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Dossier

Colombia: Mentiras y verdades del Señor Matanza

Punto estratégico para los intereses de Estados Unidos en la región, Colombia hoy emerge de una realidad violenta. Un presidente que practica el terrorismo, que negocia con el narcotráfico y que alienta a los paramilitares. El miedo del pueblo y un escenario de conflicto permanente. Además, una mirada al presente de las FARC-EP. Desde Colombia, escribe Tomás Astelarra.

Arauca es una zona de esas que los colombianos llaman "calientes". Una pampa de extensas llanuras donde campesinos diestros en el manejo del caballo asan la carne a fuego lento en cruces de metal al son de la música llanera que, con arpas, cuatros y maracas, cantan los mitos y leyendas de la región, cuando no sus desventuras políticas y económicas en extensos duelos de contrapuntos (un sistema parecido a las payadas argentinas).

En Saravena, una pequeña ciudad de 90.000 habitantes limítrofe con Venezuela, la pampa se mezcla con la patagonia en un caserío gris y aburrido que bien podría ser Caleta Oliva o Comodoro Rivadavia. En la plaza principal, edificios semiderruidos, trincheras y numerosos grupos de uniformados con ametralladoras evidencian una realidad que hace mucho se ha impregnado en la idiosincrasia colombiana: la Guerra.

Sentado en un vereda tomando su tinto (café), Excelino Martinez cuenta su historia.

Llegó a la región en los cincuenta, desplazado por la guerra civil que los colombianos denominan "La Violencia". Llegó apenas con un machete para tumbar selva y sembrar la tierra. En los setenta, se unió a otros campesinos para formar las Organizaciones Sociales, que reclamaban mayor atención del Estado para esta zona periférica del país.

"A finales de los ochenta, las petroleras llegaron y compraron todo. Al que no vendía, lo expropiaban. Comenzaron las masacres paramilitares, las detenciones masivas...si uno iba a la tierra del vecino, lo llevaban preso por conspirar", explica.

Desde esos tiempos que el Estado ya ha hecho presencia en Arauca, aunque quizás no en la forma que los campesinos reclamaban. En vez de hospitales, armas; en vez de maestros, soldados. La mayoría de sus líderes fueron asesinados o presos, acusados de terroristas por el gobierno.

El 13 de diciembre de 1998, una bomba cluster cayó en la vereda de Santo Domingo y provocó 17 muertos (7 niños) y 25 heridos. El atentado contra los dirigentes de las Organizaciones Sociales reunidos en el lugar fue, en principio, adjudicado a las FARC. Luego se encontraron pruebas de la responsabilidad del ejército con la asesoría de la Oxy Petroleum, que facilitó su pista de aterrizaje y los datos para el bombardeo.

Uno de los hijos de Excelino murió en Santo Domingo; otro tuvo que huir desplazado a Bogotá, donde tuvo la suerte de estudiar ingeniería y dedicarse a trabajar en una organización de derechos humanos. "Los paramilitares lo mataron en Pasto, no pude ni ir a recoger el cuerpo", cuenta.

Su otro hijo está exiliado en Venezuela, su mujer murió de pena, sus dos hijas viven en el campo, pero no puede visitarlas porque está amenazado. Tras las fumigaciones de glisfosato con las que el Plan Colombia pretende erradicar las plantaciones de coca en Colombia, murieron la mitad de sus cabras y se quedó sin su plantación de plátano.

Él siguió resistiendo en su tierra, hasta que la escalada en los conflictos entre el ELN y las FARC por el dominio de los campos de coca de la región terminó por desplazarlo nuevamente.

"Yo sé que mi destino es la muerte o la cárcel; pero que más, si voy para otro lado, va a ser más fácil eliminarme. Aquí si me llevan preso, le avisan a los compañeros. Y si me matan, me entierran y dicen que era un luchador", confiesa Excelino .

Ambaló es un resguardo indígena en la región del Cauca, al sur de Colombia. Bien podría tratarse de un pueblito en Bolivia. Lengua pariente del quechua, trajes de colores, quinua, chicha, quenas y zampoñas. Mientras festeja los 23 años de la recuperación de sus tierras, Chucho Yalanda, líder de la comunidad, cuenta detalladamente el extenso trabajo que ha realizado el pueblo ambalueño para rehacer su identidad y territorio: la creación de un corredor biológico libre de transgénicos, los bancos de semillas, el redescubrimiento de sus sitios rituales, su lengua, sus trajes y músicas tradicionales. Todo esto fue llevado a cabo a pesar de la dificultad en el arraigo de muchos compañeros a las costumbres que durante años impusieron los terratenientes, la falta de colaboración y boicots del gobierno (como el reclutamiento en el ejército o la venta solapada de semillas modificadas o especies no originarias), los constantes pedidos a los grupos armados...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº70 - Julio 2008)

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Autor

Tomás Astelarra (desde Colombia)