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Editorial

Pulsión de vida

"Y lo repito una vez más: hemos vivido por la alegría, por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos...

"Y lo repito una vez más: hemos vivido por la alegría, por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida nunca a nuestros nombres"

Julius Fucik, Reportaje al pie del patíbulo.



Por curioso que parezca, uno de los textos paradigmáticos que uno encuentra cuando se acerca a la militancia política de décadas pasadas en Argentina, lo escribió un checoslovaco. Julius Fucik, combatiente antinazi, prisionero y después asesinado por la Gestapo alemana, y su Reportaje al pie del patíbulo (en particular, la cita que encabeza estas líneas), se atraviesan, como un estigma, en dedicatorias de libros, en cartas, en recuerdos, en prólogos y epílogos. Fucik habla, también y sin saberlo, de lo que pasó en nuestro país. Pero parece que hay pocos que quieren escucharlo.

Uno de los lugares comunes impuestos a la hora de referirse a los años 70, es el de la "pulsión de muerte" que, al parecer, identificaba a esa generación. Uno puede cansarse hoy de leer ensayos en ese sentido. Es más, algunos estudiosos prefieren definir a esos jóvenes como "fascinados por la muerte". Como si hubieran sido empujados por una fuerza invisible hacia un destino trágico inexorable; como si hubieran sabido en cada paso, en cada decisión, en cada actitud, su destino de mártires y a pesar de ello, por inercia, hubieran decidido seguir adelante. Que es casi lo mismo que afirmar que la muerte, en realidad, no los encontró, sino que la buscaron.

El peligro de semejante tópico transformado en lugar común, es ignorado. Se les niega a los militantes su "pulsión de vida": no eran mártires, sino hombres y mujeres decididos, que avanzaban y buscaban (con sus formas, con sus errores y aciertos, con sus problemas y defectos) construir una alternativa al país que nos quedó después de su derrota. No estaban "fascinados por la muerte", eran jóvenes con alegrías y tristezas; con amigos y pasiones, y convencidos de algo: el cambio debía ser revolucionario, desde las raíces, y ese cambio incluía la vida cotidiana, la cultura, la pareja, la política... Desde espacios diversos, con formas que cada uno evaluará su precisión y justeza, pero con una profundidad insoslayable, enfrentaron al modelo de país que, finalmente, se impuso a sangre y fuego.

Negar esa realidad, negar esa "alegría en el combate" hoy, es tergiverar el pasado, y transformarlos en "víctimas" que nada entendían de nada, que fueron "llevados" hacia la tragedia y que nunca fueron protagonistas de sus actos y de su tiempo. Negar su papel en una asamblea estudiantil, su entrega en el trabajo solidario en un barrio, su firmeza en arriesgar sus vidas como delegados de fábrica, es también negarlos. Transformarlos en otra cosa, en algo que no fueron. En simples "víctimas".

Esta edición de Sudestada está dedicada a los 50 años de El Eternauta, apenas un fruto del frondoso árbol de un hombre que, mucho tiempo después, sumó a su talento la convicción para perseguir un cambio de fondo. Un hombre que en la peor de las barbaries (en cautiverio, atado de pies y manos, vendado, dolorido y cansado de tristeza), jugaba con un compañero de presidio a un ajedrez imaginario. Los dos maniatados, espalda con espalda, iban cantando en voz alta sus jugadas. El tablero era su imaginación, y allí se desarrollaba el juego.

Quizá no exista otra metáfora más conmovedora para oponer la decisión de esos hombres y mujeres en las peores condiciones posibles: a la barbarie del enemigo, le opusieron la inteligencia y el cariño, el esfuerzo y la creatividad, la convicción, la pasión y esa "pulsión de vida" que hoy algunos parecen empeñados en negar.

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El colectivo de Revista Sudestada esta integrado por Ignacio Portela, Hugo Montero, Walter Marini, Leandro Albani, Martín Latorraca, Pablo Fernández y Repo Bandini.