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Entrevista con Ariel Prat

"Uno arma todo a partir de un sueño"

Ariel Prat pasó por el rock hasta llegar al tango y a la murga. Con seis discos editados, el trovador de los cien barrios porteños se sentó a conversar con Sudestada sobre su último trabajo, Negro y murguero. Además repasamos sus orígenes, la relación con el fútbol y las distintas facetas de su vida artística que lo llevaron a ser actualmente el representante por excelencia del tango canción de corte murguero.

Hay artistas que nunca callan lo que piensan y pagan por eso con el anonimato o el ninguneo mediático. Personas que eligen caminar por las calles que le sientan más cómodas, por los ritmos que le salen naturalmente. Ariel Prat siempre eligió esa ruta en su carrera y hoy, a quince años de su debut, logró consolidar una trayectoria sin deberle nada a nadie, sin mendigar un lugar a costa de la popularidad o el dinero. Por estos tiempos, se lo ve seguro de haber elegido a la murga como soporte de sus composiciones. Con la levita sobre el hombro izquierdo, Prat sale a los escenarios porteños, una vez más, a iniciar el ritual. Algo queda en la memoria del músico que supo integrar el equipo de "los cebollitas" junto a Maradona, se le nota, porque es de los artistas que en vivo se sienten más cómodos que nadie. Quienes lo siguen desde su primer trabajo Y esa otra ciudad, editado en 1991, no se pierden los contados shows que hace en el país. Ellos también saben que, desde hace unos años, se fue a probar suerte a España "por curiosidad y azar", como le gusta decir a Ariel. Y en ese camino encontró pareja y se instaló al borde de Los Pirineos, alejado de su barrio, Villa Urquiza. Pero ahora está de regreso, ya que este año editó su sexto trabajo reivindicando el estilo murguero y orillero y, por fin, la historia parece abrirle un camino que le resultó esquivo años atrás y hoy lo encuentra en pleno crecimiento, llenando teatros en Buenos Aires, Francia o España.

¿Cómo se da tu paso del rock a la murga como centro de tus creaciones?

En realidad, desde siempre, fue un viaje alrededor de lo mismo. Se fue dando, paulatinamente, durante toda la vida por mi manera de cantar y el color de mi voz. Por más que haya coqueteado con el rock, debido a que en mi barrio había una guitarra y una batería, lo mío es la calle. Además, en mis inicios era impensado poner un bombo de murga porque no había quién lo tocara, y ni siquiera eran considerados músicos. Para que la murga se vuelva a respetar como género pasó mucho tiempo, y a mí me tomó en la cresta de mi carrera. Incluso había muchos prejuicios para quienes tocaban candombe. Y había que tocarlo al estilo uruguayo, al aire, sin tener en cuenta nuestras raíces, donde el candombe se toca a tierra y es el padre de la milonga y el tango. Cuando uno crece, va encontrando su lugar. Uno arma todo a partir de un sueño y un entorno que terminan formando lo que sos. Estoy muy convencido, y muy metido con lo que estoy haciendo. Escucho a quienes me aconsejan, pero no me dejo llevar por la moda o lo que suene más digerible. También el crecimiento se da a partir de la gente con la que trabajás, como en el caso de Juan Subirá, que hace los arreglos y sabe interpretar muy bien el estilo; lo mismo me pasa con la gente que se sumó al camino de la banda. Está en nuestro ADN: en los discos y en el escenario eso se ve, y sale de una manera natural.

¿El rock fue algo circunstancial, entonces?

Fue una etapa que, como otras, se quemó. Pasó por escuchar mejor mi interior, dónde me siento más cómodo. Por ejemplo, hay un tema en Sobre la hora que se lama "Gardel y los guitarristas", que era una milonga murgueada y que, cuando lo grabé con La Houseman René Band, salió de otra manera, mucho más barullero. No se estaba interpretando el sentido que yo quería. La decisión muchas veces no se piensa, pasa. Hacés un "clic" y ya. Es un estado natural que va acompañado de dos cosas importantísimas que son la curiosidad y el azar. Sin eso, nada se puede hacer en la vida. Si no curioseás y no tenés viento a favor para que te salgan las cosas, es muy difícil todo.

¿Cómo es el contraste de sociedades que hay entre España (lugar donde reside) con tu vida de barrio en Soldati o Urquiza?

Yo no pensaba en quedarme, fue una sensación rara. Hay muchas cosas que son traumáticas, pese a que hay motivos por los que uno deja de vivir en su barrio, en la tierra que ama. Uno va tras el humo de las cosas, como decía Yupanqui. Ahora me gustaría estar viviendo acá, pese a que cuando salgo de mi casa, que está cerca de Los Pirineos está todo hermoso, pero es muy tranquilo, y digo: cómo me gustaría estar en Triunvirato y Avenida de Los Incas. Villa Urquiza es mi sitio en el mundo. Tiene la luz y el sol que me gustan para mi película. Igualmente, echo de menos el lugar que en España fui construyendo. Yo no tengo el problema que tiene la gente con hijos. Por eso hice Los transplantados de Madrid, que habla de la gente que se tuvo que ir espontáneamente, que ahora tiene sus hijos allá y se quiere volver acá, pese a que los pibes te liquiden por robarte las zapatillas; ahí hay un vínculo que no se rompe jamás. Es algo traumático, pero me acostumbré a extrañar...

La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº65-Diciembre 2007

Fotos: Mariana Berger
y Julieta Gómez Bidondo

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Autor

Walter Marini e Ignacio Portela