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Nota de tapa

El Eternauta, 50 años después: Náufrago del tiempo

A medio siglo de la nevada mortal, el Eternauta sigue vigente y parece empeñado en conmover con sus aventuras a nuevos lectores. La saga de Oesterheld que cambió para siempre la historieta argentina, continúa hoy de la mano de su divujante: Entrevistado por Sudestada, Solano López explica detalles del personaje y revela enigmas ocultos. Opinan Fernando García y Hernán Ostuni.

Algo estremeció al dibujante, hasta entonces concentrado en los laberintos de su tablero. El timbre del teléfono desgarró el delicado silencio que teñía de gris las paredes del estudio. Muy a su pesar, el dibujante abandonó a su suerte a Joe Zonda en plena batalla contra Octopus en mitad del Pacífico, y se dispuso a contestar el inoportuno llamado. ¿Quién podía llamar a estas horas? La respuesta no lo sorprendió: era el guionista.

La conversación discurrió por los caminos usuales: los tiempos cortos del trabajo atrasado, noticias de última hora y algunos comentarios mínimos sobre la repercusión de las revistas del guionista (Hora Cero y Frontera, que salían alternadas cada 15 días) en el mercado editorial. Promediando la charla, el guionista fue al grano…

-Mirá Solano, las revistas van bastante bien, y por eso estaba pensando en sacar un suplemento semanal de Hora Cero, con algunos personajes nuevos. Yo tengo algo pensado, pero vos decime, ¿qué tenés ganas de hacer?...

Del otro lado del tubo, el dibujante barajó durante algunos segundos el silencio, mientras imaginaba la presión de más trabajo todavía sobre el tablero para los días venideros. Por eso, no apuró la respuesta.

-Bueno, Héctor. Haceme una de ciencia ficción, pero que sea un poco más realista, más creíble que Rolo, como para que el lector se identifique mejor con los personajes.

-Entiendo, dejame unos días que tengo algunas ideas viejas por ahí, y ya te mando los primeros guiones -contestó el guionista.

La conversación terminó con un nuevo repaso por el material adeudado por el dibujante y los saludos de costumbre. Para cuando el dibujante quiso retomar la batalla final entre Joe Zonda y Octopus, el clima ya era otro en el estudio. La charla telefónica le impedía volver al trabajo con la misma concentración. Más trabajo, menos tiempo, cada vez menos tiempo, pensaba el dibujante. No tengo idea cómo voy a hacer para cumplir con los plazos ahora, encima con otro personaje semanal.

En el tablero, los brazos del Pacífico manejaban caprichosamente los destinos de una nave, mientras el dibujante dejaba salir un último comentario: "Tendría que haberle dicho que no"…

Un par de días más tarde, recibía por correo el primer guión del nuevo personaje. El guionista lo había bautizado con un nombre misterioso: El Eternauta, se llamaba.


Mano a Mano hemos quedado

No hay otro personaje más cautivante en toda la saga. Sin embargo, como suele pasar en las buenas novelas de misterio, el personaje en cuestión demora su irrupción en escena hasta pasado el centenar de páginas. Sólo entonces, la viñeta abre los ojos a una mano que desborda dedos, que recorre con siniestro compás un tablero electrónico en una glorieta de las Barrancas de Belgrano. ¡Es un Mano!

De todas las criaturas que engendró alguna vez la imaginación de Héctor Germán Oesterheld, quizá no haya otra más singular y profunda que la de los Manos. Ahí está el primero de ellos, el rostro arrugado por la furia de los tiempos, el pelo que nace y se desliza hacia atrás como soplado por un viento cósmico, uniforme oscuro como sus ojos apagados, brazos de fibrosos músculos que terminan en esas manos extraordinarias, esos dedos incontables que llegan a todos lados. Ahí están los Manos, alfiles de la invasión de los Ellos, criaturas del espacio sometidas también por el perverso enemigo, víctimas quizá de la peor de las condenas: están sometidos a someter. Son un mero instrumento, material descartable para los verdaderos invasores, Ellos, el odio cósmico. Son, también, rehenes de sí mismos, porque portan desde niños y para siempre un implante fatal: la glándula del terror, que se activa una vez que el cuerpo de un Mano siente temor, y expande por sus venas el veneno que los mata en minutos. Son víctimas de un macabro sistema de control perfecto: los Manos no pueden rebelarse sin pagar un alto precio por su osadía. Sus vidas.

