Alumno de Diego Rivera, Antonio Ramírez se dedicó al arte comprometido en un México convulsionado por los levantamientos indígenas. El año pasado ilustró Noches de fuego y desvelo, un libro del Subcomandante Marcos. En conversación con Sudestada, el pintor se explayó sobre la relación entre el artista y los movimientos revolucionarios.
Una noche de calor húmedo, el delegado Zero llegó a la casa de Antonio Ramírez. Una mirada triste se asomaba a través de su pasamontañas oscurecido por la vida lúgubre. Quiero que le des color a mis escritos, le confesó con timidez. No hay problema, asintió el pintor. Esa noche, el guerrero le contó su pesar. ¿Cómo expresarle mi amor, cómo seducirla desde mi cueva oscura en medio de la montaña? El pintor no supo qué responder. Las estrictas reglas del oficio de guerrero me obligan a mantener mi rostro oculto. Las lágrimas se podían ver sin embargo. Ya he pedido permiso a la comandancia; quiero hacer un libro erótico.
A la mañana siguiente, cuando el pintor despertó, el guerrero ya no estaba. Sobre la mesa había doce cartas y una nota donde lo retaba a interpretar la historia según su propia mano.
El libro se llamó Noches de fuego y desvelo, escrito por el subcomandante Marcos y pintado por Antonio Ramírez.
El camino recorrido
En la escuela, Antonio Ramírez libró una batalla a sangre fría contra las matemáticas, territorio que quería dominar. Pero no había caso. En cambio, el dibujo sí, como una masa de plastilina entre sus manos. La realidad lineal no tenía límites entre sus fantasías y el papel. "Quería estudiar contabilidad, pero no entendía las matemáticas; sin embargo, aprendí a dibujar con mucha facilidad", cuenta Antonio Ramírez ya con 82 años de andar de un territorio a otro. En su primera etapa de composición, se inclinó por la abstracción, donde primaba el punto de vista del artista con respecto a la realidad, "el énfasis o exageración de algún aspecto de la percepción del artista, como el cubismo, donde los objetos son representados desde varios ángulos, y el impresionismo, que plantea una visión de la realidad", según explica. Tal vez por eso se dedicó a retratar el mundo desde su costado más humano, más comprometido. Así conoció a las comunidades otomíes que habitaban en el valle de Mezquital. "Durante días conviví con la gente de este lugar y me percaté de las condiciones en las que vivían. Me enamoré de la gente y hasta hoy sigo visitando esos lugares en los que, desafortunadamente, siguen viviendo igual".
Como todo artista, se tuvo que enfrentar a las penurias de una vocación poco rentable. Daba clases de dibujo y pintura en un instituto de Bellas Artes, pero aún así tuvo que recurrir a los cuadros decorativos para sobrevivir el día a día. "Tienes que buscar la manera de ser productivo y, como pintor, me duele ver a jóvenes que se dedican a este arte y viven en la miseria, porque no venden sus obras".
Sus maestros lo fueron moldeando como a una cerámica. Fue ayudante de Diego Rivera y de José Chávez Morado. "Rivera siempre cuidaba mucho sus pinturas, nunca dejó que colaborara en sus proyectos, así que sólo me dediqué a colocar los lienzos y a combinar la pintura que me sirvió mucho para mi preparación".
Guerrilla y poesía
Sólo la historia puede moldear la relación entre un guerrillero y un artista. ¿Cómo hacerse un espacio de poesía en medio de la lucha, entre la muerte y el hambre?
Antes ya había emprendido otros proyectos que incluían a Marcos. Junto a Efraín Herrera, un amigo dibujante y diseñador, editaron varios libros con textos del guerrillero, historias del Viejo Antonio, calendarios, carteles y el libro Calendario de la resistencia. Pero esta era la primera vez que lo hacían personalmente. "Trabajar con Marcos fue algo realmente placentero y emocionante -nos cuenta Antonio Ramírez-; su respeto por el trabajo del otro, su capacidad para estimular la creatividad del equipo son grandes. Sabe escuchar, pero también es bien claro para decir su desacuerdo cuando un planteamiento no lo convence".
Antonio Ramírez también es un guerrero que intenta cambiar el mundo, pero sobre todo intenta cambiar la noción ortodoxa de la política. "Estoy convencido de que el erotismo y la política tienen todo que ver. Si a los zapatistas no los han vencido es porque son un ejército de soñadores que utilizan las metáforas y la imaginación. En el libro, Ella es una mujer; pero, en la realidad, Ella puede ser cualquier cosa, una mujer, un ideal, un sueño; aquí nos llevó a hablar de política, pero puede ser cualquier cosa, algo que toda la vida se está persiguiendo, algo que -como todos los amores- está condenado al fracaso, pero que a su vez implica la esperanza de que se va a triunfar. Que se cuide el que lo lea", sentencia Ramírez.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 71 - Agosto 2008)
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