Con la excusa de la salida de su último libro, "Bar del Infierno", aprovechamos para acercarle el grabador al señor Alejandro Dolina, verdadero cazador de fábulas silenciadas por la historia y uno de los escépticos más creyentes que se conozcan. Quién mejor que Dolina, que trabaja desde su literatura con el infierno como escenografía, para conocer un poco más sobre ese lugar del que uno nunca sabe bien cómo va a hacer para zafar.
"Hemos estado haciendo correcciones al infierno y al paraíso, y quejándonos de las intendencias que no fomentan la aparición de fantasmas, preocupados como están por los semáforos. En eso ha consistido esta charla", sintetiza el propio Alejandro, una vez que la entrevista con Sudestada comienza a transitar los últimos escalones rumbo al final. Antes, durante una charla que se hizo extensa y cordial con el paso del tiempo, el autor de "Bar del infierno" se dispuso a guiarnos a través de un viaje imaginario único: una visita al mismísimo infierno. Desde condenados eternos que se acostumbran, tarde o temprano, al padecimiento hasta diablos burócratas tapados por el papelerío, pasando por los imperfectos organismos que regulan el ingreso a los territorios de Belcebú, nos dejamos llevar por la voz de Alejandro, aquella que desde hace dos décadas viene dejando su huella en la radio, la misma que uno puede buscar si es que desea fervorosamente conocer los murmullos que invaden los pasillos infernales.
¿Por qué el infierno como un territorio al que siempre regresás desde tu obra?
Es verdad, es una obsesión constante. El infierno parece un lugar inconcebible y sin embargo es alegoría y metáfora de muchos otros lugares y de muchos otros estados. De manera que siendo la desdicha una cosa tan común es también, como me parece a mí, el elemento esencial del universo. El universo es un lugar desdichado en el que uno tiene apetitos que no habrá de saciar nunca, que tiene esas faltas que no habrán de remediarse, extrañas personas que ya no volverán... El universo es trágico. De manera entonces que el infierno como exageración de la tragedia, como ápice de la desventura, viene a ser un territorio interesante para mostrar aumentadas las tragedias de la vida. A mí me ha tentado mucho el infierno, y si a eso le agregamos la circunstancia de su eternidad, ahí creo que estamos construyendo un territorio de ideas interesantes y difíciles de resolver.
Es difícil pensar cómo funciona la mente del condenado. El condenado que no puede tener esperanza. Nosotros vivimos en una especie de infierno, pero un infierno imperfecto porque todos tenemos esperanzas. A pesar de las muchas desdichas, a pesar de la sucesión casi inalterada de sucesos infaustos, aún podemos perseverar en la esperanza, aún podemos hasta creer que hay otra vida y, hasta que hay una recompensa. Pero en el infierno no se puede creer en eso. ¿Cómo funciona la psique de un individuo que ya ni siquiera tiene la posibilidad de esperanzas engañosas? Ese es un territorio interesante. Aparece también la tentación de la metáfora del sufriente como constructor de su propio infierno. Y todos esos son desafíos difíciles de cumplir, en algún caso, porque han sido ejercidos con anterioridad mil veces en la literatura y algunas veces de un modo que parecía definitivo, como en el caso del Dante. Y aparte de todas estas consideraciones, que tienen más que ver con la defensa de ese tema, está la obsesión del escritor. Yo creo en eso, y creo que hay que hacerle caso a esas obsesiones. Cuando uno está perseguido por asuntos tales como la muerte, como el amor, como el infierno en este caso, como el misterio del arte, yo creo que hay que insistir en ello. Prefiero escritores que insisten en algunos temas que son recurrentes en sus obsesiones, que no aquellos que parecen siempre prontos para escribir sobre cualquier asunto, que más bien le da lo mismo. Es tal la forma preferida de los escritores de best-sellers americanos: el que hoy escribe sobre hoteles, mañana lo hace sobre fabricantes de autos y pasado sobre aviones. A mí me interesan bastante menos los hoteles, los aviones y los automóviles que la muerte y el infierno.
Pese a lo trágico que puede resultar el infierno, no resulta tan extraño imaginarse que dentro de tanta tristeza pueda surgir un poco de felicidad...
