Ahora vendrán las voces, nuevas y viejas, a repetir una y mil veces un nombre presente de historia. Habrá discursos, ensayos, polémicas, documentales y libros en la calle. Su rostro seguirá siendo parte de un proyecto a la espera de tantas cosas pendientes.
De nuestra parte, poco afectos al bronce a la hora de escribir y menos simpatizantes del recuerdo lavado o confuso de sus ideas, elegimos para sumarnos una anécdota ajena, pero que hacemos propia porque dibuja su perfil con los trazos del cariño, de la admiración y de las certezas elegidas, tiempo atrás. La anécdota es de Ciro Bustos (que también aporta un artículo para esta edición de Sudestada), narra un momento fugaz en la marcha nocturna de la columna guerrillera por la selva boliviana y fue publicada en su excelente libro El Che quiere verte. Del Che, claro, estamos hablando.
Cuenta Ciro: "La técnica de mantenerme casi pegado al Che siguiendo sus pasos, para usufructuar de la luz de su linterna, tenía sus ventajas y misterios. Sus destellos de luz me permitían una fugaz visión del suelo por el que debía pasar; sus tropezones, el chasquido de las ramas al resbalar sobre su cuerpo y soltarse como un látigo (que de tanto en tanto me azotaban con fuerza, como castigo por aproximarme demasiado) y oír una que otra imprecación, me daban una información bastante precisa de los obstáculos para enfrentar.
Pero algo me tenía inquieto: me parecía oír constantemente un sordo rumor, como una letanía, aunque no lograba apresarlo con mis sentidos en toda su significación. En esa oscuridad, llena de crujidos y ruidos humanos, animales y vegetales, resultaba casi sobrenatural. Al menos, monacal. El sonido subía y bajaba de tono, caía en silencios más o menos prolongados, que no parecían tener relación con las irregularidades del terreno ni con los sonidos de la selva. En un tramo más plano, de marcha más serena, se develó el misterio. El rumor fue cobrando cuerpo: surgieron palabras, palabras con un ritmo armónico, sugerente, bello. El Che caminaba recitando poemas, como si estuviera en un balcón de su casa en las sierras de Córdoba, en una noche estrellada. El poeta al que le prestaba la voz era León Felipe:
No es ésta la hora de la flauta.
Es la hora de andar,
de salir de la cueva y andar,
de andar... de andar... de andar...
Yo soy un vagabundo.
No soy un tocador de flauta.
Yo no soy más que un vagabundo
Sin ciudad y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo.
No viene de ayer como el tuyo.
En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos
y el sudor de muchas agonías.
Hay saín en la cinta de mi sombrero,
mi bastón se ha doblado
y en la suela de mis zapatos llevo sangre, llanto
y tierra de muchos cementerios.
Lo sé, me lo han enseñado
el viento,
los gritos
y la sombra... ¡la sombra!...
Y digo que la Poesía está en la sombra...
Retuve en la memoria esta metáfora de 'la Poesía está en la sombra' y de las cercas sin vidrio ni pinchos... La imagen se sumaría al verso para permitirme, algún día, encontrar el poema".
El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.
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