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Nota de tapa

La guerrilla del EGP: los sueñeros del Che

Silencio, olvido, mentira. La historia del EGP permaneció durante décadas oculta en las entrañas de la tierra. Comandado por Jorge Masetti, integrado por un puñado de combatientes y planificado por el Che Guevara desde Cuba, el foco fue rápidamente aniquilado en Salta, en 1964. Uno de esos hombres se llamaba Hermes Peña; y esta es su historia. Además, Jouvé, Rot y Szpunberg recuerdan la experiencia y critican el libro de Lanata.

1. "Movilidad constante. Vigilancia constante. Desconfianza constante". Esas habían sido las únicas palabras que había escuchado Hermes del Che durante la breve despedida, a poco de partir. Las órdenes eran concretas: relevar la zona, evitar el combate, no dar a conocer la presencia del grupo hasta que se decidiera entrar en acción. Había que consolidar al foco en la zona y esperar: el Che había prometido, en esa breve despedida, sumarse cuanto antes al grupo que comandaba Masetti.

Ahí estaba Hermes, esperando la salida del avión, repitiendo una y otra vez aquella sugerencia como un estigma. En sus manos llevaba un cuaderno de tapas duras: un regalo del Che. Le había pedido (y los pedidos del Che eran una orden para Hermes) que llevara un registro diario de la epopeya en Argentina. No era sencillo el desafío, y el Che lo sabía: Hermes había aprendido a leer y escribir hacía muy poco tiempo, por eso la orden del Comandante era, también, una prueba para el joven capitán cubano. Una prueba que le quitaba el sueño en pleno vuelo.

Buscaba Hermes la palabra justa para empezar su diario. A unos asientos de distancia, Masetti le iba dejando lugar al sueño, que ya venía. Cuba se había esfumado de las ventanillas del avión hacía un rato. Estaba solo Hermes, frente al cuaderno. Las hojas en blanco, el lápiz, el silencio. Y una historia por escribirse...


2. La novedad, breve, fugaz, atravesó los teletipos de las agencias de noticias el 12 de julio de 2005: "El juez federal de Orán, Raúl Reynoso, confirmó que fueron hallados los restos del guerrillero cubano capitán Hermes Peña Torres (más conocido como el 'lugarteniente' de Ernesto Che Guevara), quien había sido abatido el 18 de abril de 1964 durante un enfrentamiento con la gendarmería argentina".

Sin abundar en detalles, la crónica daba cuenta del hallazgo de los restos de un cubano en el cementerio de Orán, en Salta. El cable finalizaba con la versión oficial de la muerte del guerrillero: "Cuando Hermes fue detectado en El Bananal, esa mañana mató al gendarme Juan Adolfo Romero. Al atardecer, fue alcanzado por la patrulla y antes de morir a manos del gendarme Luis Rosas, Hermes mató por la espalda a Bailón Vázquez, porque creyó que éste lo había entregado a la gendarmería, cuando fue a pedirle que le compren víveres en Yuto para continuar huyendo".

Nada más. Ésa fue la noticia difundida por un puñado de diarios, ésa fue la "reconstrucción" histórica expandida desde una agencia informativa. Breve, fugaz, la noticia pasó de largo un par de días después y se perdió en los archivos, sin que nadie reparara en los detalles, en la historia falseada, en la difusión injusta de una versión oficial como verdadera, en la suerte de un hombre, de un cubano, que había muerto durante un enfrentamiento en el monte salteño cuarenta años atrás, persiguiendo una causa que nadie se preocupó por mencionar, protagonista de un proyecto que ningún medio se detuvo a describir.


3. Pero Hermes no sólo era el "lugarteniente" del Che: había sido el jefe de su escolta personal, su hombre de confianza, su hermano del alma. Detrás de la breve crónica había, también, una historia de amistad.

Hermes había nacido el 7 de abril de 1938 en un solitario bohío de una finca llamada La Plata, en Marea del Portillo, en la provincia de Oriente. Como tantos otros guajiros, Hermes trabajó de niño y no tuvo acceso a la educación; padeció el hambre primero y la explotación de los hacendados después. No tenía aún veinte años cuando observó la aparición de los guerrilleros en la sierra, hasta el 24 de noviembre de 1957, cuando se sumó a las filas rebeldes para combatir contra la tiranía de Fulgencio Batista. Se incorporó en el Escambray, antes de la invasión a Las Villas, y formó parte de la Columna 8 "Ciro Redondo", al mando de aquel enigmático guerrillero argentino llamado Ernesto Guevara.

La primera responsabilidad para Hermes fue cargar con la mochila más pesada del Che: la de sus libros. "La invasión se organizó bajo el principio de voluntariedad. El Che planteó que habíamos recibido una misión, la de salir a cumplir una tarea muy difícil. El que no quería ir, se podía quedar, no era obligatorio. Todos levantaron la mano", relató Harry Villegas Tamayo "Pombo", también integrante de la Columna 8 que tomaría la ciudad de Santa Clara en una legendaria batalla. Hermes participó de aquella ofensiva en primera fila, al lado del Che, y tuvo una destacada actuación: se lo vio deslizándose por debajo de los vagones del tren blindado de Batista para rociarlos con nafta.