Es que la felicidad puede ser triste. Algunas dichas que nosotros tenemos son ásperas. Leer "Crimen y castigo" es algo venturoso, es deseable que a uno le pase eso, y sin embargo no podemos decir que sea algo alegre. Más bien, uno queda bastante consternado. Creo que hay que seguir a Nietzsche en este caso, que en "El nacimiento de la tragedia" decía que los griegos, que eran el pueblo más admirado de la historia, más bello y que había sido capaz de creaciones admirables, era justo el que había inventado la tragedia, el que había aprendido a solazarse en estas cosas tremendas. Y decía que era propio de los pueblos fuertes el tener visiones pesimistas del universo, que justamente eran los pueblos débiles los que necesitaban una explicación feliz del universo, que necesitaban una cosmología esperanza, otra vida, una recompensa paradisíaca. Nietzsche decía que los pueblos fuertes eran capaces de solazarse en cosas tales como el parricidio, por ejemplo, o esas cosas que amaban los griegos. Así que eso de las felicidades tristes es también un asunto consagrado clásicamente que yo me he atrevido a intentar abordar humildemente.
¿No es contradictorio que más allá de un infierno como el peor lugar, exista la certeza de que allí no es posible que pueda pasar algo peor?
Claro, una de las cosas que uno puede encontrar cuando se indaga en la psique del condenado es esa. Primero uno piensa que al cabo de un tiempo, que pueden ser mil años (después de todo, tenemos toda la eternidad) el tipo se empieza a acostumbrar. De algún modo empieza a acostumbrarse y ciertas torturas se le hacen familiares. Y lo otro es eso: si estamos en el infierno ya no hay amenaza posible. El que está en el infierno no puede recibir amenazas, no hay amenazas para el condenado. ¿Qué otra cosa peor le puede pasar? Así que cualquier novedad es buena: no hay malas noticias en el infierno. El condenado ha llegado a ese lugar inconcebible que es el fondo del sufrimiento. Así que es otra curiosidad. El tipo en el infierno no tiene miedo, salvo que sea un infierno tan refinado que permita la esperanza, que permita un desarrollo del sufrimiento. Yo creo que hay un cuento de Villier de l'Isle-Adam que se llama "La esperanza" y que es la historia de un condenado, de un prisionero de la Inquisición, y el cuento narra una fuga. El prisionero ve abierta la puerta de su celda, huye, gana un bosquecito, ya piensa que tiene asegurada la libertad y, de golpe, surge un monje, que era su confesor, y un grupo de personas que lo reducen. El confesor lo abraza y le dice: "Has padecido todos los tormentos menos uno: el de la esperanza". Así que a lo mejor el infierno no es tan elemental como yo supongo, y hay formas de sufrimiento que no llegan nunca a su punto cúlmine precisamente para permitir un continuo desarrollo del sufrimiento. Y para permitir que el sufrimiento pueda estirarse hacia el futuro. Esta idea tiene un costado interesante: tanto el sufrimiento como el placer, como el goce, solamente funcionan si se logran proyectar hacia el futuro. De hecho, nuestro propio cuerpo vive el placer inclinándose hacia el futuro. El cuerpo se prepara para el goce amoroso, uno piensa en el futuro y la víspera ya es el goce. La persecución de la cosa ya es la cosa, como decía Montaigne. Y a lo mejor, en el sufrimiento también es así. Nos hace sufrir más lo que prevemos que lo que estamos padeciendo, es más terrible la proyección hacia el futuro que el propio presente. Por eso es que el infierno, para ser perfecto, debe modificar esa idea de lo estático, de lo que está instalado, de lo que es eterno y, por lo tanto, no sujeto a mutación. No sujeto al tiempo: lo que es eterno está siempre, es todo presente. Y a veces, para sufrir o para gozar, se necesita la ausencia de algo que está por llegar.
Y lo eterno genera inacción...
Lo eterno genera inacción. Lo eterno es lo contrario de la vida, lo eterno es el pasado y el futuro instalados en el presente. Esa es la verdadera eternidad, no la perpetuidad, que es otra cosa. La eternidad tiene poco de humano y es muy raro. Ese mundo eterno, ese topos uranos de Platón es difícil de imaginar. Un lugar donde no hay verde, por ejemplo, porque todo tiene que ser puro, entonces las mezclas no resultan. Me parece que pensar la vida humana en términos de eternidad es casi imposible. Es imposible. Así que yo voy a mandar un despacho a las autoridades infernales para que abandonen ese carácter eterno, estático, que seguramente lo hace imperfecto.
La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°39.
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"Todos somos potencialmente fantasmas"
El que sigue es un fragmento de la charla brindada por Alejandro Dolina en la última Feria del Libro, titulada "Sombras, espectros y alucinaciones").
Haremos a continuación unos datos indispensables acerca de la naturaleza de los fantasmas.
