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Entre líneas

Haroldo Conti: Memoria y celebración

Narrador forastero, periodista amigo de los caminos de tierra, artista comprometido con su tiempo; Haroldo Conti sigue hoy marcando con trazo grueso una línea que divide aguas en la literatura. Obsesiones, querencias y fantasmas de un escritor que deja su huella tibia en la arena del presente.

Cuando se hace referencia a Haroldo Conti, casi de inmediato se alude a otro gran escritor y periodista: Rodolfo Walsh. Como si no pudiera pensárselos sino de a dos. Demasiadas veces, y con demasiado desconocimiento, se los trae al presente para arropar los ecos, sobre todo confinados al ámbito universitario, de una añosa polémica: nueva izquierda contra peronismo. Vale la pena aprovechar esa comparación entre pares -más complementarios que opuestos- para preguntarse qué significa en la historia de la literatura y del periodismo cada uno de ellos, en la historia a secas y en la política.

Los dos nacieron en la segunda mitad de la década del veinte: Conti en 1925 y Walsh en 1927. Pertenecen a la generación de David Viñas, de Andrés Rivera, de Juan Gelman, de Francisco Urondo. A la generación de Ernesto Che Guevara. Los dos nacieron y crecieron lejos del monstruo grande que es la Capital Federal. Conti en Chacabuco. Walsh en Choele Choel. En los dos había una definitoria impronta cristiana. Ambos fueron figuras centrales en el sistema literario y periodístico de los años '60 y '70. Walsh, si no fuera porque la geopolítica y los mecanismos de consagración cultural vigentes a nivel internacional le jugaron en contra, sería recordado como el inventor de la non fiction, adjudicada a Truman Capote por su libro A sangre fría. Pero con una diferencia substancial: mientras el estadounidense usó a los testimoniantes de su investigación para consagrarse, Walsh eligió escribir desde el lado de las víctimas como una contribución para conocer la verdad de lo sucedido y que se hiciera justicia. Por último, Conti adhirió al Frente Anti-imperialista por el Socialismo, organización de masas del guevarista Partido Revolucionario de los Trabajadores, que contaba entre sus filas al dirigente sindical antiburocrático Agustín Tosco, y que propuso como candidato a presidente de la nación al abogado Silvio Frondizi, defensor de presos políticos y denunciante desde su cátedra de los monopolios, asesinado en 1975 por la triple A. Walsh fue en cambio un muy eficaz oficial de inteligencia de Montoneros y colaboró decisivamente con su prensa. Pero no se privó de elaborar críticas devastadoras contra la militarización creciente, la pérdida de contacto de la cúpula con las bases, la incomprensión del repliegue popular, las lecturas absurdamente triunfalistas del devenir político y el uso instrumental de las vidas de los militantes.


Ligados

Suele reducirse a Rodolfo Walsh al autor -sin dudas brillante- de Operación Masacre y la Carta a la junta escrita y difundida al cumplirse un año del golpe de 1976. Una encuesta reciente entre periodistas culturales, críticos y escritores acerca de cuál es el mejor cuento argentino, consagró en primer lugar uno suyo: Esa mujer. Cabría aquí argumentar citando la dolorosa ironía de Borges, según la cual la democracia no sería más que un curioso abuso de la estadística. Pero un análisis más fino y productivo es posible. Esa mujer no es lo mejor ni lo más original de Walsh. Lo que sucede es que resulta funcional a cierta lectura predominante de Walsh: el intelectual que comprende la realidad de su país, y concluye que comprenderla y hacerse guerrillero es prácticamente una misma cosa. Esa mujer se presta perfectamente a ilustrar el tránsito del hombre solitario, culto, bastante descreído, irónico, acosado por fantasmas, al intelectual comprometido. Se suele leer a Walsh a la luz de su opción política y de su final, así como se impuso en algún momento leer la poesía de Alejandra Pizarnik a la luz de su joven suicidio. Y en esa operación lo que se masacra es la complejidad existencial, textual y, también, política. ¿Dónde quedan las dudas y planteos anotados en su diario? ¿Dónde el humor evidenciado en el relato Corso? ¿Dónde el excelente antólogo de literatura extraña? ¿Dónde el traductor de Ambrose Bierce?

En tal sentido, Walsh es más un mal recordado que un olvidado. ¿Qué sucede con Haroldo Conti?...


(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº54-Noviembre 2006)

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Autor

Juan Bautista Duizeide