todos los rincones y en los extremos más remotos del país, desde todas las tribunas, en las planas y columnas de todos los periódicos, en todos los escondrijos y lugarejos, se desató una campaña rabiosa contra el 'trotskismo'... Mientras la masa manifestaba su asombro, el volcán de la calumnia seguía escupiendo, en frío, su lava. Y esta lava iba depositándose mecánicamente sobre la conciencia y, lo que era peor, sobre la voluntad", diría Trotsky.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº75)
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