No hay manera, no hay salida para los Manos. Están atrapados en su propio cuerpo, y su carcelero convive con ellos, los vigila. Por eso, tal vez, una tristeza insondable dibuja los contornos de su cara, aún cuando ocupan una posición dominante ante los últimos hombres que resisten, que se empeñan en negar la realidad de un destino escrito por un enemigo poderoso. Un enemigo que no se equivoca, que no se muestra siquiera, que elige tercerizar el trabajo sucio del exterminio para casi no intervenir en la devastación del planeta. Para eso está la nevada mortal, los cascarudos, los Manos, los gurbos, los hombres-robots, todas marionetas de un titiritero sin nombre, sin rostro. Son Ellos.

Pero los Manos tienen una historia, también, que los hombres no conocemos. "Los Manos vivíamos en un planeta cubierto por la nieve. Nada más hermoso que nuestros glaciares, con el juego cambiante de la luz de nuestros dos soles sobre las montañas heladas", recuerda al borde del abismo, el Mano que se sabe perdido. Juan Salvo y Franco escuchan su confesión. "Pero un día vinieron Ellos… Ellos son el odio cósmico. Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar a nosotros, los Manos, que sólo vivíamos pensando en lo bello", agrega, mientras su piel se desgaja y la vida se le escapa bajo un manto de estrellas ajenas. ¿Habrán resistido los Manos a la invasión de los Ellos en su planeta? ¿Cuántos actos de heroísmo habrán impuesto como obstáculos entre ellos y su destino fatal? ¿Qué de aquella civilización que perseguía la belleza dejaron en pie los invasores?

El Mano se sabe perdido y juega su última carta: se rebela contra su opresor. Informa a los hombres sobre sus intenciones, los advierte sobre el futuro de aniquilamiento que les espera, los deja escapar. Y se apaga, lejos de su universo, lejos de los suyos. Lejos de su planeta con dos soles, lejos de los sicalos y de los glaciares aquellos que recubren su mundo perdido.

Pero profundicemos un poco sobre esta doble condición del Mano: víctima y victimario. ¿Quién es, en realidad, el verdadero enemigo de los Manos? ¿Los Ellos o su propio temor, que desata en su organismo una muerte inmediata? Aquí se multiplican loas interrogantes que deja la historia de los Manos. "La muerte-gesto, cuando no puede dar fruto, es más fuga que coraje", escribió Oesterheld en su interrumpida versión novelada de El Eternauta, como contestando la pregunta que empezábamos a esbozar: ¿no es la muerte, acaso, el camino más digno antes que aceptar la humillación y recorrer las galaxias como punta de lanza de un invasor despiadado? Oesterheld señala, en este caso, que muchas veces el sacrificio se acerca más a la fuga, a la salida más fácil y menos compleja, que al heroísmo de morir con dignidad. Vuelve a presentarse aquí la paradoja del traidor y del héroe. Los Manos no quieren ser héroes, pero tampoco buscan la muerte, la esquivan como pueden. Eluden el miedo, se protegen con una coraza de firmeza para no padecer el temor, simulan comprometerse con la causa de sus opresores para demorar un final inexorable. Pero ni siquiera ese compromiso, ese "colaboracionismo" con el enemigo, los inmuniza del riesgo. Pero... ¿tienen una salida los Manos? Cuesta hallarla, imaginarla al menos. Una de las leyes más antiguas de la guerra establece que al enemigo nunca hay que arrebatarle todas las esperanzas, que un cerco nunca debe ser perfecto, que el atacante hábil es aquel que conoce la existencia de una alternativa (imposible, compleja, pero alternativa al fin), y simula dejar un flanco débil durante su ofensiva. Porque sabe que nada hay más peligroso que enfrentar a un enemigo sin nada que perder, un enemigo acorralado, sin salida, que sabe que detrás, en todo caso, le espera la muerte y no tiene opción. En ese momento, cuando no hay escape posible, la batalla es a muerte. La situación de los Manos es análoga. No tienen salida, no queda opción para ellos, ni un resquicio para su raza, están perdidos y su último refugio es el recuerdo de aquellas pequeñas cosas de la vida cotidiana. De allí esta sensación de no haber leído jamás en la historieta argentina una historia con la complejidad que carga este personaje secundario de la saga. Esta maravilla de la imaginación que nos abre las puertas a nuevas preguntas y que, cada tanto, moviliza lecturas y reflexiones que creíamos agotadas. Ahí están los Manos, llevando a cuestas su destino de mártires por el cosmos. Ahí está la historia de los Manos como aprendizaje para los hombres, que deciden resistir a la invasión. Más vale no dejar pasar las lecciones de su derrota.

Por eso, al final del camino, su voz es apenas un susurro, una melodía apagada que recorre galaxias durante eternidades, que habla de un bellísimo planeta perdido en la galaxia y que dice, más o menos, así: "Mimnio… athesa… eioioio…mimnio..."...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)

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Autor

Hugo Montero