Por empezar, un fantasma es continuidad de un ser que ha vivido. No se nace fantasma, se deviene en ese estado en virtud de unas perturbaciones que van desde una promesa incumplida hasta un entierro defectuoso. Los fantasmas aparecen y desaparecen no por casualidad sino por hacerse bruscamente invisibles o imperceptibles. Un fantasma tiene nula o casi nula densidad. Puede atravesárselo con una niebla y no es posible tocarlo, abrazarlo, ni retenerlo. El fantasma además puede él mismo atravesar objetos sólidos. Algunos autores limitan este don de atravesar las paredes y señalan que los fantasmas sólo atraviesan muros que han sido edificados con posterioridad a su muerte. Un espectro sigue utilizando las puertas que conoció en vida, aunque hayan sido selladas. Es que para el fantasma el tiempo se cristaliza. No sigue viviendo, sigue insistiendo sobre lo que pasó. Por eso los fantasmas siempre pretenden venganza y también instalarse en un tiempo que no progresa.
Otra característica de los fantasmas es que no se alejan nunca del lugar que los cobijaba. No hay fantasmas itinerantes. Todos están vinculados a un foro único, una casa, un puente, una encrucijada, una habitación. Muy a menudo los fantasmas se presentan ante los humanos y hacen anuncios, advertencias o revelaciones. En muchos casos, una vez satisfecha su demanda, el espectro deja de aparecer. Esto hace parecer que un espectro es un ser patológico, sufriente, marginado. La expresión "alma en pena" implica dos aspectos fundamentales de la naturaleza espectral. Primero que es algo distinto del cuerpo, pero al mismo tiempo le es inherente o correspondiente. Todos tenemos un alma, todos somos potencialmente fantasmas. Pero para ejercer plenamente las actividades fantasmales es necesario penar, sufrir un castigo por alguna pena vacante.
(...) Hay que decir que las llanuras del sur de América son poco propensas a la credulidad. En Río Grande, en Uruguay, en las pampas, la desconfianza es una forma de astucia. Las historias de fantasmas se cuentan así con más ironía que temor. Los milagros no fortalecen la fe, si no más bien la sed de explicaciones. El espiritismo nunca hizo grandes progresos, y aunque en las áreas urbanas muchos intentaron el diálogo profesional con los difuntos, jamás se logro el suceso alcanzado en los países orientales.
Por eso debemos considerar a Florencio Oliva, el médium de Villa Urquiza, como una verdadera excepción. Durante largos años su salita de la calle Alto Laguirre se llenó de deudos afligidos, mirones metafísicos y vigilantes disfrazados. En sus comienzos, Oliva trabajaba con un solo espíritu, el finado Gaitán, un peluquero del barrio muerto en un choque de trenes. Gaitán se presentaba de la forma más contundente y respondía a cualquier consulta con detalladas descripciones del más allá. También a favor de su condición de peluquero, sabía contar viejos y sabrosos chismes del barrio. La verdad es que Gaitán estaba vivo. Había aprovechado el accidente para huir de sus acreedores, hasta que Oliva lo encontró en Monte Hermoso y le propuso participar en sus experiencias parapsicológicas.
Los espiritistas clásicos y los visionarios del siglo XIX produjeron una literatura de ultratumba que en conjunto proporciona una descripción completa del cielo, un cielo de burgueses acordes, un poco vegetarianos, amantes del progreso y las maravillas urbanas. Pues bien, para Gaitán el cielo era Villa Urquiza, con algunas modificaciones parecidas a la venganza. En sus descripciones se limitaba a los detalles. La ausencia de yuyos, el tango obligatorio, el carácter subalterno de los ingleses y una curiosidad capilar: el pelo sigue creciendo en la morada celestial. Apurado por unos novios cesantes, Gaitán dictaminó que en el cielo uno anda con quien quiere y, para el caso de amores no correspondidos o personas codiciadas por más de uno, se creaban duplicados perfectos para que nadie anduviera molestando con sus lloriqueos.
El peluquero ayudó a Florencio hasta su verdadera muerte. Después ya se hizo imposible convocarlo. Privado de su principal atracción, el espiritista no tuvo más remedio que adiestrarse en tecnologías fraudulentas. La salita se llenó de cortinados, consultores parlantes, espejos, falsas paredes y máquinas de humo.