El peligro y las situaciones extremas irían cimentando la amistad entre aquellos hombres que estaban a punto de asestarle la derrota más dura a la dictadura. "El Che me llevaba cinco años nada más, pero nos quería a nosotros como si fuéramos sus hermanos menores. Nos llamaba, estaba pendiente, nos decía: 'Esto es así, cuidado ¡eh!'", recuerda Alberto Castellanos, otro de los miembros de la escolta del comandante argentino. Joaquín Rivery Tur, periodista de Granma, describe las diferencias entre Castellanos y Hermes en aquellos años: "Uno, alegre y dicharachero, con su séptimo grado era casi un científico para la época. El segundo, analfabeto, un adolescente todavía, con las palabras guardadas dentro del hambre y la miseria de su vida, parecía que llevaba el silencio del monte en el alma, pero también la bronca del hombre tratado como animal y la honestidad virgen de la naturaleza de la montaña".

El propio "Pombo" describe la relación particular que sostuvo el Che con sus hombres más cercanos: "El Che nos conocía como conocen los padres a los hijos, sabía cuándo hacíamos una maldad, cuándo le ocultábamos algo, cuándo cometíamos un error por ignorancia o por travesura. En ese período, el Che también conoció y se enamoró de Aleida March, que nos ayudó mucho a nosotros, a los escoltas del Che: a Alberto, a Hermes y a mí. Podríamos decir que fue como nuestra madrina, porque éramos traviesos y el Che a veces nos criticaba duro. Ella era la intermediaria en muchas oportunidades en que evaluaba la situación de manera distinta, y le hacía ver que era muy fuerte con nosotros. Especialmente contra Alberto y conmigo, que como teníamos mayor nivel cultural que los otros dos, nos llevaba más recio".

A partir de la preocupación del Che por instalar carpas con alfabetizadores para los campesinos, todos los miembros de su guardia personal debieron pasar por la escuela obligatoriamente. Además de las clases militares, los guerrilleros estudiaban la historia de Cuba y las matemáticas en pleno escenario de combate. Allí Hermes aprendió a leer y escribir.

La victoria revolucionaria en enero de 1959 fue una brisa cálida en el rostro de los jóvenes guerrilleros que avanzaban por las calles de La Habana, rodeados por una multitud que festejaba el final de la dictadura. Los barrios eran un tumulto, y las miradas se detenían en aquellos jóvenes héroes que llegaban de la Sierra para cambiarlo todo. También las miradas femeninas se posaban, a veces, en aquellos perfiles juveniles.


4. Se vieron por primera vez el 20 de mayo de 1959, durante un acto en Santiago de Las Vegas. Ella, Catalina Sibles Sánchez, de 15 años, desfilaba como abanderada de la escuela de Calabazar, La Habana. Él, Hermes Peña, de 21 recién cumplidos, primer teniente de la Columna 8, no pudo dejar de mirarla en toda la tarde. En el recuerdo de Catalina, esos primeros días se mantenían frescos con cada detalle: "Al hablar con mi familia, como era una tradición fijar días concretos para la visita de novios, Hermes aclaró que no podía ajustarse a eso, porque era uno de los escoltas del Che y no podía cumplir, sino que vendría cuando tuviera oportunidad. Por eso iba a verme a la hora que podía y en algunas ocasiones se aparecía a las diez de la noche, estaba un rato conmigo y se iba con deseos de quedarse, con los mismos deseos míos de que no se fuera".

Hermes y Catalina se casaron en diciembre de aquel inolvidable 1959, con el Che como padrino de bodas. Pero los deberes de Hermes con la revolución le impedían pasar demasiado tiempo con su mujer. Cada tanto, desaparecía durante días para seguir los pasos de Guevara en el trabajo voluntario, en el Ministerio de Industria o en las reuniones nocturnas con amigos y compañeros.

La revolución crecía, insolente, a escasas millas del gigante imperialista, cuando Catalina dio a luz a Teresita, la primera hija de Hermes, el 3 de octubre de 1960. "¿Qué cómo era él? Para la Revolución que tenía en la sangre era muy firme, muy fuerte de carácter, como para cuidar al Che. Para tratarme a mí era muy dulce. Sin embargo -paradojas de la vida, del destino, yo no sé- para tratar a la niña, a la única hija que conoció, era débil, porque no concebía que se la regañara. Ni siquiera aceptaba que se le dijera que no. A veces parecía en consentimiento el abuelo de la niña y no su padre. O tal vez pensaba, como me dijo un día, que él había luchado para decirle a los niños que sí y para que no sufrieran como él", señala Catalina.

Lejos de las preocupaciones de su tarea militar, y en las escasas horas que Hermes podía compartir con su familia, el guerrillero heroico que bajó de la sierra se transformaba en un padre cariñoso y comprensivo con su niña, tal como lo describe su esposa en una anécdota que pinta de cuerpo entero a Hermes meses antes de abandonar Cuba para siempre: "La última vez que tuvo tiempo para sacar a pasear a su hija la llevamos a un parque infantil. La niña se sentó en una hamaca. Yo me sentía mal y Teresita tenía un año y medio. Y a la hora de irnos vino Hermes compungido porque la niña no se quería ir. Vino indeciso, como a darme las quejas. Ironías de la vida ¿no? Un hombre valiente como él, de la Sierra, de la invasión, uno de los rebeldes que cuidaba la espalda del comandante Guevara, incapaz de cargar con la niña por la fuerza.

-¿Cómo que no quiere ir? -, le pregunté.

-No, no hay quién la quite de allí ahora -, aseguró él.

Fui enseguida para allá y le dije: 'Teresita, vamos' y la halé por un brazo. La cara de Hermes le cambió totalmente. Yo se lo noté al momento. Entonces él me dijo, contrariado: 'Tú llevas muy recio a la niña'"...



La nota completa en la edición gráfica de Sudestada nº59 - Junio 2007

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Hugo Montero