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Cinestada

La clase obrera va al cine

Mucho se ha escrito y debatido en el campo del arte sobre la relación, intrínseca o no, que debe existir entre la forma y el contenido. El cine, y sobre todo el documental, han generado importantes polémicas en torno a esta dialéctica. No vamos a plantear nuevas hipótesis acerca de ello, pero sí a tomar partido. Si bien se pueden concebir formas desprovistas de contenido, sobre todo en el cine ficcional, y contenidos nuevos en formas repetidas, lo cierto es que cuando forma y contenido surgen como simbiosis pura e indisoluble de un proceso creativo, el resultado de la obra artística es imponente, compacto, sin fisuras.

Pareciera ser que tanto Daniele Incalcaterra, director de Fasinpat (Fábrica sin patrones), como Darío Doria, realizador de Grissinópoli (El país de los grisines), han resuelto esta tensión de común acuerdo para sus respectivos documentales. Ambos trabajos optan por privilegiar la forma (el lugar que ocupa la cámara ante los hechos) sobre el contenido (la historia de dos grupos de obreros que deciden luchar por su fuente de trabajo). Y lo hacen de un modo tan original, tan sencillo -sin caer en vedettismos a los que nos tienen acostumbrados ciertos cineastas de renombre y periodistas "célebres"-, que estos productos conmueven. No caen en el sentimentalismo pero sí apelan a la emotividad del relato, a la subjetividad que brota de esos hombres y mujeres en plena transición. Optan por desterrar la entrevista, recurso trillado del género, para no aburrir al espectador. Además se atreven a eliminar la voz en off que siempre "ilumina" o induce de manera mecánica. ¿El resultante? La efectiva narración de la historia de dos colectivos de trabajo que tuvieron que tomar la decisión de pelear por su dignidad.

Cámara testigo: sigue a los obreros a sol y sombra. Cámara omnipresente: está en todos los lugares, en todos los momentos. Cámara borrada: a pesar de la presencia constante, la cámara no "aparece", no impone su punto de vista: es "como si no estuviera". Cámara artística: compone cada plano con la conciencia y la delicadeza de aquellos que aceptan la responsabilidad de que hacer cine es un arte. Cámara inteligente: mezcla cada una de estas cámaras particulares en un crisol, para obtener como resultado un documental atípico por estas tierras.

Ética y estética se funden en Grissinópoli, de una forma a la que el cine nos tenía poco acostumbrados, y entonces sorprende algo que no debería: que una película pueda contar una historia de una manera honesta y con valor estético. Darío Doria demuestra que es posible hacer un cine no panfletario, que no recurra al golpe bajo, que no sea irrespetuoso de sus personajes ni imponga sus ideas previas, sino que vaya naciendo en el mismo proceso de producción, convirtiéndolo en un proceso de conocimiento. Un cine que no busque el rédito económico o político, sino que permita que unos personajes nos muestren su historia a través de la pantalla.

Fasinpat narra el desarrollo del conflicto gremial de la fábrica de cerámicos Zanon, ubicada en la provincia de Neuquén. La cámara de Incalcaterra se introduce y se ubica de manera privilegiada en el interior de la fábrica tomada y expropiada por sus trabajadores luego de la firme amenaza de su dueño de despedirlos y cerrarla por quiebra. Una vez instalada dentro, la cámara se integra con los protagonistas a tal punto que la mayoría pareciera olvidarse de ella, para proseguir su labor cotidiana. Y la cámara registra eso: el "normal" desempeño de los trabajadores de una fábrica recuperada. Que todavía resulta "anormal" para muchos funcionarios que velan por la propiedad privada pero ni se inmutan con los altos índices de desocupación.

Una mujer con una alcancía se pasea por los pasillos de Ciudad Universitaria, hasta que ingresa en un aula y cuenta su historia: trabajaba en una fábrica, los dueños primero dejaron de pagarles los sueldos, después los abandonaron al azar, ellos decidieron embarcarse en el proceso de autogestionar su producción. Con esta situación, relativamente familiar, Doria nos introduce en la historia que ha de narrarnos durante los 80 minutos restantes. Le siguen unos planos cortos y expresivos de los trabajadores y las máquinas en plena producción de grisines, sucesión que termina con un aplauso festivo: la primer horneada autogestionada de la cooperativa está lista para salir a la calle. La decisión de que la cámara funcione como testigo se mantiene hasta el final, y eso es lo que hace al documental tan interesante.

Fasinpat, de 68 minutos de duración, cuenta con el registro directo de sólo seis semanas dentro de la fábrica, que se fusionan con otras imágenes de archivo de la crisis económica de la Argentina y sus principales culpables; apenas unas pocas, que bastan para contextualizar. En realidad, para contraponerla de inmediato con la historia de unos trabajadores que se organizaron para recuperar el sindicato, que se opusieron al despido masivo de obreros. Nos muestra una parte del proceso de concientización y maduración (tensión) política de los actores para volver a la producción y en breve tiempo superar los picos anteriores.

Con este sutil método, la lente recorre la planta y capta todos los detalles de la producción ceramista. Con paneos y primeros planos cortos, testimonia los diálogos y las bromas cómplices entre compañeros, las dudas y las consultas entre operarios (dado que los cargos son rotativos), en plena producción. Gracias a la cámara, asistimos a la votación en una asamblea. Un giro de 360º nos permite ver los rostros de todos en la práctica recurrente de los obreros: la democracia directa, mediante voto o consenso. Planos que sugieren: un obrero con su gomera haciendo la ronda nocturna, el instante en el cual un operario recibe su salario de manos de un par suyo, adquieren simbólicamente el sentido ideológico que pretende su director. Pero siempre con tomas y encuadres sutiles.

La nota completa en Sudestada n°42.

Comentarios

Autor

Anabella Castro Avelleyra

Autor

Jaime Galeano