Con el tiempo, sus fantasmas fueron irreprochables. Complicados servicios de información le permitieron responder a los requisitores mas específicos. Otros médium de la ciudad lo pusieron a prueba. Florencio los engaño a todos. Jorge Allen, el poeta de Flores, asistió en calidad de escéptico a una de sus secciones. En lo mejor de la noche se presentó en un rincón del cuarto el espíritu de una joven bailarina llamada Julia, que había sido convocada por su hermana. Aun difuminados sus contornos, oscurecidas sus facciones y velados sus atractivos, la presencia enamoró a Jorge Allen. Fastidiado por las indagaciones familiares de la hermana, el poeta cambió el rumbo de la conversación y quiso saber cuál era el máximo contacto que podía establecerse entre seres de distintos mundos. Astutamente, el espectro contestó que no lo sabía.
-Pues vamos a averiguarlo ahora mismo- gritó Jorge Allen, y saltó de su silla.
El espíritu desapareció y Oliva no pudo concentrarse para volver a convocarlo. Pero en noches subsiguientes, Allen regresó a la salita y reclamó la presencia de Julia, la bailarina. En los primeros intentos debieron conformarse con poco, unos golpes codificados, una mano que recorría la habitación. En cierta ocasión, Florencio Oliva anunció que un beso andaba suelto por la sala. Jorge Allen preparó su boca, pero una florista de La Paternal se le adelantó y juró ser besada por su difunto esposo.
Por fin, Julia apareció casi enteramente durante siete noches consecutivas. En la última de ellas declaró que ya no volvería a presentarse. Después se acercó lentamente al poeta y le dijo que por autorización expresa de fuerzas superiores, le concedería el privilegio de un beso, de un beso carnal. Allen advirtió que harían bien las fuerzas superiores, que nuestro acto más espiritual es justamente el más carnal. Inmediatamente se trenzó con Julia en un rincón del cuarto y hubo besos de dos mundos. A último momento el espíritu, con disimulo, puso un papel en la mano del poeta.
Julia se fue para siempre, la sesión terminó y Jorge Allen leyó ansioso el mensaje de ultratumba. Decía: "Estoy viva y te espero mañana a medianoche en el puente de la estación Coghlan".
La cita se cumplió. Julia resulto ser Adriana, su belleza era más contundente de lo que parecía en el otro mundo. Allen la amó aquella noche con pasión y supo de los fraudes de Florencio Oliva.
-No te volveré a ver -le dijo-. Una buena amante debe llevar el engaño hasta el final.
Allen dejó de concurrir a la salita de la calle Alto Laguirre.
Florencio Oliva, el espiritista, no le ocultó la verdad. El propósito altruista de todas sus trampas era convencer a las personas de algo que para él era indiscutible. El cielo existía. Oliva era un espiritista creyente. Era consciente de su incapacidad para hablar con los muertos, pero estaba seguro de que había otro mundo, cuyos habitantes deseaban enseñar a la sociedad a comprender la naturaleza eterna del alma. Pero sus métodos se volvieron cada vez menos sutiles. Se dejó tentar por los difuntos célebres y no era extraño escuchar en la salita las voces de Platón, Copérnico, Descartes, Newton, Heisenberg o Irineo Leguizamo. Una tarde de otoño, el mismo Albert Einstein explicó, no sin un sospechoso acento pampeano, que todo era relativo y no valía hacerse mala sangre por nada.
Los tiempos se pusieron difíciles. Los pocos que iban a la salita se mostraban cada vez más suspicaces. Jorge Allen y sus amigotes solían presentarse disfrazados y arruinaban las sesiones con maullidos, rimas chuscas y pedorretas.
Florencio Oliva perdió su clientela y acaso la fe. Los actores que utilizaba para sus representaciones lo extorsionaban y le sacaban casi todo su dinero. En sus últimos tiempos adivinaba la suerte por una moneda. Se enfermo gravemente.
Una madrugada de invierno vio una figura misteriosa acercándose a su lecho de enfermo.
-Traigo señales del otro mundo- dijo el espíritu.
-¿Hay otro mundo?- preguntó Oliva.
-Sí. Y aunque nunca recibiste nuestras respuestas, nosotros te hemos escuchado siempre.
El espíritu sacó trescientos pesos del bolsillo y los puso sobre la mesa de luz.
-El mensaje es que el cielo existe y que desde allá mismo te mandan estos trescientos pesos. Ahora, con permiso, debo rajarme.
La presencia se esfumó y un rato después, casi totalmente encarnada, se tomaba el 133 hasta Plaza Once.
Oliva murió al mes siguiente, renovada su fe y pagas sus cuentas.
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